Si bien es practicamente imposible seguir todas las ramificaciones de la hiperactividad creativa de Benjamin Schoos––fanzines, ilustraciones, producciones para Lio y Miss Nineteen entre otros, apariciones como anfitrión en sendos programas de t.v., curador de su propia radio en la red, etc–– su placa China man vs. China girl, nos ofrece un perfil coherente de un impetuoso artista que por fin encontró el tiempo para pulir su propio material y regalarlo al mundo bajo el sello Freaksville Records, co-fundado en el 2006 con el escritor Jacques Duvall.
Justamente con Duvall y a modo de comentario irónico sobre el carácter poco original de los temas enviados al ya rancio concurso de Eurovisión, Schoos escribe el tema Copy cat para representar a Bélgica, pero como suele suceder con las canciones más o menos dignas que participan en tan manida competencia, su corte no pasa de las semifinales del 2009. Sin embargo, su sello se convierte en un espacio privilegiado visitado por artistas como Alain Chamfort, Coralie Clemant y Elisa Point. Entre los varios e interesantes discos editados por este sello, destaca la compilación The return of Pan, que con el subtítulo Sea, sex and surf, anuncia a los cuatro vientos la debilidad que siente el director, dígase del interfecto, por el garage y el rock bailable.
En el 2012, Schoos, antaño conocido bajo el alias Miam Monster Miam, se anima por fin a dar voz a sus propias composiciones en una producción co-dirigida por el neoyorkino Kramer, conocido por su trabajo con Galaxy 500. El soft rock de los sintetizadores setenteros que anidan en practicamente todo el Lp, encuentran el contrapunto a sus hipnóticos loops en unas cuerdas que estrujan el corazón tanto del más impasible militante del post rock como del más hedonista de los hipsters. Schoos se revela también como un interprete solvente. Sus recitados, tan franceses y elocuentes en el tema “Profession Catcheur”, dan paso a unas vocales elegantes y poderosas, incluso tan altas como las de Jimmy Sommerville, en temas como “Le combat”, confesión autobiográfica en la que reconoce haber perdido las certezas que movían a un joven salido de la new wave. Este “rudo combate contra la soledad”, como reza la letra de la canción, da paso al sonado encuentro entre Arthur Cravan, el poeta sobrino de Oscar Wilde y el campeón de los pesos pesados Jack Johnson, en un corte que pone al descubierto la concepción pugilística de la existencia que subyace a toda la placa. “À mort l’amour” y “Worlds away” más que a Jean Claude Vannier, omnipresente sin dilución en el resto del disco, nos recuerdan a un imponente John Barry y aunque los dos temas son impecables, el primero, quizá el más logrado y personal, es la agónica y gozosa constatación de que, a partir de cierto punto, el amor no puede desaparecer sin dejar huellas.
Por supuesto, una placa tan atractiva no podía sino imantar a otros talentos que prestan sus voces en esta magnífica obra coral. Laëtitia Sadier hace de partenaire en un maravilloso y estremecedor sencillo, “Je ne voix que vous”, que ha sido la entrada regia a este opus editado el pasado abril. Marie France y Chrissie Hynde participan en la cáustica “Un garçon qui pleure” y Mark Gardener de Ride hace las vocales de la ya mencionada “Worlds Away”. Finalmente, “La chinoise” es quizá la cumbre conceptual de esta primera entrega del desmesuradamente versatil Benjamin Schoos. En ella aparecen las influencias y leit motifs que enhebran todo el album en una suerte de síntesis última: Vannier, Bowie, Godard, Gainsbourg e incluso, oblicuamente, su homónimo Benjamin Biolay. Pero, pese a los tantos y tan disímiles vectores que atraviesan su obra, este pugilista musical y vital, como él mismo se define, se las arregla para, habiendo encajado cada golpe perfectamente en un opus original y deslumbrante, salir airoso del ring.