Como un hielo en el camino, ayer fue un día que después de meses tuvimos que caminar solos ella y yo. Dejamos a una parte del equipo en Fortaleza y a otra en Salvador de Bahía. Nosotros, con nuestra necesidad de llegar al centro del país, decidimos tomar nuestro propio rumbo sin importar las consecuencias. Comenzamos a caminar como niños perdidos en la costa de Natal en busca de hospedaje. Un lugar económico que nos pudiera guardar durante un día para poder partir a Rio de Janeiro un día después.
Ayer tuvimos la vida de un brasileño. Nos tocó vivir como si fuera nuestra casa. Luego de encontrar un hotel accesible para nuestro bolsillo, planeamos un día entero en la soledad. Con la limitante de la distancia y la movilidad, decidimos salir a buscar un lugar dónde comer algo. Para relajar las piernas y disfrutar del trajín acumulado.
Luego de encontrar una típica churrasquería, con vista al mar y un televisor en el lugar perfecto, comenzamos a disfrutar de la comida rutinaria de éste viaje. Espadas, ensalada y caipirnhas. Acompañado de un buffet perfecto, la Brazuquita y yo comenzamos a disfrutar.
La pelota comenzó a rodar y el sol alumbró nuestro día. Era Messi contra Suiza. El último día de Octavos de Final de ésta Copa del Mundo nos tocó vivirlo de la mano de una picaña y una capirinha de cara al mar. Aquellos cortes de carne fueron testigos del sufrimiento de Alejandro Sabella y Lionel Messi. Una tras otra. Un pase y un centro. Un cabezazo de Higuaín o alguna pifia de Lavezzi. Pero fue hasta el alargue, cuando las joyas albicelestes se unieron y decidieron finiquitar el partido. Ángel Di María y Messi sellaron su calificación a Cuartos de Final.
Nosotros seguíamos con un corte de carne tras otro. Puerco, cordero, pollo y de más. No dejaba de brincar sal en nuestro plato cuando al fin, estábamos satisfechos. El juego entre Argentina y Suiza había terminado y la Brazuquita y yo platicábamos con un mesero de nombre Jaison, quien no dejaba de halagar al turista mexicano. Al enterarse de nuestro origen, no dejó de agradecernos la alegría y fiesta que trajimos a Brasil, mínimo a Natal y en específico al restaurante donde él trabaja.
Salimos a caminar y a tomar el sol en la playa por un tiempo, cuando ya estábamos sentados en el hotel con el trabajo encima y siendo testigos del adiós de los Estados Unidos ante Bélgica. Eran las 19 hrs de Brasil, cuando luego de reflexionar sobre el viaje, la comida y la falta de actividad física, ¿por qué no? A falta de actividades, optamos por cruzar la calle y pagar 10 reales, cerca de 60 pesos, para utilizar un gimnasio y sudar un poco luego de 20 de días de no hacerlo más que por comer de más o por el clima.
Fue una experiencia interesante. Entraban uno tras otro, hombres y mujeres y como fuese que lo hicieran, tenían cuerpos especiales. Cuerpos a la brasileña y deportivos. Jóvenes y adultos con la misma convicción y respeto al cuerpo. Mientras uno, con su cansancio acumulado pedía el tiempo al minuto 15 de hacer bicicleta. Pero lo logramos.
Luego de tan rara experiencia y jugar a que “perdíamos peso”, la Brazuquita y yo nos regalamos una cena en un restaurante italiano. Algo muy sencillo. Una ensalada y un pasta nada más.
Hoy estaremos volando a Rio de Janeiro para conocer las últimas aventuras del viaje en su compañía y poder sellar ésta historia desde el Maracaná.