Hay bandas que necesitan de una historia discográfica de muchos años para ser determinada como influeyente dentro del contexto musical en el que se desarrollan. Mientras esto le sucedió a proyectos de este corte de cuyo nombre ya no se habla más, a Yeah Yeah Yeahs lograr la hazaña de desvirtuar predicciones en contra, le tomó tan sólo 40 minutos. Con opiniones yuxtapuestas y un futuro todavía difuso en ese entonces, el trío de Nueva York liderado por Karen Orzolek lanzó Fever to Tell tan sólo dos años después de su primer EP homónimo.
En un mundo donde las figuras destacadas eran en su mayoría hombres, Karen O logró redefinir e hibridar el paradigma de riot girl en la música a través su voz y estilo propio. Fue así como su actitud irreverente y sus gemidos de vértigo sugerente hicieron que, de manera súbdita, Yeah Yeah Yeahs se transformara en el paquete completo junto con los estridentes riffs y distorsiones de la visceral guitarra de Nick Zinner, mismos que, curiosamente, lejos de ser acompañados y seducidos por un bajo, recaían cadenciosamente en los incesantes redobles de Brian Chase.
Fever to Tell, más que una composición de larga duración, es y fue, en esencia, el manifiesto de la fusión de garage-punk y rock, la resurrección del erotismo de arquetipos femeninos olvidados, y la materialización a través del sonido del caos emocional mediante la generación de himnos que definieron a una nueva generación lista para adaptarse a tendencias heterogéneas y guardar en el sótano a la escuela predecesora de los noventa como algo no más que un buen recuerdo.