Los Pumas de la Universidad en un mal momento y su joven técnico, Antonio Torres Servín, con el agua en el cuello y las horas contadas en su cargo. Por el otro lado, regresó el mesías. El máximo referente de los extranjeros que han venido a jugar al futbol mexicano en los últimos años, ya enfunda el pantalón largo y lo acompaña un chicle en todo momento. El “Guaraní” José Saturnino Cardozo, toda una leyenda, tomó las riendas del Deportivo Toluca como estaba predestinado. La entidad mexiquense que albergó una noche “pambolera” a mitad de semana, es pequeña y de poco atractivo, pero respondió al llamado del “Diablo Mayor”.
Nos adentramos en el Estadio Nemesio Diez con pocos expectativas de un gran espectáculo futbolístico. Por consecuencia, el inconsciente de cualquier contiguo al césped y al balón, espera algo más allá de lo que ocurra en la cancha. Y pues… no pasó nada. No sabemos si es parte de la resaca que dejó en su mandato el presidente de la república, Enrique Peña Nieto, cuando gobernó la entidad mexiquense, pero en Toluca no hay ambiente, fiesta y podríamos decir, que se palpa un aire pesado en las calles.
Tal vez el Distrito Federal mal acostumbra al espectador, puede que lo apoteósico del Estadio Azteca sea incomparable con los 28 000 espectadores que recibe “La Bombonera”. Tampoco sería justo comparar la estética de un estadio como el Olímpico Universitario y mucho menos lo cálido de la Colonia Nápoles, en el Distrito Federal, que alberga el Estadio Azul. A comparación de la Colonia La Merced, donde se ubica el Nemesio Diez en Toluca. Pero sin contemplar esto, la jornada tres nos dejo huérfanos de futbol y de ambiente deportivo.
Sí venden comida, playeras y refrescos, pero hay poco ruido en las calles. Sí hay aficionados, pero no ocurre nada diferente. Sí hay policías, pero te sientes inseguro. Sí hay partido, pero no hay futbol. Y lo más impresionante, la funcionalidad del Estadio Nemesio Diez para su acceso a prensa, es nula. Un recinto tan pequeño y tan complejo para acceder.
La cifra exacta de aficionados que acudieron, proporcionada por la voz oficial del estadio, fue de 14 855 personas. Este número, pequeño o grande según como se quiera estudiar, abucheo a los equipos y se fue molesto a dormir. Un encuentro casi infumable. Un nivel futbolístico paupérrimo. Ninguno de los dos equipos pudieron hilar más de tres o cuatro pases seguidos. En distancias de tres metros los pases llegaban al contrario y no a su destino. “El Príncipe Guaraní” terminó sin saco y desfajado. Torres Servín se fue contento por el empate, al menos eso dijo. Contento con el funcionamiento, no sabemos que partido vio, y con esperanzas de mejorar.
Más de cincuenta periodistas se reunieron en un cuarto casi diminuto. La sala de prensa. Hablaron los técnicos ante preguntas vanas y sin sentido de algunos reporteros. Pero, ¿de qué otra forma se podía preguntar? Lo que ocurrió en el Nemesio Diez no se le puede llamar un espectáculo. Fue un trámite a mitad de semana. Un punto para cada equipo y sin números rojos. El saldo de la jornada fue de seis raquíticos empates de nueve encuentro.
Todavía, ¿se le puede llamar “Infierno” al estadio? ¿o el infierno es nuestro futbol?