¿Qué hay detrás de los viajes y exposiciones de los grandes artistas? ¿Qué historias secretas encierra una fotografía famosa? ¿Cuánto tiempo hace falta dedicar para conseguir una imagen poderosa y contundente con una cámara? ¿Cuál es el precio de invertir ese tiempo en ello y no en la vida personal? Sin buscar necesariamente responder esas preguntas, de eso y mucho más, habla La sal de la tierra de Juliano Ribeiro Salgado y Wim Wenders que se proyectó en la gira de documentales Ambulante y que este fin de semana llega a la cartelera comercial.
Retrato fílmico del mítico fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado -padre de Juliano y amigo de Wim- este ensayo construido con imágenes en movimiento resulta interesante por muchas razones que rebasan la merecida fama del personaje en cuestión.
Así, lo que arranca tomando la basta obra de décadas del artista de la lente como pretexto y punto de partida, se convierte poco a poco en un diálogo entre padre e hijo que no está exento de sentimientos guardados por muchos años y tensiones familiares sin resolver.
Entendiendo que la objetividad no existe -y si existiera no resultaría interesante- Wenders y Ribeiro Salgado se embarcan en un viaje, literal y metafórico, y acompañan a Sebastiao a los confines de la tierra en la búsqueda de nuevas imágenes. Va a ser ahí, en mitad de esa aventura, donde padre e hijo se encontrarán verdaderamente y, donde esa tensión natural que genera una historia familiar con un padre ausente, funcionará como un extraordinario motor para la creación.
Tal vez lo único más difícil que co-dirigir una película sea hacerlo cuando tu socio creativo es hijo del personaje que es el protagonista de la misma. De eso, como de muchos otros retos complejos en su vida, Wim Wenders sale airoso una vez más consiguiendo una película espléndida.
Por eso y más -y tratando de evitar los spoilers, por su emocionante y sorprendente resolución final- es indispensable correr a ver La sal de la tierra .
Buen puente. Llénenlo de cine.
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