Dios devasta pero también cura, el quinto disco de Lucas Santtana, podría colocarse sin errar en las secciones de pop, jazz, electrónica o rock. Ponerlo en la de música brasileña sólo porque el cantante y guitarrista (y flautista y compositor y productor y DJ…) nació en Bahía sería una de las salidas más flojas.
La voz y la guitarra de temas como “Now No One”, donde habla del movimiento Occupy, recuerdan más al blues y al folk estadounidenses que a cualquier música nacida en el sur del Ecuador, mientras que en “Jogos Madrugais” por ratos modula la voz en un falsete estilo Sting -¡o Gotye!-, sólo que superpuesto a una textura hecha de guitarrazos y varias capas de loops, escalas y otros inclasificables sonidos sintéticos.
Y está “Ela É Belém”, en la que intercala muestreos de música sinfónica con un tecno fácil y repeticiones tan ridículas como las de José María Napoleón en “Ella se llamaba Marta”. Lo genial es que el resultado es un escarpado viaje de cuatro minutos a través de todos sus talentos y una tupida paleta de estados de ánimo.
A lo largo del álbum se escucha también algo de ska y jueguitos pegajosos a la Manu Chao (“Se Pá Ska”), fanfarrias (“Vamos Andar Pela Cidade”), y sí, también huele a veces a samba (“Dia de Furar Onda no Mar”).
Pero no es ese irritante eclecticismo forzado, sino un reflejo genuino de los gustos y referencias de Santtana, un artista que a los veintitrés años rechazó una beca para estudiar en la Escuela de Música de Karlsruhe, en Alemania, para tocar con Caetano Veloso y Gilberto Gil en la gira de Tropicália 2.
Lo cual lleva a “O Deus Que Devasta Mas Também Cura”, quizás el tema más entrañable del álbum, donde no queda más remedio que evocar la dulzura y la cadencia de Veloso-arquetipo-divino; pero donde la estética de Santtana se despega con el uso de metales en una armonía que sólo él habría podido firmar.