Se termina el verano, pero regresamos con nuevos programas
Hola a todos y todas:
Este verano recordé que las vacaciones son contenedores de tiempo en los que uno no puede confiar. Algunas veces se sienten inagotables y otras demasiado cortas. Las mías tomaron una forma rara que parecía destinada al placer de no hacer nada. O, más bien, de no hacer nada productivo.
Nada de comida saludable, ejercicio a las 6 de la mañana, ni espacios dedicados a la transformación del yo para cambiar el mundo. Sólo desconexión y entretenimiento. Al principio, con tres semanas de calendario vacío frente a mí, hice lo que hacen los adultos funcionales: una lista de pendientes. Uno por semana para no extenuarme, como dicen algunos políticos. Ir al dentista (sí fui), enmarcar una foto que me regaló Sofía Garfias (también) y estar en silencio (depende de cómo definamos estar y silencio).
A la búsqueda del descanso ayudó sin duda que pasé algunos días en la playa, aplastado frente al mar, jugando con la arena y contemplando el horizonte. En la casa que atestiguó mi vacación está uno de mis libreros favoritos de todo el mundo. Es un mueble cualquiera, alto, de madera doblada por los años y gastada por la sal y la humedad. Está lleno de libros que alguien llevó para leer en la playa y luego olvidó. Sobre sus repisas están cientos de invitaciones para descansar o entretenerse.
Hay dos o tres Coelhos con promesas de epifanías, decenas de novelas de misterio y thrillers de aeropuerto (quién diría que hay tantos libros protagonizados por detectives nórdicos o que El código Da Vinci se seguiría leyendo tantos años después), guías de Lonely Planet sobre México, divulgaciones acerca de la civilización Maya, y clásicos latinoamericanos que “hay que leer”, como García Márquez y Vargas Llosa. Algunos libros están inflados por la brisa, muchos tienen el lomo quemado por el sol y otros todavía guardan arena de la última vez que alguien los abrió.
Ese librero me recordó algo que suena obvio, pero que a veces se pierde en los pasillos del segundo piso del edificio P: no todo tiene que ser serio. Lo que hacemos no siempre debe llevar nuestras convicciones políticas en los hombros, ni tener significados enormes, ni contar como una exploración filosófica. A veces, muchas más de las que creen, basta con ayudar a alguien a pasar el rato. Así que este verano leí libros malos de espías, vi una cantidad vergonzosa de televisión y curé un personalísimo ciclo de comedias románticas de finales de los 90 (¿les suena Kate & Leopold?).
C.S. Lewis alguna vez escribió que el sol no contempla nada tan bueno como una casa que ríe, o dos amigos que hablan mientras comparten una cerveza, o una persona a solas leyendo un libro que le interesa. Y que toda la economía, la política, las leyes y los ejércitos, deberían existir para multiplicar esas escenas. Si no, sería como arar la arena o sembrar en el mar. Lo que parece pequeño o insignificante casi siempre resulta lo que realmente vale la pena.
Pasé las tres semanas del blackout deliberadamente buscando cosas no serias. Vi partidos de la Euro femenil y encontré horas de distracción en What Did You Do Yesterday?, un pod que sólo se interesa por lo que sus invitados hicieron ayer. Gracias a la recomendación de Daniel Maldonado, escuché varios episodios viejos del programa de radio español Las noches de Ortega, que cada semana ofrece 30 minutos de humor absurdista a sus oyentes.
Con pocos elementos (sonidos, música, llamadas telefónicas…) Ortega construye historias que encuentran lo absurdo en la vida normal. Hay uno sobre el problema de los zombies en España en el que el presentador entrevista a una mujer de 90 y tantos años que le cuenta que sus hermanas zombies son de lo más simpático.
En otro, Ortega recuerda a un locutor recién muerto que sólo ponía canciones de AC/DC y termina siendo regañado por sus oyentes por no tomarse en serio la desregulación de las aerolíneas que impulsó el presidente Jimmy Carter en Estados Unidos. Escuchen, si sólo van a enterarse de uno, este episodio con el escritor Juan José Millás, que combina todo lo anterior para un resultado que da risa por cómo logra que algo bobo se sienta verdadero.
El semestre empieza hoy. Regresan la seriedad, las rutinas, las pequeñas rebeliones que ocurren cotidianamente en nuestra FM… Espero que no nos olvidemos del verano y sus placeres simples que no aspiran a sermonear ni convencer. Bienvenidas y bienvenidos todos de vuelta a Ibero 90.9. Suerte a los programas que empiezan hoy.
Este otoño tendremos un montón de emisiones especiales y me gustaría que se unieran a las que más les interesen. Habrá un día sobre el terremoto de 1985, conmemoraciones de discos clásicos y no olviden nuestra renovada obsesión por proyectos cortos. Series de un par de emisiones sobre algo en especial, programas de un episodio para conmemorar algo… Traigan sus ideas y obsesiones secretas. Nos encantaría convertirlas en algo que podamos compartir con más personas.
Ricardo
