Luego de un estrés total y un lucha incesante contra los revendedores, lo conseguimos. El boleto del juego entre Francia y Alemania llegó a nosotros como un premio del destino. Un precio accesible con el encuentro empezado, nos obligó a llegar un poco tarde pero valió la pena. Fue una odisea. El camino en metro repleto de alemanes y franceses, claro, con uno que otro mexicano y oriental perdido, nos regaló un camino ameno entre porras de ambos países. Pero no imaginemos a los mexicanos que para todo hacemos fiesta, los europeos sin más tranquilos y no pasan de unos cánticos y algunas risas.
Con suficiente tiempo previo al juego, comenzó la cacería. Preguntar una y otra vez si alguien, de pura casualidad, vendía boletos. Parecía que no tendríamos suerte, ya que la demanda era más fuerte que la oferta. Caminamos y preguntamos una y otra vez. Nada y como es costumbre, el reloj no dejaba de correr. Un poco desesperados y decepcionados, estuvimos a punto de resignarnos y huir a un bar 10 minutos de que empezará el encuentro, pero no. Un rayo de luz de la mano de un peruano un poco sospechoso, nos dijo en voz baja que tenía tres entradas. Como caído del cielo. Negociamos un buen precio ya que no quería perder su dinero o quedarse sin venderlas e hicimos la transacción. Corrimos más de 15 minutos bajo un sol voraz. No encontrábamos la puerta y como es costumbre, era la última.
Luego de 15 minutos escuchamos un estruendo de gol proveniente del Maracaná con acento alemán. Pues había caído la primera y única anotación del encuentro y nosotros, nos la perdimos con boleto en mano. En fin, en un abrir y cerrar de ojos, con sus gotas de sufrimiento, pudimos ver el encuentro al lado de aficionados brasileños, alemanes y franceses, una vez más uno que otro mexicano u oriental perdido por ahí.
No fue el mejor juego, pero pocos amantes del futbol como la Brazuquita y yo, tienen el orgullo de decir que estuvieron ante dos campeonas del mundo, en una de las catedrales del futbol mundial.