Fatoumata Diawara @ Plaza Condesa

Por: Roy Martínez Fotos: Daniel M. Torres

El jueves pasado, el Plaza Condesa se pintó de colores Africanos. Mucha gente estaba ocupada teniendo una emotiva velada con OMD en el Teatro Metropolitan, o enfiestando en el José Cuervo con Two Door Cinema Club, pero otros optamos por gozar de la música de Fatoumata Diawara en una íntima noche de abril.

El preludio al evento fue algo incomodo. Habíamos ciertas personas desafortunadas que, por no llegar temprano, teníamos que esforzarnos por encontrar un espacio óptimo para ver el escenario. El lugar no estaba lleno de personas, sino de mesas altas con gente que se molestaba fácilmente si le bloqueabas la vista. Se estaba construyendo una tensión (al menos en mi persona) que se desvaneció en el instante en que Fatou subió al escenario.

Vestía ropa típica de África, acompañada de joyería Massai, y portaba una guitarra que uno esperaría ver en manos de un metalero con dedos de gusano. La B.C. Rich de color rojo sangre sentó las bases para lo que sería una presentación llena de sorpresas.  Apenas salían las primeras notas de su boca, y ya se sentía un escalofrío sublime en los brazos y estómagos del público entero. Estábamos enganchados.

La acompañaban un guitarrista francés, y dos africanos, uno en el bajo eléctrico, el otro en la batería. En su mayoría, la lista de temas que presentó emanó de su álbum debut, “Fatou”. Fue un principio tranquilo; Diawara se mantuvo estática frente al micrófono. Presentó canciones como “Clandestin”, “Kanou”, y “Sowa”, todas con una breve introducción acompañada de una sonrisa y un mensaje cargado de importancia social. El cabello de la cantante seguía amarrado, la gente seguía sentada, y el baterista tocaba con escobillas.

 

Fue a partir de la sexta canción, “Kèlè”, que el público empezó a moverse. Se veían cabezas yendo y viniendo; jóvenes levantado los hombros, y sacudiendo los pies mientras que a Fatoumara se le iba dificultando mantener la joyería, y el turbante en su lugar.  La introducción a “Bissa” marcó el inicio de la fiesta. La cantante de Mali le preguntó al público si le gustaba bailar, e inmediatamente la gente que se aglomeraba en los rincones se acercó a la pista. El público pasó de estar conformado por los que gozaban de asiento y los que no, a uno unido por el baile. Durante “Bakonoba”, el público ya aplaudía con ritmo, y cantaba lo que le era pedido. El guitarrista improvisaba, el bajista grooveaba, y la batería resonaba con la madera de las baquetas.

El concierto no se estacionó en esa fiesta amena. Cuando el público presenció la energía de Fatoumata mientras cantaba “Alama”, quedó claro que el baile no sería suficiente, y la noche adquirió un aire espiritual; la africana daba rápidas vueltas sobre su propio eje mientras cantaba; cuando paraba de girar el cuerpo, comenzaba a girar la cabeza, y en los momentos en los que dejaba de girar por completo, la cantante soltaba gritos llenos de pasión –los mexicanos escuchamos a un continente gritar a través de las cuerdas vocales de Diawara. “Si hay un espíritu que nos protege en África, es el espíritu de la música”, dijo la joven maliense cuando se preparaba para darnos una cátedra sobre el compás de seis octavos. En la última canción antes del encore, la banda mantuvo un mismo ritmo durante varios minutos, éste estaba en 6/8 (seis octavos). Fatou nos explicó que éste es un típico ritmo africano, y lo ejemplificó con distintos bailes, cada un representativo de algún país africano. Nos llevó en un recorrido que pasaba por los saltos de Kenya, hasta el baile voodoo del norte de Senegal. Nuestros cuerpos trataban de seguirla.

 

En la última canción, cada músico improvisó. La batería sostuvo un solo en donde el público participó cantando la palabra “badwell” (o algo parecido), a manera de llamado y respuesta. El evento se acercaba a su climático final. Fatoumata nos recordó que todos somos hermanos, y que el color de la piel no es tan importante como el color del alma. Sus palabras no hacían más que inspirar al público a seguir bailando. Acabó por invitar a la gente a subir al escenario. Cuando esto sucede, es común ver a toda la gente en el escenario fungir como un ganado que sigue a un líder y que está en constante lucha por no estar al frente del escenario, con miedo de hacer el ridículo. Éste no fue el caso en el Plaza Condesa, el pasado jueves. Las personas en el escenario bailaban a su gusto: habían llegado a un punto de liberación total. Todo gracias a Fatoumata Diawara.

 

 

 

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