La ciudad de Rockdrigo González 30 años después

Este texto fue publicado originalmente por Más de 131 el 19 de septiembre de 2015.

Por Israel Espinosa Ramírez

Fui a Ciudad Universitaria por primera vez en septiembre de 1998, estaba por cumplir 15 años. No estoy seguro de si me escapé o mi padre me dio permiso. Ni siquiera tenía una idea clara de cómo llegar: tomé un camión en Barranca del Muerto que se fue por toda avenida Revolución y acabé caminando desde Loreto hasta la Facultad de Filosofía y Letras.

Estaba muy emocionado, iba con uno de mis mejores amigos de la secundaria, Leonardo. El motivo de esta aventura era el décimo tercer aniversario de la muerte de Rodrigo González en el Auditorio Justo Sierra, conocido como “Che Guevara”.

La primera vez que escuché la música de Rodrigo González, o lo que mi memoria me permite recordar, fue con el grupo Dama, que a principios de los noventa había grabado un par de discos con sus éxitos. Fueron muy populares, tanto que mucha gente pensó que era el propio Rodrigo el que cantaba, incluso yo lo hice por un tiempo.

Éramos muchos en el lugar, la entrada costaba 20 pesos, nosotros habíamos llegado muy temprano y conseguimos asientos en tercera fila. Me sorprendía el ambiente que se respiraba: solemne y festivo a la vez; todas las bandas y artistas que participaron hicieron referencia a la importancia del “profeta del nopal”, de su legado. La verdad no entendía muy bien a qué se referían; hasta hace poco me empezó a quedar más claro.

Hablar de González es hablar del movimiento Rupestre y no; es decir, Rodrigo como una especie de leyenda o Rodrigo como parte de algo más grande. Se puede hablar de Rodrigo sin hacer referencia a los Rupestres pero no lo contrario. Además, se puede hablar de ellos como una ruptura en la historia de la música popular o como un grupo de desadaptados salidos de la nada.

Foto: Nora Hinojo / @MorasFurthur

Los años setenta son considerados como una especie de agujero negro en el rock nacional.  A pesar de las políticas de represión en contra de toda la actividad juvenil derivadas de los sucesos de 1971 en San Cosme, los conciertos se siguieron realizando en lugares con nula infraestructura y alto riesgo para los asistentes. Aunque este tema debería tratarse de manera más extensa, se debe señalar que durante esta época el gobierno no otorgaba permisos para realizar este tipo de eventos,  y los empresarios tampoco hacían mucho por revertir esta situación, al grado de no pagarle a los grupos o llevarlos a tocar con engaños. Lo anterior  contribuyó a la desaparición de muchos proyectos y a la pauperización de la escena rockera, que además, claro, sufría la persecución de la policía.

Por supuesto, existieron  honrosas excepciones. En ese sentido se puede decir que hubo una especie de desarrollo paralelo dentro de la propia escena que hacia finales de dicha década se fue agudizando más. Por un lado, se siguió la línea del rock progresivo y de experimentación sonora que tenía sus orígenes en el movimiento chicano, pero que empezaba a tener una fuerte influencia del movimiento del rock en oposición. Bandas como Decibel o los encuentros de “Como México no hay Dos” hacían gala de una maestría en el uso de la tecnología y del conocimiento de la teoría musical de las vanguardias europeas. Por otro lado, se empezaba a gestar un incipiente movimiento punk que tuvo una fuerte contradicción en su seno:Size era cercano a las vanguardias antes mencionadas y Rebel d’ punk tocaba en estos lugares clandestinos y marginales junto con algunas bandas que seguían teniendo una fuerte influencia del rhythm and blues,  inicio del movimiento urbano.

En medio de estas dos corrientes se empezaba a gestar un movimiento que tenía como influencias dos caminos distintos pero acabaron por tocarse. Este nuevo movimiento se bautizó después como rupestre, que provenía de una combinación del canto nuevo latinoamericano, englobando a la nueva trova cubana y la música de protesta nacida en el ámbito anglosajón. Si bien no es lo mismo hablar de Bob Dylan que de Silvio Rodríguez, en México, se dio una agradable combinación de estos, cuyo antecedente encontramos en  personas y agrupaciones como Judith Reyes, León Chavez Texeiro, On’ta, Los Tepetlates, Amparo Ochoa, Los Nakos, La nopalera o La  Peña móvil, quienes habían participado en su mayoría dentro de movimientos estudiantiles, obreros y campesinos de izquierda. Como culminación, el disco Sesiones con Emilia de Jaime López, Roberto González y Emilia Almazán, fue un parteaguas en la estética rupestre y dio salida a una nueva generación de músicos, que se podían identificar como roqueros y no, que podían ser trovadores y no, pero además podían ser poetas y no, de izquierda y no.

Rockdrigo y el Manifiesto Rupestre

El primer festival de la creación rupestre se llevó acabo en 1982 en la sala Ollin Yoliztli de la Ciudad de México. En él participaron diversos músicos y cantores, no solo los que reconocemos como rupestres, entre ellos Javier Bátiz y Alejandro Lora. Alain Derbez, uno de los organizadores  junto con Marcela Campos, escribió sobre qué era la creación rupestre, haciendo referencia a la idea de construir arte con lo que se tenía a la mano y no por eso ser de mala o baja calidad; construir con lo que se puede, pero teniendo una propuesta estética que deja huella en quien lo observa y escucha. Este primer festival también contó con la participación de artistas plásticos, escritores y editores.

Foto: Nora Hinojo / @MorasFurthur

Al año siguiente,  Rodrigo redactó el Manifiesto Rupestre que todos conocemos como justificación para subsecuentes festivales y apoyos, aunque en él se revela mucho de lo que entendía como creador y construye una propuesta estética que se verá reflejada en sus composiciones:

No es que los rupestres se hayan escapado del antiguo Museo de Ciencias Naturales ni, mucho menos, del de Antropología; o que hayan llegado de los cerros escondidos en un camión lleno de gallinas y frijoles.

Se trata solamente de un membrete que se cuelgan todos aquellos que no están muy guapos, ni tienen voz de tenor, ni componen como las grandes cimas de la sabiduría estética o (lo peor) no tienen un equipo electrónico sofisticado lleno de síntesis y efectos muy locos que apantallen al primer despistado que se les ponga enfrente.

Han tenido que encuevarse en sus propias alcantarillas de concreto y, en muchas ocasiones, quedarse como el chinito ante la cultura: nomás milando.

Los rupestres por lo general son sencillos, no la hacen mucho de tos con tanto chango y faramalla como acostumbran los no rupestres pero tienen tanto que proponer con sus guitarras de palo y sus voces acabadas de salir del ron; son poetas y locochones; rocanroleros y trovadores. Simples y elaborados; gustan de la fantasía, le mientan la madre a lo cotidiano; tocan como carpinteros venusinos y cantan como becerros en un examen final del conservatorio.

Rodrigo y los rupestres en general construyeron un puente entre lo que se consideraba “de baja calidad cultural” y “lo intelectual”; es decir, lo que se había construido en los márgenes de la escena del rock de los años setenta y que de alguna manera se enfrentaba a las vanguardias de los grupos de experimentación electrónica y progresiva que sí tenían, algunas veces, apoyo de instituciones culturales. Se alejaron de la alineación tradicional de una banda y construyeron una estética particular a partir de su persona, su voz y su guitarra, aunque el propio Rodrigo después tocó con la banda Qual.

Algo muy importante para los rupestres fueron sus letras, que para algunos de nosotros son poesía, con fuertes influencias de los beatnik;  para otros son manifiestos políticos que enarbolan la justicia y para otros tantos tan solo son ingeniosas canciones que retoman la sabiduría popular. En general, intentaron tomar la vida cotidiana y darle no solo un giro poético, sino, mostraron lo poético de ella, regresaron, como el mismo Rodrigo menciona en algunas canciones, a los arquetipos de la sociedad y los transformaron en héroes de batallas épicas contra la explotación, la ciudad y el amor.

https://youtu.be/7M02WyxOyJ8

Rodrigo particularmente le cantó a la ciudad, una ciudad que hizo suya, la imagen de decadencia que le imprimió no es una queja, aunque tampoco está dispuesto a dar una opción esperanzadora, parecería que era algo que él particularmente disfrutaba. En canciones como Aventuras en el DF narra historias fantásticas que ocurren entre las calles de la ciudad, la violencia de lo cotidiano, y equipara a sus personajes con monstruos terribles. Las vicisitudes de esa aventura no le parecían ni buenas ni malas, sólo las narraba como una condición inherente a la ciudad misma.

https://youtu.be/mZ3x9C2mA9o

En sus canciones retrata a las personas de la urbe como destinados al sufrimiento, como si fuera la irremediable condición de ellos por habitarla, aunque no siempre esa manera de hacerlo es trágica, por el contrario, Rodrigo pudo narrar la tragedia desde el buen humor y la cábula. Este estilo particular desenfadado y un tanto cínico le permitió llegar a un público muy amplio y tener una fuerte influencia en las distintas ramas del rock. Pocos actualmente negarían la importancia de los Rupestres en casi todos los ámbitos de éste, pero menos aún la importancia de Rodrigo.

Cuando los discos de grupo Dama salieron, parecía lógico, la virtud más grande de las canciones de Rodrigo es su universalidad, su capacidad de diálogo entre clases sociales, la posibilidad de construir un futuro mirando al pasado, pero sobre todo, la posibilidad de mirarse en ellas, de mirar la ciudad en cada palabra y también encontrarse ahí, sentir ese desamor, deseo, denuncia por la explotación, la tristeza y el desamparo que la ciudad regala. Eso definitivamente no tiene barreras.

Los Rupestres siguen vivitos y tocando, la memoria de Rodrigo está encarnada en ellos y cada 19 de septiembre le hacen homenaje a ese fantasma que sigue rondando la ciudad. Después de ese septiembre de 1998 asisto a los homenajes cada vez que puedo, siempre abarrotados, especialmente aquellos realizados en el Multiforo Cultural Alicia, esto es, la mayoría. Nina Galindo, Roberto González, Rafael Catana, Fausto Arrellin, Roberto Ponce, Eblen Macari, Armando Rosas y Carlos Arellano, junto con los añadidos, Gerardo Enciso, Armado Palomas y Leticia Servín, siguen manteniendo viva la tradición rupestre.

Rodrigo sin duda es un Chava Flores de la posmodernidad, sus canciones siguen siendo actuales y en su décimo tercer aniversario luctuoso, el mismo que el de la tragedia más grande de la ciudad, el terremoto de 1985, quedó sellado el destino de ambos.

https://youtu.be/G38-S7kaMZc

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