La guerra, la paz y los cuerpos sin importancia: Beatriz González en el MUAC

La guerra, la paz y los cuerpos sin importancia: Beatriz González en el MUAC

Todos murieron carbonizados (1999) por Beatriz González

Por Pamela Valadez Sierra

De la pared cuelgan cinco rostros afligidos y dolientes que parecen inclinarse sobre una vitrina en una de las salas del MUAC, donde, por unos meses más, residirá la exposición de la artista colombiana Beatriz González, Guerra y Paz: una poética del gesto. Del otro lado del cristal hay un lienzo desenrollado, cubierto de siluetas postradas trazadas con carboncillo que, como una ironía macabra, se titula Todos murieron carbonizados.

Beatriz González es una de las principales exponentes del arte contemporáneo en Latinoamérica y en el mundo. Ha sido reconocida por la apropiación y modificación que ha hecho de distintas obras de renombre mundial, como el Guernica de Pablo Picasso. Dicha reinterpretación es la obra que inaugura la exposición de la artista curada por Cuauhtémoc Medina y Natalia Gutiérrez Montes.

En mi cabeza hay una relación entre el lienzo Todos murieron carbonizados en la vitrina que me impactó inicialmente y los eventos que se suscitaron el 6 de noviembre de 1985, cuando un grupo de guerrilleros del grupo M-19 tomó el Palacio de Justicia de la capital colombiana y las fuerzas militares atacaron el edificio sin intento alguno de negociación previa. Entre cañonazos y disparos, comenzó un incendio en la planta baja y luego otro en la biblioteca. Decenas de personas desaparecieron sin dejar rastro y al menos un centenar de rehenes murieron. Muchos carbonizados, seguramente. El país fue testigo de la entrada del ejército, del fuego y el humo que exhalaba el edificio, todo en una transmisión en vivo que de repente fue sustituida por el partido de fútbol entre Millonarios, un equipo de la capital colombiana y Unión Magdalena de la ciudad de Santa Marta.

Fotografía: MUAC

La toma del Palacio de Justicia fue el punto de inflexión en la obra de Beatriz. Su trayectoria hasta entonces había estado orientada, en gran medida, a la reinterpretación de obras de arte “universal” desde una posición autodenominada como “provinciana” y a la exaltación de las formas artísticas más próximas a ella. La dicotomía universal-provinciano de entrada parece sugerir una jerarquía en la que lo universal es el canon por excelencia y lo provinciano es lo marginal, lo peculiar. El arte producido en la “provincia” parece estar investido de menor importancia porque no tiene un alcance tan globalizado como sí lo tiene el arte de los países desarrollados de Occidente. Las experiencias particulares, los destellos localizados en la producción artística de otras regiones, no tienen cabida en los libros de historia del arte universal, así como no tiene cabida en la Historia (con H mayúscula) la violencia cotidiana de los países que, por lo menos en los records oficiales, viven en un estado declarado de paz.

Si internacionalmente se ha pensado en Colombia como un territorio en guerra, ha sido –como lo aventura Juan Miguel Álvarez en su libro La guerra que perdimos (Anagrama, 2022)- por el carácter dual del enfrentamiento activo de finales del siglo pasado en el país: por un lado se estaba lidiando una guerra en contra del comunismo y, por otro lado, una guerra en contra de las drogas. No obstante, parece que, en el caso de Colombia y de muchas otras naciones del mundo, una vez que se proclama la paz “oficial” cualquier conflicto persistente pierde gravedad y relevancia a ojos del interés global. Desaparece de la esfera de lo “universal”.

De entre los intentos de pacificación del territorio colombiano, el más reciente y “efectivo” ha sido el de 2016: el Gobierno Nacional, encabezado por Juan Manuel Santos Calderón, y representantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) llegaron a un acuerdo para darle fin al conflicto. Santos Calderón ganó el Premio Nobel de la Paz de ese año, pero las matanzas, las desapariciones y la violencia no cesaron.

Beatriz González no es una artista de guerra. Lo ha dicho ella y lo reiteró Natalia Gutiérrez. No nació para representar la guerra, sino para pintar. A partir de la Toma del Palacio, se comprometió con una realidad que se había hecho visible mediante una transmisión en vivo y que la conmocionó profundamente: la realidad de los cuerpos provincianos, civiles, “sin importancia”, que viven cotidianamente los efectos físicos y emocionales de la guerra. Pérdidas y sufrimiento que son entendidos sencillamente como daños colaterales porque no entran en las consideraciones que obstaculizan la declaración de la paz ni en el recuento de las víctimas que motivan la declaración de guerra en el sentido “universal” de un conflicto entre Estados o un enfrentamiento, como lo expone Juan Miguel Álvarez, lidiado por hombres entrenados. “La guerra en Colombia recibe el nombre de conflicto armado interno”, escribe en la obra antes citada. 

La obra más política de Beatriz surge de su propia reinterpretación de las imágenes que veía publicadas en la prensa. Su sensibilidad proviene de la aprehensión y exaltación del gesto ⸺entendido como una expresión o movimiento, ya sea del rostro o de otras partes del cuerpo, que refleja emoción y transmite un mensaje⸺ que le da un hilo conductor a todo el guión curatorial. El gesto en los rostros y en los cuerpos que representa la artista colombiana se convierte en un medio de comunicación y causa un efecto en el espectador, que lo recoge y le da sentido; que lo replica en su propio cuerpo. Con colores vibrantes e inusuales, con furia cromática, reclama atención, obliga a ver y fruncir el ceño involuntariamente, a sentir lo que la imagen aparenta sentir. Se opone a la exposición constante a imágenes de violencia que se reproducen en la televisión y en la nota roja, y que nos hacen inmunes al horror que vive materializado en los cuerpos “sin importancia”. Descompone e imprime en ellos el impacto de la muerte, del duelo insondable de quien ha tenido que acompañar un ataúd vacío, de la conmoción de recibir las cenizas de un ser querido, del esfuerzo físico que supone cargar otro cuerpo, enterrarlo.

Con su trazo, Beatriz no retrata la guerra, retrata las cejas suplicantes, los ojos hinchados, la boca medio abierta e inerte, los hombres caídos y la espalda encorvada del cuerpo que muere, el cuerpo que pierde, el cuerpo que carga. Apenas hay sangre, no hay morbo ni amarillismo en su trato de las figuras, y la ausencia de referentes al contexto histórico en sus obras permite que sean interpretadas como eventos que pueden estar sucediendo en cualquier lugar, en cualquier momento. No retrata la guerra, retrata los rostros “sin importancia” que confrontan al espectador con la incomodidad que produce presenciar el dolor de alguien más desde una posición de privilegio, tensión entre la gratitud por no estar viviendo algo así y el terror de la posibilidad de vivirlo.

Guerra y Paz por Beatriz González Fotografía: MUAC

Me conmovió los dos telones Guerra y Paz  que fueron pintados con el propósito en mente de exponerse en México, un país que atraviesa escenarios similares. La tragedia que se vive en los sitios apartados, las víctimas de la violencia y los embates que sufren los cuerpos que habitan el margen, mientras que el discurso oficial elude la enunciación de guerra como emergencia global. El gesto en la obra de Beatriz González es la expresión de la individualidad, no son cifras abstractas las que plasma en el lienzo, sino personas que mueren, que cargan, que pierden. Y en la sala final, una instalación hecha con los bocetos de los cargueros que llevan el peso de la muerte sobre sus hombros, se reproduce esa individualidad decenas y decenas de veces, haciendo físicamente patente la cantidad de cuerpos “sin importancia” que existen aquí y ahora.

Beatriz González no es artista de guerra. No obstante, su obra reconoce el poder del arte de suscitar efectos, incluso corporales, y responde a su exigencia de compromiso con la realidad que se manifiesta a su alrededor, la realidad que la conmueve y la orilla a pintar para conmover a los otros. Afectarlos. Ahora, como artista reconocida internacionalmente, hace del conocimiento “universal”, la existencia de los cuerpos “sin importancia” que antes permanecían escondidos en las profundidades de la “provincia”. 

Visita la exposición Beatriz González Guerra y paz: una poética del gesto hasta el 30 de junio del 2024 en el Museo Universitario Arte Contemporáneo de la UNAM.


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