Que Cristina Rivera Garza despliega en 119 páginas el esqueleto de una novela. Fría. Dura. Recta. Eso le diría a un improbable lector al otro lado de la pantalla si me preguntara por El mal de la taiga. Que sus recursos narrativos, sin duda, sumergen al desprevenido en un clima hostil, y conforme más avanza la novela, más se cuela el frío por la ropa, y uno desea huir de esos paisajes desolados, de los personajes incomprensibles, de esa prosa cortante y sus ínfimas oraciones. No puede. Debe seguir leyendo. La nueva novela de Cristina Rivera Garza narra la historia de una detective quien decide salir del retiro para emprender una misión frenética: Encontrar a la mujer de un millonario que, por supuesto, ha huido con su amante…A la taiga. Delinear de esta manera la trama es injusto; pareciera un libro fácil, sin mayores pretensiones que plasmar una anécdota sentimental y morbosa. Por si fuera poco, ya en la página 19, la protagonista nos revela que además de detective, escribe novelas negras de sus fracasos policiales, bebe vino blanco, y come pan de centeno con aceite de oliva. Adornos innecesarios que poco aportan a la trama.
Sin embargo, desde la primera frase, Rivera Garza sujeta a sus personajes con una prosa de hielo. Sus frases tan cortas y los saltos temporales, en vez de repeler, atrapan en una estética que se apega a lo desolado de los paisajes que describe. Con el paso de las hojas, las divagaciones de la narradora ya no molestan, sino que profundizan en el carácter de la protagonista e ilustran su entorno. La anécdota pasa a segundo término, y con cada paso hacia el final, se siente en los dedos un escalofrío que acerca a la locura. Entre carne de foca y bizarros puti-clubs, las escenas se van volviendo incomprensibles, y notamos a los personajes (y a nosotros mismos), padeciendo el temido mal de la taiga: El deseo de salir huyendo de esa eterna soledad, sin miedo a encontrarse de frente con la muerte.
La fuerza de las palabras de la autora, es también su propio mal, pues no permite que los personajes o el ambiente mismo se desplieguen con total libertad. Por momentos el libro parece un esqueleto que promete una gran historia, misma que no se alcanza a desarrollar por completo. La escritora sacrifica intensidad en lo narrado, pero la recupera (y sobrepasa) en el cómo lo narra.
Aderezado con dibujos de Carlos Maiques y un Playlist que dejo a continuación, El mal de la taiga juega con las percepciones del lector por medio de un lenguaje cuidado hasta el último punto. Si nos olvidamos un poco de la trama y nos dedicamos a sentir, más de uno puede llegar a vibrar con la crudeza y la belleza de este libro.
Les dejamos la lista de canciones, que según la misma autora, la acompañaron durante la creación de esta novela:
Aphex Twin, Rhubarb (on clasiccal guitar)
Einojuhani Rautavaara, Cantus Articus
Emancipator, First Snow (Soon It Will Be Cold Enough)
Sainkho Namtchylak, The Snow Fall With You (Cyberia)
Foals, Spanish Sahara (Total Life Forever)
Fever Ray, When I Grow Up (Fever Ray)
Sainkho Namtchlyak, Ritual Reality (Stepmother City)
Fever Ray, The Wolf
Sainkho Namtchlyak, Siberian One (Cyberia)
Juk Juk, No faith
Oval, Drift (O)
Mira Calix, Eileo (Eyes Set Against the Sun)
Lisa Gerrard, Come Tenderness (The Silver Tree)
Sainkho Namchylak, Lilla Evening (Cyberia)
Hauschka, One Wish (Room to Expand)