Por David Ovando Fue en 1865 el año de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, uno de los países con mayor tráfico de esclavos durante el siglo XIX. En 1965 las Naciones Unidas abre a formas de los Estados la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial, que entra en vigor desde 1969, esto con la intención de erradicar toda forma de segregación racial en todo el mundo. La caída del nacional socialismo en el 45 del siglo pasado y el fin del Apartheid en Sudáfrica ocurrió hasta la década de los 90 de ese siglo XX y junto a todas las anteriores menciones, representa importantes pasos en la historia de la humanidad, aun así, se suspende en el aire una interrogante ¿Qué tanto se ha avanzado en el tema de la erradicación de la discriminación racista hoy? Ante esta pregunta, me viene a la cabeza una reflexión que en alguna ocasión escuché decir a un activista anti-taurino: que las sociedades mudan sus ideas con el paso de los años, convirtiéndose en civilizaciones que renuevan ciertas actitudes dejando atrás aquellas que provocan un deterioro espiritual, moral y colectivo, aquellos ideales abandonados se tornan expirados y anacrónicos.
México es uno de los países con un importante porcentaje de población indígena y con una riqueza en diversidad lingüística como pocas en el mundo (al menos 68 lenguas originarias vivas a lo largo y ancho del territorio nacional). El valor de esta diversidad es invaluable y ancestral, de norte a sur se pueden encontrar vínculos activos de aquellas raíces que se manifiestan en formas de vestir, gastronomía, música “tradicional” y fusiones actuales, además de estilos de vida que no sólo se niegan a extinguir, sino que se recrean aún con presencia pública casi nula y a veces a pesar de ella.
Ante el tema del racismo y su erradicación, el papel que juegan medios de comunicación, Estado, industrias y sociedad parece ser, casi siempre, el menos adecuado. Los modelos de persona y sociedad que promueven se basan en estilos de vida rancios y nada semejantes a una realidad, a nuestra realidad; todos narran el cuento aspiracional de siempre mediante ficciones mal hechas. Ficciones que nos creemos absurda y lamentablemente. Telenovelas desarrolladas bajo un solo hilo conductor estigmatizando conductas, o bien revistas de sociales que instauran imágenes con prototipos poco habituales y vidas estrafalarias, mundanas y ridículas en un país en donde la mayoría vive en pobreza. Comerciales de pañales y ropa con la fórmula cansada de homogeneizar y acentuar un solo tipo y color de infancia. La vida “moderna” implanta estereotipos que marginan gradual y sistemáticamente a los pueblos originarios de nuestro país, confinándoles a la mayor pobreza perpetua.
Aún hay más, diversas instancias gubernamentales, mediante una especie de auto promoción con carteles en el transporte, espectaculares y demás medios, incentivan a la sociedad al involucramiento con las diversas culturas indígenas, pero los antecedentes en hechos revelan el poco interés por presérvalas, por ejemplo concesionando a empresas mineras para explotar Wirikuta, territorio sagrado Wixárika en la región de Catorce en San Luis Potosí. Temas de fondo pude haber varios, pero a las culturas indígenas con actos como estos se les asigna un valor secundario y de desinterés en pleno siglo XXI, cuando las obligaciones de cualquier autoridad son promover, proteger, respetar y garantizar los derechos humanos de todas las personas, como dice el Artículo 1 Constitucional.
El modelo que de facto existe en nuestro país es propicio para la marginación de toda forma de vida diferente a la nuestra. A nadie extraña encontrar gente que aún predica la estúpida premisa “hay que mejorar la raza” o lleva a cabo actos inconscientes que lo único que generan es una actitud moldeada y perfecta para que personas segreguen a las mismas personas a través de ofensa de pacotilla como “pinche indio”. Resultado de la poca simpatía hacia la gente que come, bebe, sueña, anhela y vive como cada uno de nosotros, habría que pensar en ello, dejar de ver y recibir de arriba para voltear y creer en los que tenemos al lado, indígenas, afroamericanos, arios, mestizos, orientales y todos los demás. Que el color de piel, los ideales y creencias no adulteren el comportamiento humano.
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