The Stone Roses @Pepsi Center WTC

Fotos por Rafa J. Ramírez Un concierto es una conjunción de elementos. Si uno es deficiente, los demás tendrán que sobresalir para que la experiencia esté balanceada, o simplemente, el fallo será total. Llegar al Pepsi Center es relativamente fácil. En sus pantallas, se dedican a repetir incansablemente, todas las “bondades” que ofrece el lugar. Quizá, la nueva ley que prohíbe falsa publicidad, debería hacer algo al respecto. Es bien sabido que el Pepsi Center casi, casi, te puede arruinar conciertos y los mexicanos habíamos esperado mucho para ver a las rosas de piedra.

16 años atrás, una banda que lideró la escena de Manchester —al punto de influenciar a posteriores gigantes britpoperos como Oasis— y poseedores de uno de los álbumes debut más recordados y encumbrados de la reciente historia musical del Reino Unido, decide dejar de hacer música como unidad. Cada pétalo petrificado partió a un sendero distinto, dejando una vacante en el reino inglés; y no sería sino hasta tres lustros después, que la banda que marcó a toda una generación noventera, retornaría para reclamar su trono.

El Rey Mono antes de ser rey, nació como Ian Brown. La douchebaguería regentando. La leyenda británica cantando. Sobre el escenario del Pepsi Center, al fin veíamos los pantalones holgados, las largas patillas y el afilado rostro de Su Majestad Primate. Por un momento, era obligatorio olvidarse de que el recinto no era el ideal, por un momento había que disfrutar algo que —para muchos— sólo existía en el mundo onírico. Las luces proyectadas, tenían una sincronización mesmerizante y estaban arregladas de manera magistral: un plus que se agradece ampliamente. Con un tono rojizo y los acordes ya memorizados, “I Wanna Be Adored” puso a saltar desde el primer instante. Gritos de fans aguerridos que clamaban por demostrar que sabían el nombre de Ian, celulares y cámaras disfrazadas por los aires, güashagüasheo clásico, además de sonrisas y expiraciones plácidas. The Stone Roses estaban, por fin, en México.

Los Stone Roses poseen una característica particular: sus interpretaciones en vivo, buscan dejar claro que el poder proviene de un jammeo exquisito. Squire, Mani y Reni se encargan de construir las barcas de matices armónicos, por las que Ian habrá de navegar todo el concierto —con los puños en alto, o con panderetas cilíndricas en las manos. El Rey Mono se sabe de la nobleza. No es un vocalista que se destroce sobre el escenario, trabajando cada músculo de su cuerpo y vaporizando litros de sudor, Ian Brown es más mesurado. De movimientos casi infantiles. De desplazamientos, a veces lentos. Pero su conexión es mágica. Es un frontman que nació para serlo.

 

Ya fuera con la jangling “Sally Cinnamon”, “Ten Storey Love Song” o “Shoot You Down”, las lito-rosas demostraban por qué alguna vez pasmaron a la isla de Albión. “Fools Gold” es un loop digital interpretado en vivo. El bajeo delirante y la batería cambiante, hacen de la canción un clásico perpetuo. Tal vez por los ánimos bestiales disipados al ambiente, justo durante la interpretación, una batalla se suscitó en el vórtice de la audiencia. De la seguridad, ni sus luces, pero buenos trancazos se llevaron los involucrados, hasta que alguna buena dama intervino para parar la masacre. Culminado el jammeo sobre el escenario, el Rey Mono pidió paz a los involucrados, esperando que su autoridad de piedra se respetara. Y así fue —al menos durante su interpretación— en la que además se regodeaba regalando sus panderetas cilíndricas a cada tanto .

“Waterfall” irrumpiría con su celestial riff y varios se sumarían a la voz de Brown. Al igual que en su elepé debut, la canción se fundiría con su inversa: “Don’t Stop” y su extrañeza backwardeana hacía acto de presencia. Quizá, uno de los momentos más épicos de la noche se avecinaba. La brutal “Made of Stone” comenzaba en los acordes de Squire y las multitudes se arremolinaban abajo. De adelante hacia atrás y viceversa, la canción despertaba las pasiones. “Sometimes Iiiiii fantasiiiiiiise…”. La voz se volvió a fusionar. Los saltos se sincronizaron de nuevo. La energía se volatilizaba. Mas la noche llegaba a su fin. “This is the One”, “Love Spreads” y “She Bangs The Drums” son un combo mortal. Cuántos himnos tiene la banda en dos discos. Cuánto derroche de calidad. Y así, con la canción que parecía vaticinar un milagroso regreso hace ya tantos años, “I Am the Resurrection” serviría como un largo punto final, en el que, durante toda la brutal instrumentación final, Ian Brown se encargaría de aventar a su público cada setlist del concierto, flores, camisetas y hasta una estatuilla. Misericordioso rey, piadoso señor primate.

Con una larga despedida, los Stone Roses bajaron del escenario con gestos de que llevaban a México en el corazón. Los músicos y su líder en las vocales demostraron ser una banda con canciones tan grandes, que a pesar de no estar en una óptima condición musical —debido a los años de separación—, brillan por sí mismas y vuelven mágica una noche. Y aunque las sonrisas eran multiplicadas, al final se suscitó una pelea más, entre los mismos que riñeron durante el concierto. De la seguridad, de nuevo, ni sus luces. Durante 15 ó 20 minutos, individuos alcoholizados le jugaron al ring y convirtieron al Center en Arena Pepsi, hasta que, "muy, muuuuy a tiempo", la seguridad llegó a ejercer orden.

Ni hablar.

Larga vida a los Stone Roses, que ya demostraron que sí son de piedra.

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Espejo: Carlo Ancelotti

"Kay" Sábado 10pm 90.9