Brasil y Chile: paralelismos y coincidencias

Por: Darío Salinas Figueredo* 

Guardando todas las proporciones, entre otras cosas porque el PT y sus aliados no es lo que fue la Concertación ni menos el actual gobierno de derecha en Chile, hay ciertos paralelismos en la experiencia  de ambos países que resultan sugerentes para la comprensión de los procesos políticos actuales de América Latina. Ambos proyectos gubernamentales registran políticas encaminadas a contrapesar el neoliberalismo. Por sus resultados, las políticas aplicadas para atacar los efectos del modelo se muestran, sin embargo, muy insuficientes si se considera la profundidad de los problemas antiguos y nuevos no resueltos y el malestar social incubado. Tal vez un ángulo muy destacable sea que en ambos casos, hay una enorme capacidad de respuesta social, no canalizada, insuficientemente articulada desde el punto de vista político, pero con una enorme potencialidad para impulsar las transformaciones.

Sin dejar de ser efectivos, los monopólicos poderes fácticos en sus instrumentos mediáticos no han sido enteramente suficientes para anular el sentir de la sociedad, menos todavía para impedir su capacidad de movilización. En los hechos el establishment no alcanzó a leer el significado  de las demandas sociales acumuladas, ni el formidable movimiento de masas que se estaba gestando. Tampoco en la trinchera del progresismo ni en sus partidos. Los hechos dejan al descubierto la calidad de los canales entre la política y la gente, entre los movimientos y los partidos, y desde luego entre la sociedad  y el Estado. Nadie anticipó la explosividad del desencanto social: en Chile, el portentoso movimiento social, principalmente el que se configuró alrededor de la demanda educativa y estudiantil y, en Brasil, el sorprendente movimiento de resistencia y rebeldía que todavía seguimos tratando de entenderlo mejor. Quién se hubiera imaginado que el fútbol pudiera politizarse del modo como ha ocurrido en Brasil. Tanto para la política como para quienes buscamos comprenderla desde el punto de vista del cambio necesario, tendremos que diagnosticar mejor las profundas y complejas causas, tanto las que se vinculan a las estructuras vigentes, e intocadas, como las que caen en el ámbito de la gestión gubernamental. Todo esto desemboca en la necesidad de redimensionar el desafío que, a pesar de sus fisuras, sigue constituyendo el neoliberalismo como expresión vigente del capitalismo de este tiempo. Su sistema de dominación y la trama de intereses económico-financieros intactos en Brasil y Chile, sin perjuicio de los juegos democráticos alcanzados, no pueden generar el “consenso activo de los gobernados”, debido a la polarización que produce y que le resulta inherente. Las pugnas entre los grandes intereses excluidos y la concentración piramidal de la riqueza, que no se neutralizan con focalizaciones ni con medidas asistencialistas, la subordinación de los procesos de organización social en favor de los principios que se constituyen a partir del lucro, la correlativa reproducción de la esfera mercantil y sus eslabones de corrupción van desarrollando agudas erosiones en la esfera pública y en el sentir de la población. En ambos experiencias, frente al espejismo que produjo inicialmente sus  modernizaciones, aunado a las tergiversaciones mediáticas dirigidas a triturar conciencias para sembrar el individualismo, surgen respuestas sociales multifacéticas, no siempre orgánicas ni articuladas, pero cuyos contenidos reafirman que el neoliberalismo vive su crisis más profunda en este período y que, más allá del exitismo o la retórica, no tiene soluciones para los problemas de la gente, por mucho empeño que pueda desplegarse para administrarlo gubernamentalmente bajo otras invocaciones. Puede ser que en Brasil haya comenzado a mostrarse los límites de un proceso de reforma social y la inauguración, probablemente, de un nuevo ciclo de cambios, en tanto que en Chile va quedando más clara la necesidad de hacer reformas y evitar el continuismo de las políticas. La experiencia de Brasil muestra la necesidad de conocer mejor el trasfondo del problema social latinoamericano. Esto significa que la crisis actual puede remontarse neoliberalmente si no se articulan repuestas alternativas con fuerza social movilizada o si no se fortalecen los proyectos gubernamentales progresistas tanto en sus desafíos endógenos como en el campo de la cooperación regional.

Lo que está ocurriendo en Brasil puede ser un espejo para las sociedades latinoamericanas. La política de salarios aplicada frente al problema de la pobreza, ha sido importante, pero insuficiente. Los programas de focalización han sido importantes en el combate a la extrema pobreza, pero no alteran los fundamentos del modelo económico. Los programas sociales requieren la aplicación simultánea de reformas sustantivas que modifiquen el patrón de desarrollo, el modelo económico y sus suportes institucionales. La pregunta inevitable que interpela a la política y sobre todo a la política que busca articular al progresismo tiene que ver con esa heterogénea fuerza social que desafía al orden y que reclama mejores respuestas en los asuntos públicos como el transporte, la salud, la educción y la seguridad. Allí se abre el abanico de derechos ciudadanos que apunta directamente a la participación en la resolución de la agenda del país. Aunque en registros distintos, ambas experiencias pueden identificarse a partir de la protesta y la capacidad de movilización social en la proyección de una potencial fuerza para la transformación política.

A contrapelo de lo que suelen responder  los gobiernos de derecha, por la ejemplo el actual de Chile que siempre intentó desconocer la trama de las expresiones sociales de malestar y la demanda del movimiento estudiantil, en la experiencia brasileña podemos observar por lo menos los siguientes aspectos diferenciadores. La presidenta intervino, aunque a la zaga de los acontecimientos, primero para eliminar la nueva tarifa del transporte público que fue el inicial aglutinador social. Segundo, advirtió que las respuestas represivas sólo agudizan los conflictos y, tercero, probablemente sabedora de la baja credibilidad social por la que atraviesa los partidos, hecho que no puede celebrase, no buscó una solución directamente política sino institucional, al enviar al congreso un proyecto de reforma, reconociendo la importancia del movimiento y planteando la necesidad de un plebiscito.

¿Sabrá el proceso brasileño articular la potencialidad desplegada por el movimiento para profundizar el proceso de cambios, teniendo como protagonista al pueblo y sus demandas? ¿Podrá la política brasileña reagrupar fuerzas, renovadamente, para avanzar con las demandas planteadas y salir fortalecida proyectando desde ahora evitar el intento de involución derechista en el itinerario electoral del 2014? Preguntas inomitibles que van de la mano con  los recientes sucesos, habida cuenta que en el escenario hemisféricos no faltarán intereses, también regresivos, interesados en disminuir el aporte benéfico del Brasil al proceso regional de integración sin subordinación. Mientras tanto, no parece descabellado afirmar que después de la reciente rebelión social en ese país, en la agenda latinoamericana queda con mayor nitidez la centralidad del Estado en su responsabilidad para promover y garantizar la educación, la salud, la seguridad social, y todos los primordiales servicios públicos, en un sentido integral, es decir, como derechos universales de la ciudadanía.

* Profesor-investigador de la Universidad Iberoamericana. Coordinador del Seminario Permanente sobre “Gobernabilidad e Instituciones Políticas en América Latina”. Miembro del Grupo de Trabajo “Estudios sobre Estados Unidos” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO

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