Fotos Yunuén Velázquez / Ocesa
Esos Foals. Algo tienen que enloquecen a la banda. No sé si sea el pelo de perro de aguas español de Yannis Philippakis, su vocalista; pero asumo que no sobra, porque además el tipo es un guapo y es encantador. No sé si sea la capacidad que tienen de tocar tanto pop con tintes ochenteros como math rock atascado y demoledor. No sé si sea que cuando se presentan en vivo le vuelan la cabeza a todos los asistentes. Lo que sí sé es que ese perrito de aguas y su banda de Oxford, con esa combinación de géneros tan dispar, le volaron la cabeza a un Plaza sold out y emocionado como pocas veces lo he visto.
Y sí. Ayer fue la primera de dos fechas de Foals en el Plaza, y su cuarta vez en México. Yo he ido a dos de cuatro; en la primera, me tocó la angustia de estar en el medio de ese chorizo de escenario donde estuvieron en Corona Capital y sentir que si pasaba cualquier cosa no había escapatoria. En esta segunda, nada de angustia; el Plaza es un venue maravilloso, amplio y bonito, con un audio impecable. Le sacaron provecho, la verdad; se nota que han salido de gira y que han ensayado, suenan amarrados y se adueñan del escenario como hace un par de años no lograban aún.
La razón de tanto regreso al DF es clara: los chilangos los AMAN. Como a pocas bandas nuevas, me atrevo a decir. El 11 de febrero de este año salió su tercer álbum, Holy Fire (Transgressive Records), y pasa lo que con pocos artistas estos días: los fans se lo saben todo de memoria. Te cantan tanto las del Antidotes como el Total Life Forever como cualquiera del último disco, a escasos dos meses de su lanzamiento. Se siente bonito ver un concierto así. Es padre que entren al escenario uno por uno y la gente le grite a todos y aplauda y grite más, “Foals, Foals, Foals”, y “Yannis te amo” y todas esas frases y dinámicas que normalmente se reservan para grupos grandes, tipo “Robert Smith cásate conmigo aunque seas como una señora gorda y vieja de Las Lomas”.
Lo bonito de su show es que, además de dar un paseíto por toda su trayectoria, le hacen guiños a su estilo inicial, de guitarras atascadas, aun en sus rolas más cargadas de sintetizador; los Foals suenan a Foals y en vivo suenan a Foals en llamas. A lo que voy con esto es que tienen un estilo propio y evidente, sin importar si están en su época de tributo ochentero o no, y esto hace que sus conciertos sean una unidad, en la que el público se deja perder y la vive intensamente hasta el cierre. En este caso, logrado de forma espectacular con "Two steps, Twice". Termina igual que empezó en materia de luz; reflectores azules y morados, y muy adecuados. No sé por qué Foals me remite a esa paleta de colores, azul, morado, fríos pero extrañamente acogedores.
Tocaron quince canciones, magistralmente, y la gente no solo se sabía las letras, sino también los nombres. Yo, que pensaba que eso de conocer los nombres de las rolas era una cosa de mi generación perdida por el uso y abuso de formatos digitales y descarga musical (si escucho cientos de canciones a la semana, de decenas de bandas, difícilmente me las voy a aprender, ni el nombre, vaya). ¿Mi momento favorito? Su combo de baladas: "Spanish Sahara" primero y después "Red Sox Pugie" y "Late Night". Conmovedores y hermosos, mi corazón de pollo y yo estábamos felices.
Si van hoy martes al Plaza para su segunda fecha, prepárense para saltar y cantar. No se dejen engañar por la idea de que los fans de Foals son puros mirreypsters sin interés en nada más que el perfecto acomodo “desordenado” de sus cabellos. Ayer el foro estaba lleno de fans aguerridos, de gente que dejó ahí un poquito de corazón y que va a volver a llenar el venue en caso de que el año que entra esta banda nos visite de nuevo. Porque si algo hizo esta cuarta visita de Foals a México es dejar muy claro que al menos en este país no son una moda pasajera: nos enamoraron, y estaremos pendientes de cada paso que den en su carrera.