El dilema de Gabriela Damián Miravete entre celebrar o conservar la memoria
El género literario en el que habita la escritora mexicana Gabriela Damián Miravete trata de reinventar, suponer y planear nuevos mundos. Jugar con los futuros escritos desde la ficción especulativa, donde explora futuros posibles desde una perspectiva política, feminista y profundamente humana.
En 2025 visitó la FIL Guadalajara para hablar de su nueva obra Soñarán en el Jardín, que reúne más de una década de creación. Es una colección de cuentos que se agarran de la ficción para lanzarse al vacío de la fantasía, el horror y la reflexión. Historias narradas por mujeres que cuestionan la realidad contemporánea, particularmente la violencia de género y las tensiones entre memoria, tecnología y justicia.
Esta fue nuestra conversación con ella.
En esta FIL te vemos rodeada de lectoras, colegas y amistades. ¿Qué significa para ti estar aquí, encontrarte con otras autoras y con tu comunidad lectora?
Esta circulación de nosotres en el espacio no es solo una conversación de ideas, sino también de afectos y de apoyo mutuo. Es ese ‘aquí estamos’, formando parte de nuestro ecosistema literario, que en la FIL es inmenso y a veces se pierde entre tanta oferta de libros, historias, conferencias, prensa y polémicas. Pero tener estos espacios de afecto es muy importante, tanto con otras colegas como con las comunidades lectoras, algo que a mí me entusiasma muchísimo. Poder encontrarme con las personas que me leen es un regalo muy grande
Leí tu cuento Soñarán en el jardín y me conmovió profundamente la forma en que hablas de lo cotidiano: lo que se nos arrebata cuando alguien no puede seguir viviendo su día a día. ¿Cómo nació este cuento?
Soñarán en el jardín es un cuento que escribí hace diez años y que también se publicó hace diez años. Me hace muy feliz que su décimo cumpleaños se celebre ahora en forma de libro. Yo vengo de un país extraño, de un planeta donde las cosas funcionan de manera diferente: el país de la ciencia ficción y la literatura especulativa. Inicié publicando en antologías y en revistas, en este mundo a veces culposo de los subgéneros, del que estoy muy orgullosa y que siempre menciono porque de ahí vengo. Es mi pueblo. Mi pueblo es la ciencia ficción.
Esta publicación me alegra mucho porque reúne esa historia de otras formas de publicar y de otras maneras de relacionarnos las escritoras con las comunidades lectoras. Y este cuento, en concreto, imagina un México futuro donde los feminicidios ya no existen. Ha sido leído y acompañado por compañeras feministas, por movimientos de mujeres y por otras colegas, e incluso ha regresado a mí transformado en performance, danzas, pinturas, fotografías y otras imaginaciones.
Digamos que es el cuento que reúne a los otros once cuentos, porque todos han tenido una trayectoria interesante. Ha ganado varios premios fuera de México: el premio al mejor cuento de ciencia ficción feminista, el James Tiptree Jr. (ahora llamado Otherwise) el libro completo ganó también el premio Shirley Jackson, y además obtuvo un premio en China.
Llegar a la ciencia ficción no siempre es un camino evidente. ¿Cómo supiste que este era tu territorio narrativo?
Para mí fue muy natural porque eran las lecturas que había en mi casa. Mis tíos dejaban olvidados sus libros ahí, mis tíos frikis. Tíos frikis, les agradezco mucho, los quiero, los tíos Miravete. Y entonces yo leía esas historias también. Mi hermana, desde jovencita, también tenía muchas lecturas de ciencia ficción. Ella es más grande que yo, así que ya estaba en la prepa cuando yo iba en la primaria o la secundaria, y me decía: ‘mira, lee este cuento’ o ‘lee esta novela’. Y me voló la cabeza.
Además coincidió con que a mí me gustaba una ciencia ficción que, dentro de la gran tradición anglosajona, se llamaba la nueva ola. Es decir, no la ciencia ficción tradicional de viaje al espacio, conquista y guerras de los mundos, sino una que tenía que ver más con lo sociológico, lo biológico, con las llamadas ciencias blandas. Esa división ya no existe, pero en ese momento, los sesenta, todo era mucho más creativo, flexible, psicodélico. Yo crecí leyendo esa ciencia ficción.
Entonces, por ejemplo, cuando llegué a la Escuela de Escritores, dije: ya quiero escribir profesionalmente, para mí era muy natural decir cosas tan atrevidas como que, cuando había leído El primero sueño de Sor Juana, había recordado El hacedor de estrellas de Olaf Stapledon. Y entonces mi maestra, después del Siglo de Oro, decía: ‘¿Quién es ese?’. Ahí me di cuenta de que yo me había formado con otro canon.
Justamente eso mencionaba: me formé con este tipo de imaginaciones que, además, tienen una vocación política muy grande. No es nada más ‘vamos a imaginar cosas psicodélicas’; es imaginar para transformar el mundo, imaginar para crear futuros posibles. La literatura tiene un poder demiurgo, como productora de realidad, y es fundamental que la tomemos en nuestras manos. Yo crecí con esa idea.
Por eso, al formarme así, también puedo leer el canon nacional, el canon heteropatriarcal, el canon anglosajón, todos los cánones que hay, desde otra lateralidad, que para mí tiene mucho sentido. Y darme cuenta de que siempre ha habido pluralidad: no hay una sola manera de entender lo literario, ni la imaginación, ni las identidades a partir de lo que leemos. Me da mucho gusto que esa conversación ahora sea más abierta y esté alcanzando al público y a las comunidades lectoras; antes era muy ensimismada, muy literaria.
Creo que ahora, entendiendo que ninguna decisión que tomamos deja de ser política y colectiva, aunque la tomemos individualmente, contribuimos a crear el mundo de una manera determinada. Eso ha sido muy importante para mí, y por eso escogí la ciencia ficción.
En Soñarán en el jardín planteas un dilema fuerte: cómo preservar la memoria colectiva sin que las víctimas sean instrumentalizadas políticamente. ¿Cómo piensas este conflicto desde la escritura y el activismo?
Pues es bien complicado, ¿no? Y yo creo que, de hecho, son preguntas que se hacen dentro del texto y que nos corresponde responder ahora que esas tensiones están en construcción. Porque, por ejemplo, yo escribí Soñarán en el jardín hace diez años, y ahora las tecnologías de revivir a los muertos ya son un hecho. Hoy me han mandado varios clips de una aplicación en la que grabas, por ejemplo, a tu mamá o a tu abuela, para que cuando no estén, la inteligencia artificial produzca un avatar virtual que acompañe a tus otros seres queridos; por ejemplo, al nieto que nunca conoció a su abuela. Y entonces ahora ella puede estar en todo. Ya no es ciencia ficción, es un hecho.
Y eso plantea un montón de preguntas interesantes, ¿no? ¿Cómo vamos a lidiar con la pérdida si tenemos estos paliativos? ¿Cómo nos relacionamos ahora con la muerte a partir de esto? Quizás ya no la vemos como una forma definitiva. ¿Eso es bueno? ¿Eso es malo? Eso no es ni bueno ni malo. Son un montón de preguntas que responder.
Y yo creo que, en Soñarán en el jardín, al poner esto, es decir, el dilema entre querer un lugar para celebrar y conservar la memoria, para que esto no vuelva a pasar en ese México donde ya no hay feminicidios y, por otro lado, aceptar que el Estado tiene un programa educativo que tiene sus asegunes, y que las memorias de las víctimas van a estar sujetas a ese programa… obviamente. Entonces el cuestionamiento es: ‘quiero que sobreviva, pero no quiero tener que lidiar con esta consecuencia’, ¿no?
Y creo que eso es algo muy importante a la hora de imaginar futuros. Como decía Ursula Le Guin: “cuando enciendes una llama, proyectas una sombra”. No hay tecnología, no hay una idea utópica que no incluya su propia sombra, su propia consecuencia inesperada y posiblemente fatal. Y eso hay que pensarlo desde el presente, ¿no?, cuando proyectamos estos futuros ideales, como ahora que los multimillonarios nos quieren presentar un futuro idílico en otros planetas para tener licencia para destruir… una muy mala lectura de la ciencia ficción
¿Cómo puede la imaginación, especialmente desde la ciencia ficción, ayudarnos a construir futuros colectivos más justos y conscientes del presente que habitamos?
Creo que todas las personas deberíamos ejercitar esa imaginación futurista, no solo quienes escribimos esta clase de narrativa deberíamos hacerlo; creo que todas las personas tenemos que hacerlo ahora. Tenemos que convertirlo en un verbo y estar pensando constantemente en el futuro, en el futuro que deseamos. Es decir, plantearnos quiénes queremos ser y permitir que esa reflexión nos haga actuar en el presente con una idea de futuro colectivo. Porque, desde luego, los futuros individuales conducen a estos fascismos de los que estamos siendo testigos. Y yo creo que esa imaginación colectiva y esa decisión de quiénes queremos ser, en este momento tan desafiante que ya se ve en el horizonte y que ya está pasando, nos obliga a pensar cómo actuamos hoy para que ese futuro sea posible.
En el cuento también hice un esfuerzo para mostrar una transformación en las masculinidades, algo que me parece fundamental y por eso me alegra mucho conversarlo con ustedes. No es un asunto feminista, no es un asunto de mujeres: la erradicación de este tipo de violencia es responsabilidad de toda la sociedad. Y ahí la idea de las masculinidades es muy importante. Creo que estas son preguntas para accionar en el presente, y podríamos quedarnos con este verbo futurista: ‘futurizar’. Esta idea de la ciencia ficción que nos han hecho creer, esa que supone que la tecnología maneja todos los ámbitos de la vida, es en realidad una ciencia ficción muy del norte global, de Estados Unidos. Me parece que las escrituras geolocalizadas, como la de Gabriela, nos muestran otros modos de usarla.
Y ahora que mencionaste a Ursula Le Guin, recuerdo que ella decía: ‘narrar es saber escuchar’. Cuando te leo, sé que hay alguien que sabe escuchar, porque sabes combinar los múltiples lenguajes de lo vivo y de lo que creemos que no está vivo. Las piedras y los animales, que no pueden hablarnos en nuestro lenguaje pero sí nos hablan con sus tiempos, como las plantas, están también en tu literatura. Y quería preguntarte sobre eso.
¿Cómo pensamos el tiempo cuando estamos escribiendo? El tiempo es hoy mi tema favorito. Creo que los seres humanos no vivimos solo en el presente, no solo por la ansiedad o por estar mentalmente en otro lado, sino porque realmente la conciencia y la vivencia humana nos obligan a remitirnos constantemente al pasado o al futuro. Vivimos en un desplazamiento constante, y esa es también la materia de la ciencia ficción; es uno de sus grandes temas.
Creo que analizar nuestro estar en el aquí y ahora, que viene de un pasado que empezó mucho antes de que existiéramos y que continuará mucho después de que dejemos de existir, nos hace más responsables del tiempo que pasamos aquí: de este breve momento que compartimos con otras temporalidades, inmensas o brevísimas, como las de los insectos. Esta conciencia de que el tiempo humano es solo una de muchas medidas, y no la única, y de que compartimos temporalidades, nos recuerda el privilegio de darnos cuenta de que venimos de una historia y construimos la historia que será de otros en el futuro. Creo que eso nos hace más responsables. No nos convierte en la suma de la creación ni en la cumbre; nos hace más responsables porque somos quienes lo vemos y lo expresamos. De alguna manera, somos guardianes de muchas otras temporalidades.
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