Oriundo de la Heroica Ciudad de Tlaxiaco, Oaxaca, nació el 25 de Agosto de 1899 este artista que conquistó el mundo durante la primera mitad del siglo XX, formó parte de una tendencia muralista que encontró caminos distintos a los del “grupo de los tres” (Siqueiros, Rivera y Orozco).
Es por ello que a finales de la década de los cuarenta se abre una discusión dicotómica que por un lado expone su trabajo basado en la mexicanidad y por el otro, en la universalidad. Idea que refuerza Ana Torres:
“(…) durante los años veinte y treinta su obra fue mexicanista y a partir de los años cuarenta se vuelve universal. (…) es durante la década de los cuarenta que la imagen mítica de Tamayo empieza a cobrar forma.”
Esta misma autora expone cómo la obra de Tamayo a diferencia de sus contemporáneos huía de un elemento político e ideológico de la posrevolución. En un contexto en el que la élite política buscaba la creación y reforzamiento del nacionalismo mexicano que alejara ideológicamente a la sociedad del Socialismo. El fin último de ese tiempo, era mostrar una fuerte carga cultural y tradicional mexicana que además hiciera de México una atractiva y moderna nación.
A palabras de Torres el pintor-muralista afirmó durante una serie de pláticas en la Escuela Central de las Artes Plásticas (1933) que se declaraba nacionalista pero en un sentido distinto. Rechazando las políticas integracionistas implementadas por los artistas modernos y el Estado mexicano, concibiendo desde su perspectiva al nacionalismo como algo universal, diverso y actualizado.
Por otro lado, el rechazo de Tamayo hacía la representación mimética trabajada en la Academia Mexicana tuvo origen desde los años veinte, su trabajo partió en mayor medida del arte antiguo mexicano. Se consideraba a sí mismo como un artista independiente que fue reconocido antes en EE.UU. que en México.
Su trabajo se presentó en 1940 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) en una exposición que llevó por nombre Veinte siglos de Arte Mexicano, ocho años después su creación apareció en Bellas Artes y en 1952 su obra llegó al Museo Nacional de Arte Moderno de París. Para Torres, el pintor oaxaqueño:
“(…) no pretendía representar al indio sino serlo y al mismo tiempo se presentaba como el indio actual, contemporáneo y vanguardista.”
De aquí que, pese a las innumerables discusiones alrededor de la historiografía a Tamayo se le ha considerado como una figura de ruptura, clave en las vanguardias al presentarlo como un artista adelantado a su tiempo, cuyo trabajo excede las tendencias artísticas de la época mediante creaciones que rescataron elementos mesoamericanos generando desproporción en sus personajes pictóricos, mismas que pasarían de lo tradicional a obras más abstractas conectadas con la universalidad rescatando los colores del arte mexicano antiguo.
Han pasado 25 años de la muerte de Rufino Tamayo, un 24 de Junio de 1991, murió uno de los más reconocidos muralistas que ha dado nuestro país, dejando un legado (evidencia de ello es el Museo Rufino Tamayo fundado en 1981), importante en la historia cultural y artística de México.
Una obra de Tamayo por cada década
Familia, Rufino Tamayo. 1925, Óleo sobre tela, 73 x 84 cm. Colección privada en préstamo al Milwaukee Art Museum.
Mujeres en Tehuantepec. Rufino Tamayo, 1939. Óleo sobre tela, 86 x 145 cm. Colección Albright-Knox Art Gallery, Buffalo, Nueva York.
Máscara roja (Otros títulos: “La mujer con máscara roja”). Rufino Tamayo, 1940. Óleo sobre tela, 121.5 x 86 cm. Colección privada, cortesía de la galería Ramis Branquet, Nueva York.
Homenaje a la raza india. Rufino Tamayo, 1952. Vinelita sobre masonite, 5 x 4 m. Museo de Arte Moderno, INBA-CONACULTA, México.
Sandías. Rufino Tamayo, 1968. Óleo sobre tela, 130 x 195 cm. Colección Museo Tamayo Arte Contemporáneo, INBA-CONACULTA, México
La gran galaxia. Rufino Tamayo, 1978. Óleo sobre tela, 106.5 x 141 cm. Colección Museo Tamayo Arte Contemporáneo, INBA-CONACULTA
El fisgón. Rufino Tamayo, 1988. Óleo con polvo de mármol sobre tela, 95 x 130 cm. Colección privada
Muchacho del violín. Rufino Tamayo, 1990. Óleo sobre tela, 130 x 95 cm. Colección privada.