Detrás de cada película que se estrena en cartelera siempre hay muchas historias. Coincidencias, accidentes y decisiones de vida que terminan por construir un rompecabezas, mágico y complejo al mismo tiempo, que resulta en una serie de imágenes que maravillan y conmueven. De eso se trata esta conversación con Juliano Ribeiro Salgado, co director junto a Wim Wenders, del multi premiado documental La sal de la Tierra que tiene su estreno comercial este fin de semana y resulta imperdible. Nuestra película de la semana, es acompañada en esta ocasión, de una entrevista.
More: Me gustaría mirar hacia atrás un momento para preguntarte ¿porqué decides dejar de estudiar Derecho e irte a vivir la vida?
Juliano: Había una necesidad imperiosa. Mi novia, de la cual yo estaba muy enamorado, quedó embarazada. En ese momento me puse a imaginar el estilo de vida que iba a tener, y me di cuenta que no podía trabajar detrás de un escritorio toda la vida. Mi padre, Sebastião Salgado, un reconocido fotógrafo y reportero de muchos años, tenía una vida increíble, y yo quería eso. Viajaba mucho a locaciones raras, incluso peligrosas. Su trabajo consistía en la mediación entre eventos importantes -algunos de los cuales se convirtieron en momentos históricos- y la audiencia. Era un sueño empezar a trabajar con Hot News con imágenes en movimiento y, lentamente fui re direccionando mi camino hacia el cine documental.
M: Empezaste a colaborar con la televisión en Francia y después de producir una gran cantidad de materiales, decides ir a Londres y estudiar cine. ¿Por qué ir a la escuela? ¿Por qué estudiar cine?
J: Yo ya tenía experiencia en el campo laboral y tenía una noción sobre la edición y las técnicas del cine. Cuando empecé a trabajar en esto no sabía si realmente conseguía hacer filmes por mi propio talento o por llevar el apellido de mi padre, Salgado, que era muy reconocido en el medio de los cineastas y directores de televisión. Me mudé a Londres y decidí llamarme Juliano Ribeiro. Durante cinco años me enfrenté al complicado mundo del cine pero esta vez sin el “aura” de mi padre, para saber lo que yo tenía para dar y para hacer.
M: Después de eso empiezas a hacer documentales previos a La Sal de la tierra. Hablas de tus preocupaciones y haces un retrato desde tu propia óptica que dialoga mucho con la realidad social. ¿Por qué contar historias alrededor de los problemas de la gente?
J: El cine que yo hago tiene que hacer un comentario sobre la sociedad, tiene que abarcar preguntas que podrían servir como reflexiones para generar un movimiento. Yo creo finalmente que las películas no cambian a la sociedad, pero pueden ayudar a abrir los ojos.
M: ¿Cómo nace el proyecto de La Sal de la tierra? ¿Cómo decides hacer una película sobre tu padre?
J: Yo no quería hacer un filme sobre mi padre, era un terreno peligroso, nos entendíamos muy mal. Lo acompañé a hacer un reportaje con una tribu de indios brasileños que viven aislados en la Selva Amazónica. Sebastião quería compartir su experiencia y fue como me convenció de acompañarlo.
Cuando volvimos a Paris edité las imágenes que había filmado y mi padre, al verlas en el monitor, se le salieron las lágrimas. Esto para mí fue el punto de partida para hacer la película y para mejorar nuestra relación. Me di cuenta que el material fotográfico que tenía no era suficiente para filmar porque se podía apreciar mejor en exhibiciones. Así que decidí incluir sus experiencias de viaje, sus decepciones, su esperanza, cosas duras e importantes sobre la humanidad que anteriormente sólo había compartido con sus seres más queridos. Para esto me di cuenta que tenía que trabajar con alguien que pudiera hablar con mi padre, alguien que no fuera yo.
M: Y ése fue Wim Wenders.
J: Sí, uno de los directores más importantes y creativos en la historia del cine. Fue una suerte y al mismo tiempo un reto trabajar con él porque también quería dirigir el documental, y peleamos mucho. Yo para sobrevivir en esta relación, tuve que transformar a Wim en un compadre de la escuela de cine. En una ocasión estuve editando durante dos meses y cuando le presenté el trabajo a Wim se puso furioso, empezó a gritar y volvió a editar todo.
Yo editaba, y él también lo hacía, pero el resultado no reflejaba la fuerza de la trayectoria de Sebastião. Llegó un momento después de un año, que Wim y yo íbamos a separarnos: los directores son egos ambulantes y ponerlos juntos en la misma sala de edición es muy difícil. Hasta que nos dimos cuenta que teníamos un gran material que no podíamos desperdiciar.
M: Una historia más dentro de la película es la de tu abuelo y el rancho. ¿Cómo llega ésta a ser parte del documental?
J: Esta hacienda de mi abuelo es un lugar muy importante para mi familia porque es donde él educó a sus ocho hijos, mi padre y sus hermanas. Es donde aprendió a leer por sí solo y donde trabajó la tierra para conseguir que sus hijos fueran a la escuela.
Empezó a cortar los árboles y a venderlos de una forma muy ofensiva. Muchos años después mi abuelo tenía noventa y pico, y la tierra estaba muerta. Así que mis padres se dieron a la tarea de plantar 2 millones y medio de árboles para revivirla. Y ésta, de hecho, es la conclusión de nuestro filme, una conclusión muy fuerte: la idea de que se puede renacer después de años de estar casi muerto.