Híjole, que pocas palabras me quedan para narrar mi día con ella. Fue un día que parece que al fin soltamos algo que no dejábamos de apretar. Luego del estrés y el nervio de saber si íbamos a calificar, ella y yo estábamos tensos y parece que al fin nos desinflamos. Caminamos con el pecho erguido y la frente en alto. Fuimos a caminar, a conocer y como si fuésemos parte del equipo, casi nos dimos el día libre. Tanto que en la tarde noche, al estilo mexicano de comida-cena, nos dimos un refilón de comida único. La puse a un lado y le di a entender que ese, era mi momento. De disfrutar y sentarme a gozar la vida. De decidir que sí y que no. De decidir cómo y cuando. De pedir sin limitaciones y prejuicios. Uno de los mejores restaurantes de espadas de Recife, nos abrió las puertas. Bajo el nombre de Spettuse, el turista que porta el gafete de capitán como comensal de los mexicanos, llamado Juan José, procedió a repetir la dosis. Ensaladas, carne y vino. Ensaladas carne y vino. Así y una vez hasta que me faltó el oxígeno. Hubiesen visto qué carne. Qué cocción y que lugar. Fue un paso al más allá fue un sueño hecho realidad. Picaña, puerco, pollo, costillas, lomo y 25 tipos de carne te pueden ofrecer. Quedas abotagado de sal y carne. Ella; pobrecita me veía con cara de espanto. Pensaba que era el último día que iba a comer. Pero le dije que no a la Brazuquita. Que únicamente era el festejo perfecto tras el pase a Octavos de Final de la Selección Mexicana.