Ecos musicales de nostalgia y TRON: Ares
El soundtrack de la primera película, TRON: Legacy (2010), fue el seguimiento a otros grandes como Blade Runner (Vangelis), Inception (Zimmer), Arrival (Jóhannsson) y The Social Network (Reznor & Ross). Lo que los distinguía era la fusión cinematográfica de electrónica y orquestal, dos géneros que se encuentran en la creación de un mismo producto.
Esto diferencia a TRON: Ares (2025). El soundtrack de la secuela, hecho por Nine Inch Nails, viene del sonido orgánico, no solo del que se produce al rozar la yema de nuestros dedos en las cuerdas de la guitarra, presionar las teclas o soplar el aire a través de unos agujeros que distorsionan el ruido de tal forma que todo depende de la fuerza y el ritmo del artista. Me refiero al que se genera del golpe, del roce, de la producción de sonidos intencionados con objetos cotidianos.
Daft Punk, al igual que Nine Inch Nails, es conocido por su uso de electrónica con sintetizadores análogos: sonidos electrónicos que generan una vibración que luego se convierte en un sonido, un tono base (raw sound), que se modifica con filtros hasta transformarse en algo más suave, agresivo o robótico.
Este primer soundtrack sumerge en un mundo totalmente electrónico, no solo por la historia de la película, sino por el uso constante de sonidos digitales y futuristas.
Una sociedad y sonidos que en su momento sonaban inimaginables son audibles ahora. Una atmósfera que envuelve beats marcados y texturas del French House, con un tono más oscuro y minimalista. Asimismo, y por la naturaleza de Daft Punk, es un álbum fácil de entender: los títulos son claros, nos cuentan en qué escena va “The Son of Flynn”, “Arena” y “Father and Son”. El producto musical es tan transparente en sus instrumentos y en las herramientas que usan para su creación, así como en los sentimientos de cada uno de ellos.
En 2010 ya existían las redes sociales -Facebook, Twitter y YouTube dominaban, e Instagram apenas había nacido-, pero todavía no representaban la hiperconexión inmediata: era algo lejano a la conexión directa que había de ser humano a ser humano.
Lo impresionante de este género es que, a pesar de la singularidad con la que se escucha, estas piezas musicales llevan capas de sonidos y muchas manos sobre instrumentos que se sincronizan a un ritmo.
En este álbum, lo que más se puede apreciar es la parte orquestal: Daft Punk se reunió con 85 músicos en Londres para la creación de algunas de las piezas de este álbum. No solo fue un proyecto grande, sino también uno de los primeros en los que mi generación, la generación Z, experimentó de tal forma la combinación de ambos géneros en un proyecto cinematográfico de tal magnitud.
Aunque ya existían películas que hacían referencia al industrial, como The Matrix (1999), Fight Club (1999) o Resident Evil (2002), cada una con su propia interpretación de lo oscuro y lo distópico, mi generación todavía no nacía en ese momento.
TRON: Ares (2025) de Nine Inch Nails, el álbum de esta secuela, retoma ese género que es viejo, distante y antiguo para nosotros, y se nos vuelve a presentar, ya no como una revolución, sino como un statement: el sonido creado a partir de objetos inorgánicos y modificado de forma digital puede sonar igual de bien que el sonido clásico.
El género industrial nació de crear productos similares a los que producía Pierre Schaeffer en Francia en los años 40, él usaba grabaciones de sonidos cotidianos (trenes, motores, voces manipuladas) y las transformaba en piezas musicales.
La primera vez que el ruido no musical se trató como material artístico, de ahí salió la electrónica académica, el uso del silencio como música (John Cage, con su famoso 4’33”) y collages sonoros cercanos a la estética industrial. En los años 60 se empezó a trabajar la proto-electrónica, secuencias repetitivas frías y mecánicas. Ahí comenzó la obsesión por lo mecánico. La máquina como identidad humana. Las personas se volvieron obsesionadas con el ruido.
La repetición del ruido, agresivo y saturado, se había convertido en una causa revolucionaria, como una reacción a la música popular y a la cultura del consumismo: buscaba romper con las estructuras tradicionales del rock y pop, introduciendo “ruidos no musicales”.
El inicio de este segundo soundtrack nos posiciona justo ahí. Un álbum saturado de sonido, en el centro del género industrial. En TRON: Ares, es difícil percibir los instrumentos que se usan: la orquesta, a diferencia del primer proyecto, no es la protagonista. Los sonidos digitales dominan las 24 canciones que constituyen este álbum. Nos presentan de nuevo el mundo digital y tecnológico que conocimos en 2010, pero cambiado.
La canción inicial del álbum, “Init”, nos posiciona en el centro de la película. Esta canción tiene ecos del álbum de la precuela, parece similar a “The Son of Flynn”. En su mayoría con personajes y una banda sonora diferente, seguimos una historia ya contada, con un ritmo musical familiar al anterior.
A pesar de que el álbum es caótico, los títulos no te dicen nada, las canciones varían en ritmo y los instrumentos no son claros, podemos decir que hay patrones auditivos que se aprecian a lo largo de cada canción, en especial la primera y la última del álbum.
La transición de Daft Punk a Nine Inch Nails nos habla acerca de que la película no viene con la misma narrativa, ni con la misma estética musical. Es un mundo más caótico, que no se espera a presentarte las herramientas digitales y los sonidos que lo crean.
