Las tres derrotas de Julio César Chávez Jr.

Texto publicado originalmente el 17-09-12 en Esquina Boxeo  

Son necesarios el ingenio y la mesura para no naufragar en la popularidad.

Remy de Gourmont

 

 

*** Tres combates este 15 de septiembre en el Thomas and Mack Center de Las Vegas, Nevada: el primero, a once asaltos, dominado por un hombre que, a diferencia de su contrincante, supo descifrar los caminos ocultos del cuadrado, construyendo una fina red de inmunidad a partir de la ligereza y el desplazamiento incesante. Esa misma trama que los espectadores vimos delinear con belleza y que para Chávez (46-1-1) se convirtió en laberinto: sin noción de espacio o ritmo, abrumado por la celeridad y destreza del argentino, Junior asemejaba a un zombie que iba siempre dos movimientos atrás y que en ningún momento pareció tener intenciones de ganar el pleito.

 

*** Por el contrario, Sergio Martínez, (49-2-2), de quien muchos dudaron principalmente a causa de la edad, no pasó un solo segundo sin mostrarse ocupado. Con once años más que su rival, parecía flotar mientras repartía mandobles a dos manos. Con la barbilla expuesta y los brazos abajo, cambiando la guardia laxa por ráfagas continuas sin apenas dar aviso, Maravilla fue esculpiendo el rostro de Chávez con el cuidado y tiempo que un maestro del cincel deposita sobre un bloque de mármol. Eso, que en los rudimentos del boxeo se conoce como cortar el ring, parecía una asignatura desconocida para el primogénito de la leyenda, que en ningún momento supo acorralar la danza de Maravilla ni cambiar la posición de defensa a ataque sin que sus músculos lanzaran fuegos artificiales anunciándolo. El resultado: Martínez caminó el ring a su antojo y castigó con cautela y por sistema a Chávez durante treinta y tres largos minutos en los que su contrincante apenas opuso resistencia. ¿La receta? Un martilleo constante con la diestra y ese recto de izquierda que no dejó de sancionar el rostro del mexicano, engarzado siempre con el movimiento de piernas elegante y un conocimiento profundo de la geografía del ring. Maravilla hizo lo que sabe: entrar, conectar y luego salir del rango con pericia. Es un peleador que conoce bien las dimensiones de su oficio. Mientras tanto Julio César había perdido la brújula desde antes de quitarse la bata.

 

*** Otra pelea, anterior: la de las palabras. Y Maravilla, fluido, amedrentante, también dominó ese rubro. Le inyectó miedo. Describió con precisión tantas veces cómo iba a hacerlo claudicar y sufrir, que Chávez se lo creyó de antemano, antes de pisar el ensogado. Porque si bien Maravila es dueño de una pegada efectiva, tampoco es Kelly Pavlik. Le bastó, sin embargo, para condicionar la respuesta de Junior desde el primer asalto. El chico no tiraba. Su esquina le pedía a gritos que soltara las manos, que se moviera un poco más, que diera algo de variedad a un repertorio tedioso y previsible. Freddie Roach, decepcionado, miraba round tras round cómo su pupilo se negaba a seguir la estrategia urdida desde hace meses y traicionaba la inteligencia elemental del deporte. Chávez esperaba, nadie se imaginaba qué, pero esperaba. Envuelto en el desorden: ese mismo caos que lo acompañó durante todo su entrenamiento y que rindió frutos sólo sonar la primera campanada.

 

*** Esa es quizá la peor parte en la derrota de Chávez Jr. Si sus condiciones físicas naturales son las propicias para un peleador de élite, lo que esta pelea ha refrendado es su predisposición habitual al mimo. Porque a pesar de haber llegado a la distancia con un Martínez superior, nos queda un regusto de acritud cuando pensamos en la holgazanería con la que se dispuso a enfrentar al mejor mediano del globo. La vagancia no es ajena al boxeo. De hecho, es en contraste con el zángano que por primera vez comienzan a notarse los diferentes. Hubo incluso una época en la que el genio aún podía contrarrestar los efectos de la pereza. Lo que sí resulta impensable es esta rutina para un Campeón del Mundo hoy, 2012: algún round de sombra previo al chapuzón de medio día. Entrenamientos esporádicos, sin orden ni disciplina de por medio. Despertar ya cuando el sol ha caído. Quizá se trate de un síntoma general de la época y la apatía de Chávez pueda tener reproducciones exactas en cada uno de los espectadores, a distintas escalas. Un mal del siglo o un síndrome del aburrimiento. Dudo que esto tenga que ver con la arrogancia: en los ojos de Chávez podían entreverse los verdaderos pensamientos que guarda sobre sí mismo. La desconfianza y el temor. Más bien, la indolencia proviene de esa región del claroscuro en donde las derrotas y las victorias terminan siendo idénticas, reversos de la misma moneda. ¿Por qué habría de tasar más alto el triunfo alguien que considera ajena la derrota? Instalado en esa medianía, la verdadera gloria y la auténtica tragedia no significan nada. Nada nuevo, al menos. Tampoco hay un concepto de realidad que valide los absolutos. Una poética del desencanto. De ahí el desdén por la lógica. Fue el mismo Chávez Jr quien declaró previo al combate que en el boxeo la lógica no vale. Más allá del alarde, que sonó como otro reclamo involuntario en esa hélice de palabrería de la que ninguno de los dos peleadores pudo abstraerse, Chávez Jr. expuso su filosofía de vida. Remy de Gourmont hubiera asentido: “La lógica sirve para razonar pero no para vivir”. Fallaron ambos, porque, es bien sabido, el boxeo es a partes iguales lógica y vida.

 

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Así, permitió a Martínez tomar la batuta del combate y guiar el pleito hacia una zona donde la zurda del quilmeño se manifestó desde itinerarios imprevisibles. Maravilla fue fiel en todo momento al estilo que lo identifica y en cambio Chávez parecía haber perdido cualquier noción de método. El cuarto asalto, en el que el Junior consiguió al fin conectar dos ganchos seguidos, pudo haber sido el punto de inflexión de la pelea, pero el ya ex campeón volvió a verse abúlico, rebasado por su propia incredulidad. Negado para la combinación y atornillado a la lona, prefirió seguir a la espera del golpe redentor que lo salvase del ridículo. Round con round, el camino se oscurecía para Chávez. Incluso en el octavo intentó recrear, con torpeza, el cabeceo del argentino. Es que la clase llama, aunque sea a la distancia. Durante once asaltos vimos al mismo Chávez de siempre, esta vez expuesto ante un boxeo de otro nivel. El mismo que derrotó fácilmente a rivales sin galones. Chávez Jr., cuyo mayor mérito había sido desinflar a un Lee sin cintura, carente de piernas. Lo dicho: nunca se había enfrentado a un boxeador en serio. Y Maravilla tampoco mostró nada que no conociéramos con antelación. Fue el mismo peleador correcto y sin ortodoxia, eufemismo diamante, que llevaba tiempo instalado en una dependencia subterránea del escalafón, enfrentando rivales curtidos a los que el ex campeón rehuyó. El gambetero del cuadrilátero hizo lo que debía y lo hizo con paciencia, de decena en decena; es cierto, esta vez frente a una audiencia voluminosa y con los ojos puestos en el dorado de un cinturón que la burguesía boxística le había vedado durante un par de años.

 

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Chávez esperaba, nadie acertaba a decir qué, pero esperaba. Quizá a que la brecha entre ambas velocidades se constriñera por el cansancio y los golpes errados. A que ocurriera algún imponderable. Porque la solución siempre había aparecido a tiempo aunque fuera de previo acuerdo. De pronto llegó la tercera pelea de la noche: a un episodio, tres minutos en los que el mexicano despertó de su letargo, y se asomó, al menos durante un momento, el púgil real tras el desaliento. Fue en el doceavo y alcanzó para poco. Habrá quien piense que las escalas al suelo de Martínez pueden equipararse al completo sometimiento que Chávez manifestó durante el combate. Que mostró raza y potencia, orillado contra las cuerdas. Al límite: donde surge la auténtica fuerza del oprimido. Es discutible. Depende por entero de la idea de boxeo que posea el espectador. En el 52, Marciano se encomendó a un solo disparo de su poderosa derecha, y Jersey Joe Walcott, quien lo dominó de principio a fin durante 13 capítulos, se enredó entre las cuerdas para no levantarse más. Pero eran otros hombres, otros tiempos. Desde otra perspectiva, a Chávez le faltó nervio y condición para rematar a un Martínez cadavérico, cuyo sortilegio de boxeo invulnerable pareció llegar a su fin a escasos segundos del final. Algunos se atrevieron a nombrar el milagro: y la estampa del Padre contra Taylor se hizo carne. Pero los milagros no son casualidades: la lógica persigue al santo. Y Chávez, ya lo hemos dicho, no confía en la lógica. Los ganchos del Junior por fin encontraron a Maravilla. Su rostro mostró entonces la verdadera edad, la del boxeo, y los 37 años se instalaron en las piernas del argentino con pesadez. Pero Martínez se puso de pie. Dos veces. Fue entonces que Chávez, más joven, grande y fuerte, falló como en una fábula animal, cuando la moraleja pega el revés más doloroso. El de Culiacán, exhausto a pesar de haber tirado la mitad de golpes que su oponente, debió evocar todas esas mañanas previas que pasó entre las sábanas mientras su rival terminaba la primer sesión de la jornada.

 

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¿Revancha? Improbable, al menos por lo que resta del año. Luego de la caída, Martínez sufrió una rotura de ligamentos en la rodilla derecha. Estará en el dique seco al menos durante 6 meses. Y eso es mucho tiempo, sobre todo para alguien que aspira a grabar su nombre en la historia, que sueña con medirse ante los mejores, y que tiene al tiempo en contra. ¿Cuántas peleas le quedarán a Maravilla en la cartuchera? ¿Top Rank mantendrá la confianza en Junior como para seguir considerándolo una carta fuerte de la promotora, un imán de PPE? En caso de que el resultado hubiera sido adverso para Maravilla, ¿hubiesen permitido las pilmamas de Chávez que se parara de nuevo en el ring frente a Martínez? Todas estas preguntas, aunque Julio César Chavez Jr lo dude, pueden ser respondidas, fácilmente, echando mano de la lógica.

 

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