Brazuquita día seis, El día perfecto

Nos acompaño al clímax. Estuvo en el Olimpo, por eso, en casa de dios. Regresó al útero que la vio nacer. Tomamos un taxi de camino al jogo. Ella se sentó a mi lado, a observar el camino. Escuchó los himnos junto conmigo y creo que su cuero, el de la Brazuquita, también se tambaleó. Fue un momento cumbre para nosotros. Qué día el de ayer. Pura fiesta para todos. Ella rebotó y sonrió a la vez durante varias ocasiones. No se cansó. Desde el desayuno pintaba que era un buen día para México. Un momento especial y ella se preparó. El día de ayer, hizo el viaje en dos partes. Nos regaló la primera parte de expectativa y suposiciones, pero ayer nos reafirmó de lo que fuimos capaces. La Brazuquita va entendiendo de lo que se trata todo esto. Me alisté para el juego y ella me seguía con la mirada. Me enfundé la verde y no me quitaba la mirada de encima. Me acompañó al desayuno y bueno,  todo igual. Estuvo pendiente de mis reacciones y sentimientos. Si estaba nervioso en el partido, la apretaba más fuerte. Si parecía que caía un gol y yo saltaba, siempre la sujete como si fuera el último momento.

Cada minuto del partido entre Brasil y México, lo vivimos a tope juntos. No nos separamos ni un segundo, fue algo muy especial tenerla a mi lado. Más vale tener siempre un acompañante para descansar las preocupaciones. Y es que vieran que duro fue el partido de ayer. De no haber sido por Guillermo Ochoa, la Brazuquita hubiese pagado justo por pecador. Porque me hubiera molestado de haber recibido un gol con tan buen partido que preparamos los mexicanos. En la tribuna y en la cancha. Hubieran visto. Cuando ellos entonaban su cántico: “Eu soy, brasileiro, con muito orgullo, e muito amor…” o algo así, en mi portuñol escrito. Me sentía en la edad media enfrentando a los Ostrogodos a punto de ser devorado. En verdad, que bueno que estuvo ahí. Para darme valor y entonar más fuerte los nuestros. Para saciar un poco el temor de perder como siempre. Salimos como vencedores al conseguir ese empate. Salí más vivo que nunca de ese estadio. Salí entero y con ganas de más.

Caminamos de regreso a la civilización para tomar un taxi. Cenamos en el mismo lugar que llevamos los último tres días, Coco Bambú. En teoría el mejor restaurante de Fortaleza y creo que sí lo es. Cada día que fue pasando coincidía en ese lugar por unas o por otras. Y nunca probé el mismo platillo. Siempre hubo algo diferente y encontré la misa Caipiriña. Esa, por suerte, nunca cambió.

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