Otro trayecto matador. De esos que piensas que te robaron las piernas de por vida. De esos que temes no volver a caminar. De los que conoces la obscuridad del amanecer, la luz del medio día, el atardecer y el anochecer desde un solo sitio. Dejamos atrás Fortaleza para abrir paso a un nuevo lugar. El espacio donde el Tricolor buscará regalar alegrías a millones desde la Arena Pernambuco. Estuvo todo el día observando el paisaje. Me acompañó desde su lugar, en esta travesía que parecía manda. Que parecía eterna. Fueron 12 horas de escuchar las canciones que escuchas en una vida. De ver cambiar el paisaje, el clima y el estado ánimo.
Estábamos ansiosos los dos por llegar y empezar a jugar. Empezar a conocer este nuevo destino, que por lo que nos cuentan, es uno de lo más interesantes de noreste de Brasil.
Fueron de esos viajes donde solo comes sándwiches y lo que se presente. Así fueron esas horas de aburrimiento y de platicar con los acompañantes. Ella solo esperaba y con paciencia, se imaginaba lo que sería esta nueva sede. La capital más antigua del país, nos iba enamorando de camino a ella.
La Venecia brasileira, como se le conoce por acá, solo nos dejó conocer un poco de ella al anochecer. Una vez que llegamos y nos hospedamos, lo primero que pedía el cuerpo el descanso. Pero se tenía que imponer el hambre y las ganas de ver qué había ahí afuera. Pudimos ver una ciudad muy linda, iluminada y con construcciones muy interesantes. Al menos eso refleja cuando la ves desde un auto y recorres algo de lo que se perfila como algo genial. La playa nos espera y ella, quiere conocer otra cama de arena. Otro viento y otro mar. Ella quiere conocer. Pero que tenga paciencia, estamos a punto de salir para ver qué comemos, qué conocer y qué les platicamos en otro día como hoy. Ayer fue un día “perdido” si se quiere ver así, pero necesario para transportarnos a la nueva sede. Pero ya estamos aquí, para probar nuevos sabores del Mundial en Brasil.