Por Claudia Itzkowich
En los años setenta, en Nicaragua, la gente procuraba evitar las bombas. El mexicano Manuel López buscaba música tropical.
Su curiosidad nació en 1973. Tendría unos 16 años, escuchaba rock, y le gustaba jugar futbol en los torneos de barrio… hasta que le lesionaron la rodilla.
Mientras guardaba reposo en el hospital, un amigo le llevó un tornamesa con bocina integrada, con discos de la Sonora Matancera, cumbia, salsa; ritmos que él desconocía.
Desde ahí empezó a ir a las tardeadas y descubrió los “sonidos”, los encargados de seleccionar la música de los bailes de la ciudad. Pero cuando intentó hacer como ellos se topó con la discriminación de disqueras y radio difusoras, que favorecían a los sonidos más establecidos.
Fue lo mejor que pudo pasarle a los aficionados al baile tropical de las delegaciones Gustavo Madero, Venustiano Carranza, Azcapotzalco.
Este rebelde imparable, partidario de la revolución cubana y el espíritu hippie de la época, decidió no volver a poner un pie en lugares como La Vitrola o RCA Victor. Más bien dejó de comprar discos un año para ahorrar lo suficiente y emprender un viaje en el famoso Tica Bus desde México hasta Colombia. Así se enteró de cómo se hacen transacciones con quetzales, de que una cola puede ser un refresco, de que a Colombia no podía viajar por tierra.
Llegaba a las ciudades al caer la tarde e, ignorando las advertencias de las autoridades, se metía a mercados y casas de coleccionistas en busca de aquellos músicos que nadie más conocía en México.
Volvió de ese primer viaje con 70 Long Plays de música guatemalteca, hondureña y panameña, y se descubrió más consentido en Colombia que en México, lo cual marcó la pauta para el resto de sus viajes, que lo han llevado a Ecuador, Venezuela, Perú, Bolivia, Cuba, República Dominicana; incluso a Cataluña, adonde descubrió el sello Tumbao, que rescataba grabaciones cubanas que nadie más estaba editando, como el Conjunto Casino, Gloria Matancera, Conjunto Matamoros.
Su reputación llegó a ser tal, que varias madrugadas, después de los bailes, otros sonidos venían a preguntarle por la música que habían puesto. Incluso el Sonido Fascinación, que tenía la costumbre de cubrir sus discos, como para conservar la exclusiva de un tema: que quien quisiera escucharlo tuviese que seguirlos en vivo fiesta tras fiesta.
Sin embargo, para don Manuel, responsable de mucho de lo poco que conocemos de salsa peruana, venezolana o ecuatoriana en México, abrir una tienda de discos fue un paso natural, al igual que editar compilaciones en CD, donde rescata grabaciones que se habrían perdido para siempre si él no las hubiese conservado en vinil.
Es el caso de las guarachas que grabó Miguel Aceves Mejía: un buen día alguien llegó a la tienda y arrasó con todas esas grabaciones. Venia de parte del cantautor chihuahuense, quien había olvidado por completo haber hecho esa música.
Algo similar le sucedió con las primeras grabaciones del ecuatoriano Polibio Mayorga, que Discos Cordillera ya tampoco tenía.
Los coleccionistas de viniles, ésos que están dispuestos a pagar miles de pesos por un LP del peruano Melcochita, vienen a su tienda de República del Salvador, en el centro, los sábados, mientras que entre semana lo buscan los cazadores de compactos, en especial de sus compilaciones, como Ondina, que reúne cumbias interpretadas por Gildardo Montoya, Manuel Mora o Gilberto Salazar.
Pero quien quiera saber de verdad de qué se trata Sonorámico, tendrá más bien que bolear un par de zapatos y enterarse del próximo baile en: musicasonoramico.com.mx
Algunas recomendaciones de Don Manuel:
De Venezuela: Frank el Pavo Hernández
De Colombia: Gildardo Montoya
De Guatemala: La Orquesta de Jimmy Contreras
De México: Grupo La Libertad
De Salvadoreño: Lito Barrientos