Por: Rocko Martínez
Fotos: Pau Maq
Como cada mes, Mercado Negro y El Imperial presentaron una sesión más. En esta ocasión: la número 17. Dos propuestas extrapoladas que llamaban la atención mucho antes de presentarse en vivo. La gente llegaba poco a poco. Este pequeño bar es una oportunidad más íntima de conocer a artistas emergentes y algunos conocidos, otros extraños y de vez en cuando, actos impresionantes llenos de energía que desbordan fiesta y júbilo en este acogedor venue del D.F
Pasadas las 11:30 pm salió a escena Blackpony. Con un sonido agradable, los leoneses comenzaron a provocar ligeros movimientos de cabeza en los asistentes. A pesar de ser mitad de semana, poco a poco el headbanging se tornaba más intenso. El movimiento de pies, y una sonrisa del respetable que relacionaba el sonido con tantas notas que parecían regresar del pasado. Una regresión exprés a la preparatoria o la secundaria, con melodías similares a las de bandas perdidas que ni siquiera es posible recordar sus nombres; mientras tanto, un sujeto bailaba y sudaba arriba del escenario, siendo su primera vez en el monstruoso D.F.
En el cenit de una fiesta como la que Blackpony provoca, ya no importa nada. No importa si son problemas técnicos, o “los calores” de un lugar pequeño, todo pasa desapercibido cuando se logra la conexión de “amor a primer oída” con el público que desconocía el estilo de Blackpony pero disfrutaba y aplaudía a este híbrido de Ian Curtis, Sad Breakfast y The Talking Heads.
Al término de un show increíble donde presentaron las cinco canciones de su EP homónimo, el telón se cerró por unos minutos para dar paso al acto de Selma Oxor.
Unos minutos, unas cuantas cervezas, desinhibición, más calor, gente conocida, algunas bandas: todo eso era el Imperial. De pronto, el norte del país se empezaba a apoderar del lugar. El telón se abrió: La reacción de todos fue un grito de “wow” al unísono. Selma Oxor apareció y con ella un escenario improvisado de velos y naturaleza falsa en donde el rosa predominaba, seguramente, los adornos fueron sacados de las esquinas más recónditas de Galerías El Triunfo y Fantasías Miguel. La reina tocaba sobre escenario; el ambiente se llenó de recuerdos y risas a un baile en un cabaret de películas de ficheras donde una sensual vedette había robado la identidad de Karen O, Kitty Pryde y Gloria Trevi. La primera impresión mintió. El sonido era oscuro, agresivo, incómodo. La reacción: perfecta; algunos se movían, otros decidieron beber más. Unos pedales que alteran la voz de Selma para dirigirse a su público con “Soy Un Travesti” —risas nerviosas.
Rumbo al final de la presentación, Selma invitó a Marcela Viejo de Quiero Club para interpretar “Perra Sucia”. La gente no sabía lo que pasaba, un mal-viaje increíble, unos acto y música hechos para verse en vivo. Inolvidables. Desconcertantes. Pocas presentaciones como las de esta mujer quedan tan arraigadas en la mente; Selma, seguramente, provocó que algunos débiles mentales se dirijan a una iglesia por sentirse sucios de pecado y con algún ente maligno salido de los beats y acordes de esta falsa profeta de la negative youth.