Por: J.P. Alvarez ¿Cuáles son los temas que suele abordar David Toscana en su literatura? Al leer novelas como El último lector, El ejército iluminado o Los puentes de Königsberg, uno se da cuenta de que todo gira en torno a la muerte, a las historias y a las palabras; sus personajes transitan entre lo patético y lo heroico sin darse cuenta de que viven en un sórdido mundo de fantasía. Y, hurgando un poco más en sus libros y su columna Toscanadas (que publica en el suplemento cultural Laberinto), encontramos temas como la literatura rusa, el carácter, el miedo o la idiotez.
En esta ocasión, platicamos con David de su nueva novela, La ciudad que el diablo se llevó, en la cual narra las peripecias de cuatro amigos polacos, sobrevivientes fortuitos de las grandes masacres de la Segunda Guerra Mundial. Ellos suelen reunirse para festejar la vida en medio de la destrucción, a emborracharse y contarse historias en una Varsovia arrasada por la muerte.
¿De dónde surge la idea de esta novela?
La idea inmediata nace porque me fui a vivir a Varsovia y el primer día que salí a caminar por allá encontré muchos monumentos, placas y veladoras que decían “aquí fusilaron a tantos polacos, aquí ejecutaron a tantos, aquí murieron tantos…” La guerra está muy presente a través de estos homenajes a los muertos. Me llamó mucho la atención la forma tan absoluta en que se había borrado todo lo que tenía que ver con los judíos. No sólo porque Hitler bombardeó la ciudad, cuando los soviéticos se instalaron ahí no hubo la menor intención de hacer un homenaje o un monumento, nada. Todo lo que veía en Varsovia tenía que ver con los temas que siempre había tratado en mis novelas. Sentí que Varsovia era como mi paraíso novelero.
A diferencia de tu novela Los puentes de Königsberg, donde unes de cierta manera esta ciudad alemana con Monterrey, La ciudad que el diablo se llevó está totalmente ambientada en Varsovia, México se queda fuera, ¿obedece a algo específico este cambio o fue solamente por el hecho de vivir en Polonia?
Siempre me han tildado de escritor regional y claro que escribo sobre mi región, pero resulta que mi región ahora es Varsovia. La novela de algún modo es una continuación de Los puentes… porque ahí hablo de una ciudad que se destruye y en eso termina la novela. En La ciudad… parto de la destrucción y narro cuando los habitantes regresan a los escombros. Trato los temas que siempre me han interesado y Varsovia le dio continuidad a ese punto donde termina Königsberg.
¿Por qué prefieres retratar los momentos previos o posteriores del conflicto armado en lugar de escribir sobre la guerra como tal?
Aunque en Los puentes… me centro más en la guerra creo que ésta no es muy novelable en cuanto a bombas, ejércitos o balazos. La guerra es más narrable en esos momentos en que no hay una actividad. Por eso me gusta la novela de la Primera Guerra Mundial que se cuenta desde las trincheras, no cuando se están bombardeando sino desde esos tiempos de espera. Creo que no podría hablar específicamente de la guerra ni tratar de narrar toda una batalla, ni siquiera me gustaría mucho leerlo.
Haces algo parecido con el exterminio judío, no te centras en su tragedia sino en los rastros que quedaron, o mejor dicho que no quedaron, de ellos en Varsovia.
Si hay una historia que se ha escrito miles de veces es esa: la tragedia de los judíos. Me costó trabajo pensar desde qué ángulo podía hablar de esto y que no se sintiera el mismo cuento de siempre. Se me ocurrieron varias cosas, por ejemplo, la imagen de un teatro con tragedia humana dentro y los polacos dudando entre asomarse o no. Dudando por todas estas leyendas que había sobre los judíos, como que contagiaban enfermedades o sacrificaban niños. Pero lo narro desde fuera del ghetto. Dentro del ghetto esta historia se ha narrado incontables veces.
Los personajes principales de La ciudad… son muy curiosos, pero noto en varias de tus novelas una inclinación por los personajes tristes y un tanto marginales que se creen héroes.
Tienen un espíritu de fracasados pero son, a la vez, quijotescos. Ese es el personaje con el que puedo hablar. Tienen, por supuesto, debilidad de carácter, aunque a veces se envalentonan porque están bebiendo y quieren ir a rescatar a su amigo que está en la cárcel. En el fondo muchos somos así, creemos que somos valientes pero a la hora de la hora nos tiemblan las piernas. Creo que todos somos más valientes en la cabeza que en la vida real.
En todas tus obras le das mucha importancia al poder de las palabras, ¿a qué se debe?
Soy escritor porque me maravillan las palabras. Pienso que son las palabras las que nos vuelve humanos. Algunos animales tienen música, arquitectura o danza, pero la capacidad de formular con palabras historias y arte me parece algo tan grande que en buena medida por eso soy escritor, ¿cómo es posible no participar de esta cosa tan maravillosa?
Hay en tus novelas (y en tus columnas) una fuerte crítica a la estupidez humana.
Es un tema que me exijo, pero no me pongo como un juez que dice: “¡Bola de pendejos!” No. Me topo con mucha gente que me hace sentir como un idiota y por supuesto hago mucha auto-crítica y quisiera saber mucho más de lo que sé y tener más ingenio del que tengo. Mi punto de partida es una especie de oda al espíritu humano que se considera el manifiesto del Renacimiento: Hay gente que cuando se va del mundo no se lleva nada más de lo que sacó del vientre de su madre. La única forma de diferenciarnos de los animales y volvernos no un dios, ni siquiera un ángel, pero acercarnos a ellos, es con la lectura, es edificando el pensamiento, la razón y el conocimiento. Por eso en el Renacimiento se volvieron tan hambrientos por conocer. Cuando critico estas cosas en las columnas o en mis novelas tiene que ver con esto, ¿por qué si hay algo que nos puede alimentar de manera tan maravillosa lo dejamos pasar?
David Toscana, La ciudad que el diablo se llevó, Alfaguara, México 2012, 184 pp.