En este México de grandes contrastes económicos y de profundas desigualdades sociales es muy difícil tomar en cuenta e incluir en nuestros análisis a los mexicanos y mexicanas que están lejos de las ciudades y que enfrentan los flagelos de la discriminación, analfabetismo, hambre, desempleo, injusticia y violencia. En este proceso electoral nuevamente vimos como los candidatos y candidatas para la Presidencia de la República, senadores, diputados federales, diputados locales y presidentes municipales relegaron de sus agendas y de sus discursos a los pueblos indígenas.
En Guerrero subir a la Sierra o a la Montaña es experimentar a flor de piel el sufrimiento y la desolación de quienes son invisibles para los empresarios y los políticos. En estas regiones es común encontrarse con niñas y niños desnutridos, descalzos y enfermos; es cruzarse en el camino con mujeres que sólo hablan su lengua materna y que en todo momento cargan sobre sus hombros a su hijo más pequeño. En estas tierras hurañas los ancianos y las ancianas siguen trabajando en el tlacolol para poder sobrevivir con el sudor de su frente. No hay más trabajo que labrar la tierra, tejer sombreros, bordar huipiles, cuidar chivos, vender quelites, hacer comales, cortar adobes o involucrarse en siembras ilícitas.
Los gobiernos, de manera perversa, han vuelto intransitables las carreteras de La Montaña. Los políticos asíì lo han hecho, porque de otro modo, la construcción de carreteras dejaría de ser uno de los grandes negocios para quienes se han acostumbrado a vivir del dinero del pueblo. Todos estos caminos son el fiel reflejo de la corrupción y del latrocinio de los malos gobiernos que se han burlado de la dignidad de los pueblos originarios. Ningún ciudadano o ciudadana de la región de La Montaña ha tenido la dicha de conocer y disfrutar una carretera sin baches ni derrumbes, por el contrario, la experiencia durante toda la vida es viajar en camionetas de redilas salpicados por el lodo o cubiertos de polvo, siempre dando tumbos en todos los trayectos.
Los derrumbes son generalizados y la misma carretera se transforma en el cauce de las aguas de las barrancas que se desbordan, es imposible avanzar en vehículo a más de 30 kilómetros por hora. La carretera que alguna vez estuvo asfaltada está obstruida por piedras y cubierta de lodo chicloso.
Vicente Fox se ufanoì de ser un presidente comprometido con los más pobres de México por eso, en su visita a Metlatoìnoc en julio de 2005 apareció comiendo tortillas en el interior de la casa humilde de una mujer indígena, para mostrar su visión folclórica de cómo solidarizarse y combatir la pobreza.
Por su parte, Felipe Calderón hizo lo propio en Tlacoachistlahuaca cuando visitó por una hora y veinte minutos esta cabecera municipal donde habitan Nn anncue y Na savi. Fue su primera gira presidencial y en esta visita anunció un programa denominado Estrategia Integral para el Desarrollo Social Económico, que bien a bien, estos pueblos nunca supieron en que consistió. Por el contrario, con los temblores que iniciaron en marzo de este año, su precario patrimonio se les vino abajo, y al final del sexenio, al presidente Calderón se le olvidó que en la Costa Chica los indígenas ahora son más pobres que cuando los visitó hace seis años.
Es admirable constatar la fuerza y la resistencia de hombres y mujeres que habitan La Montaña, nada los ha vencido a pesar de padecer miles de sufrimientos, de experimentar sistemáticamente traiciones, desprecios y tratos discriminatorios. Primero fueron los políticos del PRI; luego conocieron a los políticos del PAN, que han gobernado por 12 años; y a nivel municipal y estatal saben ya cómo gobiernan los políticos del PRD. Ninguno de los tres partidos ha demostrado un verdadero compromiso con los pueblos indígenas de La Montaña de Guerrero. Más bien, todos han sido unos usurpadores, traidores y corruptos, porque son incapaces de revertir los escandalosos índices del analfabetismo, la desnutrición, las muertes maternas, el hambre, la migración, la inseguridad, la falta de justicia y la baja productividad de alimentos básicos.
Subir a la mixteca guerrerense donde se encuentran asentados los municipios más pobres del país, como Metlatoìnoc y Cochoapa el Grande es toparse con el drama más cruel que enfrenta nuestro país y nuestro estado. Vemos un paisaje donde todo está devastado, derruido, abandonado. El tiempo parece que se ha detenido y más bien, las condiciones de vida de las familias nos hablan de un retroceso de siglos. La causa principal radica en la forma como los gobiernos criollos y mestizos han tratado a los pueblos indígenas. Las instituciones del Estado han contribuido a pervertir y destruir la cultura comunitaria que representa un modelo alternativo cimentado en la igualdad.
Lejos estamos de pensar que en los pueblos indígenas predomina todavía la idea romántica de que los candidatos a presidentes municipales o diputados locales son personas honorables que han demostrado vocación de servicio y que han ocupado cargos comunitarios o que han demostrado virtudes y capacidades para gobernar a su pueblo. Esta visión del poder la han destruido los partidos políticos y sus líderes nefastos que llegaron al igual que los colonizadores rapaces, imponiendo su ley y sus candidatos.
Con la entrada de los partidos políticos a los pueblos indígenas se han ido enquistando grupos de la partidocracia que emplean prácticas caciquiles como el método más efectivo para tener el control del municipio. Estas prácticas no son exclusivas de un partido, más bien, forman parte de la herencia de un sistema autoritario y caciquil.
La descomposición del poder político al interior de los pueblos indígenas ha afectado su lucha para defender sus territorios y ejercer su autonomía política. Desde la comunidad más pequeña hasta la cabecera municipal se ha urdido una cadena de líderes locales que son expertos en controlar políticamente a la población a través de dadivas y de apoyos en especie. Estos controles corporativizados funcionan siempre y cuando esté bien aceitada la maquinaria con dinero contante y sonante. Ahora, en los municipios indígenas los que aspiran a ser candidatos de algún partido político, más que apelar al cumplimiento de las costumbres jurídicas de sus comunidades para ocupar algún cargo, tienen que buscar la manera de amasar dinero para poder ganar la Presidencia Municipal.
Las elecciones de este 1 de julio en Cochoapa el Grande y Metlatoìnoc, nos dan una radiografía de lo que realmente pasa en la mayoría de los municipio pobres, gran parte de la población indígena no sabe leer ni escribir, por lo mismo se vuelve dependiente de un líder que se encargará de instruirlo y cooptarlo para que forme parte de su clientela política. Esta lealtad es un valor muy arraigado entre la gente que porta una cultura comunitaria, le cuesta mucho ser como los políticos que fácilmente traicionan su palabra, ellos y ellas son fieles a lo que prometen, por eso en estas comunidades este valor es aprovechado por los lideres para asegurar votos cautivos. Con la esperanza de que su candidato gane la elección, la gente está dispuesta a salir de madrugada de su comunidad y caminar varias horas bajo la lluvia con tal de llegar a tiempo a las urnas. Son hombres y mujeres mayores de edad los que muestran gran fidelidad a lo pactado, en sus rostros descubrimos hambre pero también esperanza, resistencia y dolor, cansancio y el leve deseo de ser escuchados y atendidos por las nuevas autoridades. Desde temprano se forman, permanecen parados, en silencio, aguardando pacientemente su turno y portando su credencial, padeciendo hambre y cavilando cómo le van a hacer a la hora de votar porque no saben leer ni escribir. A lo único que le apuestan a la hora de tachar su boleta es atinarle al color de su partido.
Es impresionante ver una votación copiosa en las dos cabeceras municipales más pobres de este país, más impresionante aún fue ver un gran número de mujeres mayores y jóvenes ataviadas con sus huipiles, dispuestas a depositar en las urnas su palabra que ha sido vilipendiada. No cabe duda que la gente capta muy bien que esta es la coyuntura propicia para expresar su voluntad, saben que es su tiempo y su hora, entienden que ante la negación de los políticos para que participen en todos los asuntos públicos, este momento es el más idóneo para evaluar y castigar a las autoridades que los han ignorado y que a costa de su pobreza se han enriquecido. Lo mejor que pudimos observar en esta elección es la conducta ejemplar de ciudadanos y ciudadanas que en medio de su pobreza y la rabia contenida, decidieron participar masivamente para luchar contra la exclusión y la discriminación. Lo hicieron en un ambiente de tranquilidad con deseos de que las cosas cambien y con la motivación de que la fuerza de los ciudadanos y ciudadanas es la única que puede realmente transformar esta situación de oprobio. En esta elección, vimos la grandeza de los pueblos indígenas que luchan y resisten, que todavía le siguen apostando a los procesos electorales, que mantienen aún cifradas sus expectativas en un cambio democrático a través de este modelo de democracia electoral. Este ejercicio electivo nos muestra que en La Montaña hay mucho pueblo para partidos y candidatos que no tienen aún la estatura política que demandan ciudadanos y ciudadanas para acabar con la impunidad, la corrupción, la injusticia y la violencia.
Ahora sólo queda saber si los candidatas o candidatos triunfadores en esta elección, lo hayan logrado sin trampas ni fraudes, porque burlarse y traicionar la voluntad del pueblo es jugar con fuego y alentar una confrontación social de lamentables consecuencias. Los partidos políticos y los candidatos deben entender que los ciudadanos y ciudadanas ya no están dispuestos a sacrificar su vida y su situación de pobreza a cambio de seguir manteniendo a una clase política acostumbrada a vegetar y a realizar negocios particulares o de grupo en nombre de la democracia.
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