Seamos honestos, uno tuvo que haber aplicado la modalidad ermitaña de manera estricta para no notar la presencia imperante de la figura del zombie en los últimos años. Se pudiera decir que ya pasó la temporada alta de esa saturación mediática, pero esta joyita cubana (coproducida con mano española) es una de las pruebas fehacientes que demuestran como aún hay terreno para el ingenio en esta poderosa tendencia de la cultura pop. En esta ocasión el apocalipsis se instala en La Habana, donde aparece una horda de seres amenazadores que los medios de comunicación clasifican como “disidentes pagados por el gobierno de Estados Unidos”. Al descubrir la verdadera naturaleza de estos muertos vivientes, un pequeño grupo encabezado por Juan (interpretado por Alexis Díaz de Villegas) decide convertir esa crisis en oportunidad con el servicio de matar a tus seres queridos (obviamente con una cuota razonable). A pesar del peligro inminente en cada esquina, su punto más vulnerable se funda en el angustiante distanciamiento que experimenta con su hija, la cual le declara fríamente que él es justo como su país natal: “te pasan muchas cosas pero nunca cambias”.
Sin lugar a dudas, la película cumple con lo que promete. Lógicamente se garantizan litros de sangre cortesía de la irreverencia exponencial en cada muerte, así como situaciones que detonan risas culposas pero genuinas de igual manera. Aún con su abundante y anticipada ridiculez, Juan de los Muertos destaca por su retorno a las raíces del género instauradas por el padrino de los zombies, George A. Romero. La trayectoria del visionario norteamericano se distingue por su ojo crítico que plasma la decadencia social y condición humana, factores manifiestos en esta película hispana. No hace falta desarrollar la explicación del clima sociopolítico en Cuba, pero sí mencionar que el acercamiento de esta película no impone posturas políticas ni se rige por los estigmas. De hecho, uno de los elementos más conmovedores de esta historia son los elementos de patriotismo cálido y sincero que se distancian de los enardecimientos nacionalistas más agresivos o incluso de las descalificaciones externas.
La decisión de Alejandro Brugués (guionista y director) de alejar los recursos paródicos para esta sátira resulta efectiva cuando se toma en consideración lo que parecía ser un estancamiento plenamente humorístico en la mayoría de los proyectos recientes del género. He ahí la satisfacción de observar a un hombre orgulloso de considerarse un sobreviviente en la isla que aún considera el paraíso y por la cual vale la pena luchar, pese a quien le pese.