Fue en 2005 que me dañé el oído derecho, durante una tocada de DJ en la Terraza del Centro Cultural de España, en México DF. Haber estado expuesto al monitor de audio - a menos de un metro de distancia - fue algo que me hizo sentir la música intensamente, durante 4 horas, para no volver a escucharla igual, jamás. El oído es un sentido, al igual que la vista. Y el equivalente a lo que ocurrió entre el sonido constante desde las bocinas y la exposición directa a mi oreja, fue como estar mirando fijamente a un foco de 300 watts, durante 4 horas.
Combinado con un cuadro de Influenza Estacional que me provocó una fuerte infección que se extendió hacia el nervio auditivo y un "tapón" de mucosa infectada en los conductos auditivos, recuerdo aquel invierno del 2005, como una de las peores etapas de mi vida: (sumado con que acababa de separarme de la chica con la que estuve desde la primavera del 2003), tuve que pagar más de $30,000 en otorrinolaringólogos, resonancias magnéticas y medicamentos. Cualquiera de esas cosas se convirtió en una nimiedad, cuando fui descubriendo que el fino zumbido en mi oído derecho permanecía ahí, día con día, a todo momento: al despertar, durante una conversación o mientras estaba en un taller de meditación. Es la locura, tener a una orquesta chirriante tocando 24/7 dentro de tu cabeza: no sólo no puedes escuchar bien cualquier plática, sino que en ocasiones ni siquiera puedes escuchar correctamente tus propios pensamientos.
Las audiometrías indicaban una "cicatriz" sónica (como las manchas de colores que permanecen en la vista, después de ver hacia una luz intensa, pero ¡imaginen que estas manchas prevalecieran durante días y semanas!) Era una marca del daño que me había hecho y que podría sanar levemente, pero el diagnóstico de los doctores, era que tendría que convivir con ese zumbido... toda mi vida: lo explicaban como si los "pelitos" en la cóclea, dentro del oído, se hubieran quedado "caídos" y estuvieran enviando una señal perpetua, como si se hubiera quedado pegado el dedo de un niño al timbre de una casa. Entendí entonces la locura, y tuve imágenes donde quise cortarme la oreja, al estilo Van Gogh, con tal de quitarme ese ruido interno en la cabeza, ése sufrimiento constante que resultaba difícil compartir con los demás. Un zumbido llamado: Tinnitus.
Chequen el desenlace de esta historia aquí: Del tinnitus y otros sonidos asesinos. Para leerse, verse y oírse.
Pero mientras, chequen el teaser del documental Oírse. Este trabajo quedará completo hacia 2013.