El pasado domingo 12 de agosto atestiguamos la clausura de los Juegos Olímpicos Londres 2012 así como el paso de estafeta a Brasil para el 2016. En cuatro años a partir de ahora, los países del mundo se medirán de nuevo en una justa deportiva que, no sólo da cuenta, de lo mucho que nos gusta divertirnos, sino también, de las muchas proezas que son capaces del realizar algunas personas comprometidas con el deporte.
Desde un punto de vista político, las Olimpiadas son un acto auténticamente internacional: el Comité Olímpico Internacional que es la instancia encargada del evento, cuenta con más estados miembros que las propias Naciones Unidas, esto es 205 países o capítulos nacionales; atrae más atención mediática que cualquier sesión plenaria de la Agencia Internacional de la Energía Atómica; promueve más acciones a favor de la cooperación y el aprecio por las culturas que la UNESCO, abona a favor de la adopción de prácticas y comportamientos equitativas en términos de género, raza, y condición social y, moviliza recursos materiales y humanos que sobrepasan incluso las empresas más trascendentales de exploración espacial, como es el caso reciente de la misión a Marte.
Como organización internacional intergubernamental, el COI es uno de los ejemplos más exitosos de cooperación descentralizada entre estados, pueblos e individuos. Los estados se ven atraídos por que, a fin de cuentas, ofrece un espacio para proyectarse políticamente y promover una cierta imagen y reputación, o lo que Joseph Nye llamó el poder suave. Y efectivamente, al formar parte del COI y participar en las Olimpiadas, los países son vistos, aplaudidos y criticados. Se miden y dan a conocer los logros alcanzados por sus respectivos gobiernos y, a través del medallero, terminan ocupando una posición, que como es el caso ahora, refleja una situación geopolítica, pues hasta arriba se encuentran las dos potencias actuales –Estados Unidos y China con 102 y 87 medallas respectivamente. Los resultados permiten advertir también con gran nitidez la enorme brecha existente entre los países desarrollados del hemisferio norte y los países pobres del hemisferio sur, que en ocasiones se conforman con asistir sin mayores expectativas de logro.
Tener la sede de la justa olímpica arroja un plus. Además de ocupar los reflectores de todo el planeta por tres semanas, es evidente que los países en cuestión, desarrollan proyectos de infraestructura turística y generan capital social y voluntario. Sin embargo, no nos equivoquemos, no todo es miel sobre hojuelas, ser sede implica también grandes costos y riesgos. Las olimpiadas en Londres costaron 14 mil millones de dólares y los casos de Montreal y Atenas nos recuerdan que el esfuerzo y un mal manejo de los recursos puede llegar a endeudar a cualquiera.
En 2016 Brasil estará al frente. Sus compromisos son muy grandes pues además de las olimpiadas será sede también de la Copa Mundial de Fútbol. Los indicadores económicos, como quedaron demostrados en la cancha contra la selección mexicana no son muy alentadores. México ha estado creciendo ya al doble de Brasil, por lo que, por la salud del continente esperemos que Brasil logré beneficiarse de los instrumentos del poder suave y no pierda el lugar y las expectativas que hasta ahora se tienen en el gigante del sur ¡¡