Por Rodrigo Martínez Nos subimos al coche- o nos ponemos los audífonos- y presionamos play. Comienza el revuelo de sonidos alterados. Entran guitarras con distorsión, suenan los samples de grabaciones ajenas a la presente, se loopean un par de voces y se crea una rara textura; todo al compás marcado por una caja de ritmos. La música en nuestros días está repleta de esto; es impresionante el tipo de sonoridades a las que se puede llegar después de estar un par de horas frente a una máquina presionando todos los botones y girando todas las perillas. Ya todos podemos tratar de hacer música.
Sin embargo, cabe resaltar que siguen existiendo niveles en cuanto a composición musical, y que si lo único que estamos escuchando durante el día es el “Gangnam Style”, o bien, a Tame Impala y su exquisito licuado de efectos y psicodelia, no quiere decir que la música de cámara o de concierto esté reservada para la tercera edad, o en su pero caso, muerta.
Con leer “música de concierto”, es posible pensar en la sala Nezahualcóyotl y en esa pequeña siesta que –sin querer– nos echamos a la mitad del segundo movimiento de la Novena Sinfonía. Y con leer “ya todos podemos hacer música”, se puede sentir un tono que indirectamente sataniza a la gente que prefiere pasar horas jugando con delays o haciendo beats, a diferencia de pasar horas frente al piano y al papel pautado. No es el caso. Lo que merece ser notado es la diferencia entre “jugar” con una maquina de ritmos, y “componer” con una maquina de ritmos, o el “hacer ruido” a diferencia de “crear texturas”. Dos músicos –entre muchos otros más– que han captado estos conceptos con suma maestría son Ólafur Arnalds y Nils Frahm.
Arnalds es un joven compositor islandés que, así como ha podido musicalizar una serie de televisión (Broadchurch 2013), o cine (PressPausePlay 2011), también ha aparecido en escenarios con Sigur Rós o en plataformas de música “alternativa”, como la estación de radio KEXP. Este compositor ha logrado un éxito musical a través de una cuidadosa mezcla entre lo “clásico” y lo moderno. En su último disco, For Now I am Winter, el trato sonoro va desde el cuarteto de cuerdas hasta las secuencias electrónicas, desde lo instrumental, hasta lo cantado. La canción “Old Skin”, es un claro ejemplo de cómo se puede generar una textura con una caja de ritmos por que el desarrollo musical lo pide a diferencia de que ésta sea la base de todo.
Por otro lado, Nils Frahm, un alemán que se introdujo a la música académica a través del estudiante del estudiante de P.I. Tchaikovsky, trata la música y sus texturas de una peculiar manera que lo han llevado alrededor del mundo; a México vino como parte del festival MUTEK, donde interpreto el piano mientras su computadora generaba ambientes digitales, y visuales.
Teniendo recursos de producción digital, el pianista prefiere generar texturas a base de métodos de grabación o técnicas instrumentales. En su álbum Felt, la música adquiere texturas que van más de la mano con la parte abstracta del sonido que con la concreta, o electrónica. Frahm puso una tela sobre las cuerdas del piano para generar un tono intimo, y acercó los micrófonos de tal manera que el sonido de las respiraciones del interprete, o de sus dedos tocando la madera estuviera igual de presente que el de la lluvia en el exterior, y por supuesto, el de las notas producidas por varios teclados. En la canción “Keep”, se construye una elaborada textura que una pedalera, o un software no te daría fácilmente.
Nils Frahm - Keep (unofficial video) from Mortimer Petre on Vimeo.
Sensibilicémonos ante las infinitas posibilidades de crear sonidos hoy en día, y celebremos a quienes lo comprenden y lo usan a su favor, al del público y al de la historia musical.
Por @ElRoyMT