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Foto de la portada del disco Willoughby Tucker, I’ll Always Love You de Ethel Cain.

Ya acabó el maldito verano

Yo no sé si estoy sensible o qué, pero el disco de Ethel Cain me partió en diez.

A diferencia de muchos voluntarios de esta estación milagrosamente universitaria y joven, no soy el tipo de persona que escribe sobre sus sentimientos de manera rampante e innecesariamente cursi, con un descaro sentimental francamente vomitivo.

Generalmente, procuro ocultar con recato mis urgencias privadas detrás de palabras casi soeces, o imágenes desquiciadas, y dejo que la emoción surja sola, en quien la lea, si es que logro que se entienda en la traducción al cuerpo de alguien más. Si no, no es mi problema. Yo sí voy a terapia. Cada quien sus sentimientos y sus cosas. No tengo que hacerlos la responsabilidad de todos los demás, como acostumbran las nuevas generaciones. Sin embargo, me vi en la necesidad de doblegarme ante el incendio entre mis costillas que me está oprimiendo la tráquea, y arrastrarme con mis s-e-n-t-i-m-i-e-n-t-o-s y mi humillación frente a las siete personas que, con suerte, van a leer este texto. Mi mamá no cuenta.

Encuentro otra diferencia que me separa de esta nueva generación de sentidores indecorosos, que me hace sentir antigua. Ya no dicen “disco”, dicen “álbum”. Al principio pensé que era un anglicismo, parte de la homogenización pasiva del lenguaje en internet. La globalización, pues.

Pero para ellos los discos no existen. O sí existen, pero como una versión de lujo innecesario de un álbum digital. No tiene sentido decirle “disco” a algo que no es disco. Yo soy la ruca que edita sus textos y pasa la tarde borrando á-l-b-u-m, y escribiendo d-i-s-c-o en su lugar. Acabo de llegar al 2025.

Raquel

 

 

Willoughby Tucker, I’ll Always Love You – Ethel Cain
Feru


Foto de la portada del disco Willoughby Tucker, I’ll Always Love You de Ethel Cain.

 

Esto no es un álbum: es un relato fotográfico familiar que alguien dejó al sol. Las caras se derriten, pero aún reconoces a Willoughby Tucker en el costado, y a Ethel Cain practicando la esperanza como si fuera un himno.

Abrimos la puerta y el salón parroquial respira calor; Willoughby escribe su nombre en el vaho de una ventana, y Ethel lo lee como si fuera una salida de emergencia. I’ll Always Love You es el mapa antes del incendio: versos como carreteras comarcales, guitarras que crujen como bancos de iglesia, y un rumor de tormenta al fondo. La historia no ha estallado, pero ya tiembla el vidrio.

Este disco es la precuela de Preacher’s Daughter: un diario en folk color sepia, donde cada sonido sabe al sueño americano visto desde la ventanilla de un auto viejo. Es el retrato de enamorarse a los 17, de descubrir que el amor con un hombre y la muerte comparten la misma sombra.

Entre versos, Ethel o Hayden, escribe sobre crecer bajo el peso de un padre que abusa y una madre que aprendió a callar, sintiendo compasión por esa versión joven de sí misma que aún no sabe cuán duro tendrá que luchar para sobrevivir. Aquí la fe se guarda en un cajón para poder ver la realidad sin filtros sagrados: el respeto que nunca llega, el amor que huye antes de ser pronunciado. Grew up hard, fell off harder: a veces, simplemente, hay quienes nacen destinados a no escapar… pero, ¿cómo se aprende a aceptar eso sin romperse?

La despedida se alarga como una carretera sin final. Entre acordes que se quiebran y silencios que pesan más que las palabras, ella murmura: “I’ve been picking names for our children / You’ve been wondering how you’re gonna feed them.” No sabemos si Willoughby muere o simplemente se desvanece, pero en su voz hay un funeral invisible, el duelo de un amor que se queda varado en mitad del sueño americano. Escucharla es quedarse mirando el horizonte sabiendo que lo que esperas ya no va a volver.

 

 

Magic Of The Sale – Teethe
Tello

 

Foto de la portada del disco Magic Of The Sale de Teethe.

 

Hoy agotamos los términos hasta el cansancio. Como muletilla para apoyar nuestro tullido andar por el lenguaje, como rastro de colonización, como moda o como código para etiquetar tendencias. Lovebombing, breadcrumbing (migajero asqueroso y arrastrado), hopecore, cringe y, uno de mis favoritos, Yearning. Se deriva del inglés antiguo georman y se traduce como desear, anhelar profundamente, demandar o rogar.

De manera práctica, es lo que haces en tus tiempos libres de romanticismo empedernido: estétizacion excesiva, delirios sin límites y manifestación de una fea carencia emocional, frustrada por el estúpido destino que no se dobla ante tus berrinches. Musicalmente hay una larga lista de bandas que acompañan esa ensoñación; que te hacen sentir como damisela en duelo de guerra, con vestidos bordados, viendo una marca en el muro de piedra frente al mar arremolinado.

Teethe es una banda post-pandémica de slowcore (otro término mamerto) originaria de Texas, que nada tiene que ver con el medievo anglosajón pero que te van hacer “yernear” como si fuera el caso. Con guitarras densas, slides, voces atuneladas y percusiones intensas pero suaves, constantes, con letras melancólicas; todo eso y uno quiere extrañar hasta el sándwich de cafetería de ayer. 

En pleno 2025 usamos términos medievales, las bandas tocan violines y xilófonos, pinturas verdosas y desgastadas como portadas. Desde la tipografía de Fontaines D.C, la mitología de The New Eves, el caballero empuñando su espada en lo nuevo de Alex G y la vibra de taberna orquestal de Black Country, New Road. Algunos economistas definen el mercado como tecnofeudalista, las chicas de cabello corto se disfrazan de Juana de Arco con septum para Halloween, los chicos con mullet andan por ahí con faldas de tartán y los políticos dicen pelotudeces al más puro estilo del oscurantismo. 

¿Porque querríamos revivir un tiempo en el que se pensaba que la tierra era plana? Ya no tendremos caballos y valles bordeados de riscos y castillos en lo alto, pero un trayecto en auto entre edificios y concreto sí hay. No tendremos un cuerno de hidromiel, tapices de dragones y juglares con laúd, pero un matcha pastoso, un pan de masa madre igual de pastoso y una playlist con Duster, Low y el segundo álbum de Teethe tendrán que bastar. Para extrañar lo que quieras, incluso si es algo que no viviste. El norte de Texas, las cartas a mano entregadas por palomas, a tu innombrable casi algo o incluso un tiempo en el que una cama de paja y cagar en un pozo era considerado lujo.

 

 

Alfredo 2 – Freddie Gibbs, The Alchemist
Nerea

 

Foto de la portada del disco Alfredo 2 de Freddie Gibbs, The Alchemist.

 

Cuando iba apenas por la tercera canción de Alfredo 2, me interrumpió una llamada de mi hermano. Me dijo: “Tienes que escuchar Alfredo 1 primero”.

Yo no tenía idea de que existía un Alfredo 1, así que hice caso. Lo escuché entero y luego regresé al segundo. La experiencia terminó siendo interesante porque, sin planearlo, pude comparar los dos de golpe. El primero tiene un sabor más crudo y áspero, mientras que Alfredo 2 tiene tonos más dulces y brillantes, con condimentos que lo vuelven más cálido y, de alguna manera, más cinematográfico. Esta duología (es un término que existe, no me lo inventé) me hizo ir de una película de la mafia italiana a una del Yakuza (la mafia japonesa) en los callejones de Tokio, alumbrados por luces neon.

La portada refuerza ese cambio de receta. En Alfredo, la imagen es un plato de fettuccini, con una referencia a la estética mafiosa, las manos recordándonos a las del Padrino. En Alfredo 2, la pasta es reemplazada por ramen (incluso los colores son más vibrantes), no es solo un chiste visual: es una manera de decir que esta secuela sigue siendo parte del mismo concepto, pero con otro sabor, otra textura.

Alfredo 2 es como un plato que se cocina a fuego lento: todo fluye sin prisas, con un ritmo que te invita a seguir probando. The Alchemist produce ritmos tranquilos pero con presencia, y Gibbs navega sobre ellos con elocuencia, juntos se complementan al dente.

Eso sí, las letras caen en hablar demasiado de lujo, violencia y ego, pero hay momentos donde sabe a otra cosa, como en “Gas Station Sushi” o “I Still Love H.E.R.”, en la que aparece una melancolía inesperada que cambia el paladar. Las colaboraciones de Anderson .Paak en “Ensalada” y JID en ”Gold Feet” son guarniciones bien escogidas y  hacen que el disco tenga momentos muy frescos sin perder su esencia.

En definitiva, Alfredo 2 es un banquete que se disfruta tanto si te sientas a degustarlo con calma como si lo dejas acompañarte de fondo. No hace falta haber probado el primer plato para apreciarlo, pero si te pasa como a mí, vale la pena probar el fettucini y seguirlo con ramen.

 



Monigote Cualquiera – Demencia Infantil
Pontas

 

Portada del disco Monigote Cualquiera de Demencia Infantil.

 

“Seguro no te gustó porque no entendiste el concepto”. Jamás he tenido el infortunio de escuchar esta frase, pero en mi mente se dibuja a un sujeto acomodándose los lentes y levantando el dedo índice de forma condescendiente. Y es que no hay mejor arma para el melómano pretencioso que escudarse detrás del concepto de un disco.

Para ese güey que no puede creer que no te gustó el The Aeroplane Over The Sea, es más fácil desacreditarte diciendo que no le entendiste al concepto a admitir algo tan sencillo como que en la música hay diferentes gustos (y que el concepto no justifica toda una obra). 

Pero la música no siempre es tarea. No hay que entenderle nada. No hay que pasar horas en foros de Reddit intentando “agarrarle el sentido” a una obra.

Eso es lo que para mí representa Demencia Infantil en su debut. En palabras de la banda, son canciones sin significado ni sentido. Son seis músicos que se dedicaron a hacer ruido organizado. Dejan al escucha entender su música como se le dé la gana, ya sea una obra caótica, bizarra, terrible, estúpida o brillante. Uno no necesita el permiso del artista para hacer esto, pero sí dice mucho de un álbum que los músicos partan entendiendo que todos significamos el mundo desde lo subjetivo. No hay objetividad en el gusto, ni una forma “correcta” de escuchar música. 

El sonido caótico, disonante, raro y tétrico que tiene la banda parece ser una tendencia en muchos grupos nuevos dentro del underground mexicano. Y es que lo ruidoso y lo aparentemente desordenado tiene una gran ventaja: su poder de abstracción. Hay un hueco que deja Demencia Infantil que todxs llenamos cuando escuchamos el disco. A fin de cuentas, ambas caras de la moneda, artistas y audiencia, terminamos dejándonos ir por cosas que no entendemos por completo.

Demencia Infantil entrega un libro para colorear y el escucha es el que pone los colores. Ni Demencia Infantil sabe qué colores vamos a poner ni nosotros podemos salirnos de los dibujos que trazó la banda. 

Tal vez escribiendo todo esto solo quedé como el melómano pretencioso del principio, tal vez el concepto del álbum es que no tiene concepto, o tal vez sí lo tiene y es muy meta. Entonces ¿de qué trata el álbum? No sé, escúchalo.

 

 

I Love My Computer – Ninajirachi
Malau

 

Portada del disco I Love My Computer de Ninajirachi.

Sentí FOMO por primera vez a los trece años, en mi primer año de secundaria cuando conocí a Marina. Nos hicimos amigas después de un par de recreos que pasamos enseñándonos música y hablando de otras cosas que teníamos en común.

Un día me invitó a comer a su casa y conocí a sus hermanas grandes, las morras más cool que había conocido hasta ese momento. Ellas son cinco y ocho años mayores que nosotras. Su cuarto parecía salido de Tumblr, tenían atrapasueños, posters de festivales y artistas que aún no conocía, olía a cigarro y tenían toda la ropa de Brandy Melville y American Apparel que estaba de moda.

Al día siguiente le pregunté a Marina sobre sus hermanas y pasó horas contándome las anécdotas más envidiables que una puberta podía imaginarse. 

El FOMO se detonó cuando vimos el aftermovie del festival Ultra, después de que Marina me contó sobre cómo sus hermanas terminaron sobre los hombros de un par de europeos guapos, ondeando la bandera de México. Me obsesioné con la idea de estar ahí, sumergida en los bajos y rodeada de más gente como las hermanas cool de Marina. Lo que más me emocionaba de crecer era vivir eso. 

Para mi mala suerte, cuando cumplí la edad suficiente para asistir al Ultra u otro parecido, los DJs que me gustaban ya habían chafeado, ya no visitaban México o simplemente desaparecieron del radar. Ya no era lo mismo. 

Ok,ok… pero, ¿esto qué tiene que ver con I Love My Computer de Ninajirachi? Bueno, es que la primera mitad del álbum (antes del interludio del gatito) me dio la impresión de que le dijo a alguna IA que le hiciera los beats más Gen Z jamás creados.

Y aunque yo pertenezco a dicha generación, me sobreestimuló tanto que no lo hubiera acabado si no tuviera que escribir esta nota. Después del profundo respiro que fue el interludio, sentí algo que hace muchos años no sentía. Se pintó aquella escena que tanto había repetido en mi cabeza de trece años, me transporté al aftermovie del Ultra y sentí alivio al pensar que tenía una segunda oportunidad de vivir mi fantasía puberta. 

Este disco no es para todos, de hecho no es para la mayoría y casi no lo fue para mí, pero si alguna vez disfrutaste o fantaseaste con uno de estos conciertos o festivales de electrónica entre 2010 y 2015, este disco es para ti.

 




Forget In Mass – Deki Alem
Nat Z

 

Portada del disco Forget In Mass de Deki Alem.

 

Hay música que aparece de la nada y te rasca el cerebro en el punto exacto. Así me pasó con este cuarteto de íconos de la cultura pop sueca. Los gemelos Sammy y Johnny Bennett, fashionistas de su escena local, se unen a Richard Zastenker, productor de Lady Gaga, Swedish House Mafia e Icona Pop, y Johannes Klahr, que trabajó con Zastenker en el Honestly, Nevermind  de Drake, para fabricar algo que es mitad descarga eléctrica, mitad abrazo colectivo. 

Su sonido es un cruce frenético entre drum and bass, trip-hop y rap; con la intensidad de The Prodigy, la oscuridad seductora de Tricky, la energía afilada de Skepta y la libertad de Yves Tumor. Por un momento, la generación X, millennials y centennials parecen estar de acuerdo en algo. En un mundo que se esfuerza en dividirlo todo, Deki Alem busca construir puentes, mezclar culturas y géneros, hasta sintonizar con la frecuencia que nos une a todxs.

Después de un par de años soltando sencillos y EPs, llega Forget in Mass, su álbum debut. Inspirado en la idea de dejar atrás la individualidad y sumergirse en la multitud, como si al diluirte en ella pudieras encontrar una nueva versión de ti. Es un espacio de escapismo y comunidad; un llamado a desconectarse del ruido constante del internet y los cultos del wellness disfrazados de clubes de corredores, biciantros y dietas de mamás almendra.

Este disco no te pide que lo escuches, te arrastra; te invita a volver a lo instintivo, a lo hedonista, a aceptar que a veces está bien ser un fracaso, y sobre todo, a sentir en carne viva que seguimos siendo humanxs.

 

 

DON’T TAP THE GLASS – Tyler, The Creator
Marian

 

Portada del disco DON’T TAP THE GLASS de Tyler, The Creator.

 

Lo único que he querido hacer desde que comenzó el verano ha sido volver. Volver a respirar con ganas, volver a conectar, volver a bailar, volver a disfrutar, disfrutar y bailar y respirar un aire nuevo de la manera más libre posible para deshacerme de la contaminación emocional y dejar atrás todo lo que arrastro desde principio de año.

Desde que no me siento yo, quiero volver a ser yo. Tyler, The Creator, nos exige ser libres, ser sin pensar, nos exige bailar y movernos, si no bailas, mejor ni vengas. La manera en la que Tyler es tan 100% él, que no queda otra opción que también ser yo, es algo que se contagia en su música. Aquí, en este aire libre de smog emocional que nos comparte Tyler, se busca la libertad de expresión. Asimismo, qué mejor que bailar, sudar y despegarte de tus sentimientos con el hip-hop, el synth y los bajos que vibran hasta tus huesos y despiertan todo por dentro para ponerte de pie porque el cuerpo sabe lo que la mente necesita. 

Don’t Tap the Glass es el nuevo aire que necesitaba para alejar la espesa bruma llena de pesares. Una vez más, Tyler, The Creator se sube al bien merecido pedestal que ha construido cuando. De un día para el otro, lanzó su noveno álbum, a menos de un año de haber publicado su colorido Chromakopia. 

Cuando este aire de soledad me consuma y me sofoque, voy a vivir bajo las tres reglas que anuncia Tyler en su Instagram:

  1. Movimiento de cuerpo. No se puede estar quieto.
  2. Solo habla en gloria. El bagaje déjalo en casa.
  3. No toques el vidrio.

Porque no hay soledad en el baile. Porque en la gloria siempre se va bien acompañado. Porque el monstruo brumoso solamente sale cuando es provocado. 

El aire vuelve a los pulmones. El miedo a vivir se puede quedar pisoteado en la pista de baile. El movimiento vuelve a las caderas. El amor vuelve a mi alcance. El monstruo se puede quedar encerrado.

 

 

BLACK STAR – Amaarae
Ana Lau


Portada del disco BLACK STAR de Amaarae.

 

El tercer álbum de la ghanesa-estadounidense Amaarae es la definición perfecta de lo que muchos llamarían “electrónica underground”. Y aunque me encanta la música repetitiva, con beats constantes y similares -esa que a veces te permite “reaparecer” a mitad de un rave nocturno mientras terminas tu rutina antes de dormir-, este álbum fue distinto. Principalmente porque fusiona house, electrónica y afrobeat.

Cada beat te transporta a un concierto al aire libre, donde casi nadie presta atención a la letra y son los pulsos electrónicos los que guían tus pasos. Pero si, a diferencia de la mayoría, tú eres de los que valoran las letras, probablemente notes que en varias canciones se repiten las mismas palabras más de un par de veces.

Es un álbum con colaboraciones de artistas como Bree Runway, Starkillers, Naomi Campbell, PinkPantheress y Charlie Wilson. Una mezcla de pop experimental, fusión de rap y R&B.

 


Metro Boomin Presents: A Futuristic Summa – Metro Boomin
Xavi

 

Portada de disco Metro Boomin Presents: A Futuristic Summa de Metro Boomin.
Escuchar “a futuristic summa” se siente como volver a comer ese dulce empalagoso y lleno de azúcar que te fascinaba cuando eras pequeño; es como una mezcla de nostalgia con el cuestionamiento de “¿de veras me gustaba esto?”

Sinceramente, el trap es uno de los géneros a los que menos me he adentrado, la verdad nunca he sido muy fan. Sin embargo hubo una época en la que lo escuchaba la mayoría del tiempo. Específicamente el trap de la década de los 2010: Future, lil Tecca, Gucci Mane, entre otros. Escuchar este disco fue como regresar a esa época que recuerdo con nostalgia. 

Les voy a ser honesto, este disco no me fascinó, no es el tipo de sonidos que me atraen hoy en día y no me veo escuchándolo constantemente. Pero tiene muchas cosas buenas; trae de regreso el trap de la década de 2010 con ritmos pegajosos, alegres y en general una vibra de verano de la época.

Después de la segunda escucha, me di cuenta de que este disco no es para todos, es para quienes escucharon el trap en esa era primitiva y sigue disfrutando del género a la fecha. Tal vez no es para ti, y está bien; una figura tan grande como Metro Boomin, puede darse el lujo de hacer lo que quiera y si tú, como Metro, viviste el trap y te gusta tanto, este disco es para ti.