“Hola, somos DakhaBrakha, de Free-kraine” (entiéndase: Ucrania Libre), fue como el único integrante masculino del cuarteto ucraniano se presentó ante un foro lleno. Con motivo del Festival del Centro Histórico, este año el Palacio de la Escuela Medicina albergó el “caos étnico” de DakhaBrakha —banda cuyo nombre significa “dar/recibir”, en ucraniano.
Desde el principio, la presentación supuso un desfile de sorpresas. Lo primero en sonar fueron tres voces femeninas a cappella, perfectamente entonadas. La sincronía y la armonía de éstas no tardaron en ser sucedidas por ritmos folclóricos e intensos en los tambores que cada miembro tenía frente sí. El público fue inmediatamente enganchado, no hizo falta llegar a la segunda canción para tener la atención de todos, aunque al ver a una de ellas tomar un cello con decoraciones étnicas, y ponerlo de manera poco convencional en su regazo, el nivel de atención aumentaba. Los ritmos fluían, las armonías vocales engrandecían a quien las oyera. Una de ellas después introdujo un acordeón, ese acordeón fijado en una nota —al igual que los artistas con sus miradas fijadas en un punto del horizonte, con semblante serio— a momentos nos mostraban una cara de la Ucrania del siglo XXI. La introspección musical le permitía al público sentirse cómplice en la lucha por la paz y la libertad.
El grupo encuentra sus orígenes no solo en el folclor, sino también en el teatro. Una breve sumergida en su página web deja ver a DakhaBrakha como parte de un proyecto multi-disciplinario llamado Ucrania Mística, el cual busca “crear un nuevo mito de la gente ucraniana como la nación de la acción, la responsabilidad propia, y la verdadera independencia.” Las voces transportaban la música a un estado de trance sublime, o a un épico frenesí. En un punto, todos entonaban dulces “hmmm”, a boca cerrada. Ritmos tranquilos. Chasquidos. De repente, una gaita era introducida, los ritmos se aceleraban, el volumen incrementaba, el hombre gritaba. Y de regreso a los murmullos. A la paz.
Estilos musicales populares de todo el mundo logran entrar en la música de los ucranianos a través de un sin fin de exploraciones sonoras. El instrumento que todos dominan, por encima del tambor, es la voz. Una de ellas cantando sola con ukelele conmovía el alma. Él podía gruñir, cantar, gritar, cantar muy agudo, e incluso imitar el sonido de una trompeta de manera impecable. La cellista incluso rapeó en un tema, siendo apoyada al final de cada frase por las otras dos cantantes. Uno de los momentos climáticos (ya que el concierto fue en sí un clímax) sucedió cuando el acordeón respiraba un par de notas, sin ningún ritmo aparente, creando expectativa. De pronto se oían pájaros por todos lados. Eran de varios tipos, y también se distinguía el aleteo de estos animales. Las cuerdas vocales de estos músicos tienen cualidades camaleónicas que no sólo fungen de instrumento musical, sino de maquinas de sonidos exóticos. También usaron las palmas.
Ante esta cascada de sorpresas musicales, el publico mexicano estaba evidentemente extasiado. Al final de cada canción era imposible distinguir lo que decían los intérpretes –sus agradecimientos eran opacados por la ovación, por los aplausos. Una canción concluyó con unas armonías vocales tan exquisitas, que un par de personas al frente gritaban “¡Viva Ucrania!” Sus sonrisas en respuesta eran humildes. Honestas. Los aplausos continuaban, y la penúltima canción ya comenzaba. Las palmas, en vez de parar, ahora seguían el ritmo. Para concluir con la velada, el público ya estaba completamente entregado, y todas esas butacas parecían sobrar.
Después de un conmovedor encore, con el público de pie, aplaudiendo una música tremenda y una causa honesta, DakhaBrakha se despedía por encima del ruido de las palmas. Le desearon paz y amor a su audiencia. Antes de partir, él blandió la bandera de Ucrania. Todos gritamos el gusto que nos dio conocerlos.
@ElRoyMT
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