Texto por Alex Saucedo
LA NOCHE MÁS OSCURA
La nueva película de la ganadora del Oscar Katrhyn Bigelow se propone retratar la búsqueda del hombre más perseguido del mundo. En el proceso descubre una serie de personajes y situaciones que fueron claves para el eventual deceso de Osama Bin Laden.
El 11 de septiembre de 2001 es una fecha que ha quedado marcada en la historia por siempre, de tal manera que es fácil recordar diferentes detalles relacionados con ese día y que su huella nunca podrá extinguirse de nuestra memoria. La figura detrás de estos ataques siempre ha estado rodeada de misterio y se convirtió indudablemente en uno de los símbolos del mal del siglo que apenas comenzaba. Desde entonces, Osama Bin Laden, era el hombre más buscado del mundo y un sinfín de agencias de inteligencia estaban al pendiente de cualquier rastro que los llevara a su paradero, en particular la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Es en este contexto que comienza la historia de esta película, con un grupo de agentes que han dedicado años de vida a interrogar y torturar a cualquier persona que pudiera tener alguna idea de la ubicación de Bin Laden. Maya, interpretada por Jessica Chastain, termina por encargarse de esta ardua labor que ha probado ser demasiado desgastante, e incluso fatal, para el resto de sus colegas. Con gran aplomo mantiene la investigación que duraría diez años y es aquí donde encontramos el punto de partida para el conflicto y la construcción dramática que se lleva a cabo en esta cinta.
Kathryn Bigelow ganó recientemente un Oscar por una película con tonos similares, pero con un tratamiento temático completamente diferente. Reconocida por su habilidad para evocar con frenesí una relación entre el espacio y el tiempo, su manera de acercarse a esta historia le da una perspectiva completamente distinta a lo que podríamos esperar. En vez de grandes explosiones o portentosas secuencias de acción, Bigelow prefiere recurrir a un acelerado montaje con un diseño sonoro impecable que te coloca en medio de la situación. Si su acercamiento previo al género tuvo alguna distinción, fue también por su habilidad de poder encuadrar rostros humanos en pantalla que responden a una serie de valores y lineamientos que se plantean desde un inicio. Quizá la frialdad y la crueldad con la que a veces se desenvuelven sus secuencias puedan alejar al espectador, pero es con la maestría que ha conseguido al plantear a sus sujetos con la que logra involucrarnos como pocos realizadores.
Es cierto que la estructura del guión a momentos se siente como elementos aislados que van construyendo un entero, pero esta película tiene la peculiaridad de encontrar los espacios esenciales para permitir que diversos ejes temáticos puedan funcionar sin opacarse uno al otro. Con la ayuda de un elenco que se restringe a conversaciones cortas y fulminantes, la realizadora tiene el objetivo de evitar una teatralidad artificial que idealice la figura de estos personajes. No es una película donde encontremos héroes o villanos, simplemente entendemos que son piezas de un juego mucho más complejo que nos supera a todos.
Con su galopante ritmo y un pulso que no deja respirar hasta el momento en el que es necesario, la construcción visual de Bigelow demuestra que en ella existe un punto de vista que puede definir una nueva perspectiva estética y dramática para el género. Evitando cualquier sensación de triunfo o victoria, esta película evita ondear la bandera y nos acerca a la violencia de tal manera que anhelamos un desapego que nos aleje de la brutalidad que yace allá afuera. La sangre fría con la que es ejecutado el gran villano de nuestra época sólo nos recuerda que éste ha sido un capítulo oscuro en nuestra historia, que refleja la miseria moral que abunda en nuestros días.