Estaba ahí para todos nosotros. Lidya Romero El Cuerpo Mutable Rituales Teatro Principal
Por Agustín Peña
Un repartidor de tanques de gas atraviesa la calle con un sonido hueco y profundo, en transmisión en vivo todos guardamos silencio solo para permitir que ese sonido tan cotidiano, insignificante, formara parte del paisaje sonoro de todos los radioescuchas. Eso es un ritual para el vendedor, y para nosotros. Levantarse y verse al espejo, repasar lo que uno hará en el día, decidir la ruta y el transporte, qué desayunar, actos sin valor que definen cada paso nuestro en el transcurrir de horas, días, vidas. Así podemos definir esta coreografía de un personaje que ha llevado marcada la ciudad y su entorno ruidoso en su obra coreográfica, una artistas sensible, que igual pone atención en la manera de sostenerse en el vagón del metro como del acto convencido del merolico y su arenga. Cada gesto es un paso de baile, llevado al escenario se eleva a la categoría de arte. Ahí radica el legado de Lidya Romero y su Cuerpo Mutable, que festeja treinta años de danza, en poner atención en la rigidez o soltura, la rapidez o lentitud con la que nos desplazamos o vemos cómo se desplazan los semejantes. Quizá no haya alguien más conciente de estos movimientos como ella en nuestra danza mexicana, tema digno de ensayo.
La coreografía hace eco, de la mano de Mauro Gómez, de los temas urbanos, de los ritmos callejeros, del sentido de barrio y de identidad citadina, un oxímoron constante de la Ciudad de México, que es cosmopolita rural. Cosa que sin duda, bajo muchas lecturas: social, política, artística, no deja de generar tensiones. Sí, el cuerpo del bailarín está sometido a un continuo impacto.
FOTOS: Christa Cowrie / FIC