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Portada del disco solo quiero ser tu perro de Gal Go.

Cómo ser sexy en 2025

En los primeros dosmiles, más o menos en los años dorados de esta estación de radio en decadencia pero en resistencia, ser un chico blanco de Nueva York, con los jeans tan pegaditos como una segunda piel, el pelo largo grasoso, boca de cenicero y una chamarra de cuero con restos de polvo blanco en la solapa, era lo más sexy del mundo.

Los Yeah Yeah Yeah ‘s, los Strokes, los White Stripes, The Kills… lo más hot del mundo era lo más imperfecto. Lo más humano. Charli XCX retomó esa misma fuente de sensualidad para el brat del año pasado. Lo alcanzable. Lo cercano. Sensualidad cruda. Olor en las axilas. Sudor salado en el bigote y en la nuca. Cerveza caliente en el vaso de plástico.

Más de dos décadas después, la sensualidad se mimetizó con la sexualidad y ahora hay más sexo en el campo visual cotidiano, que pedazos de cielo. Todo es tan sexy que mejor ya nadie quiere tener nada que ver con el sexo. O están obsesionados con él (gays, paren). Porque el sexo no se ve así, como se ve en todas partes. Se ve como es. Un acto de animales en el que se borran todos los años de civilización y se regresa al Cromagnon por unos minutos de transe en la carne.

Por eso a algunos ya les incomoda el rock. Porque el sexo en el reggaetón y en la televisión ya se lo saltan como ad de instragram. El cerebro ya no lo registra. Se hicieron inmunes por sobreexposición. Pero en el rock, la sensualidad queda velada y no se convierte en sexo todavía. Deja un poco para después. La cultura de la satisfacción inmediata, en un click y diez minutos te llega una hamburguesa al sillón, desapareció el deseo.

El motor más efectivo para cualquier clímax espectacular en el desenlace que sea, con fuegos artificiales y todo, como los de Cai Guo Qiang en el Pompidou. Ahora el deseo se satisface de forma inmediata, como con las canciones de Bad Bunny, pero se puede tomar la decisión consciente de no pedir tacos y caminar a la taquería, saborearlos en el camino, pedirlos al taquero, ver cómo los preparan, oler la carne sobre la plancha. O cocinar una quesadilla en casa y escuchar un disco como el de Elias Rønnenfelt, el de Bar Italia o el de Gal Go. Hagamos quesadillas, miamor.

Raquel

 


From The Pyre – The Last Dinner Party
Regina

Portada del disco From The Pyre de The Last Dinner Party.

Este es un cuento de hadas que se prendió fuego, y en lugar de extinguirse, decidió bailar entre las llamas. Las brujas en el escenario no son nuevas en la historia de la música.

A lo largo de los años se han aparecido muchas. Las hay legendarias: Stevie Nicks, Tori Amos, Kate Bush. Y las hay contemporáneas: Lucrecia Dalt, Luisa Almaguer, Juana Molina, hasta Chappell Roan. Todas, a su manera, han convertido el acto de cantar en un hechizo.

The Last Dinner Party es de esas bandas que, al inicio, me daban cringe. La neta. Para mí eran solo un grupo más de morras intentando ser cool de una forma forzada, teatral. Pero aquí la forzada fui yo. La que dio cringe, yo, porque ni siquiera les había dado una oportunidad. La banda se hizo popular por “Nothing Matters”, esa canción que, para ser sinceros, sí bailaba en mi cuarto a escondidas. Con el tiempo decidí soltar el intento de ser cool y escucharlas de verdad.

Primero: su estética, completamente medieval y brujil. Algo que, admitámoslo, a mucha gente en esta estación nos encanta. Segundo: la voz de Abigail, su vocalista. Grave, distinta, con un dramatismo que hace que la banda suene a algo más que una tendencia pasajera.

From The Pyre, su segundo álbum de estudio, es un viaje por la desesperación, la agonía y, curiosamente, el baile. Todo al estilo de un aquelarre. A veces escuchas toques de Queen, “Cool Cat”, “Bohemian Rhapsody”, y luego, de pronto, ecos de Kate Bush. Esa teatralidad que parece moverse entre lo humano y lo místico.

El disco está lleno de referencias bíblicas, toques barrocos, maximalismo y melodrama. Ya sé, parece que estoy describiendo una pintura, pero es que realmente así suena este álbum. A diferencia de su debut, Prelude to Ecstasy, aquí se sienten más seguras, más en su propia piel. Se permiten jugar, experimentar con sonidos, instrumentos y hasta tonalidades vocales. Y luego está la portada. ¿Podemos detenernos un segundo ahí? Es como si Alicia la del País de las Maravillas tuviera un hijo con Juana de Arco.

 

 

Some Like It Hot – Bar Italia
Ana Lau


Portada del disco Some Like It Hot de bar italia.

Sentirse sexy hoy en día es más difícil de lo que piensas. La lencería no te queda como querías, porque las hormonas de hoy son diferentes a las de ayer, o porque la sociedad ha comercializado tanto la sensualidad de una forma tan jodida, que a veces hasta se siente falso.

Some Like It Hot, logra replicar precisamente esa idea: una vulgaridad elegante, un estado de seducción imperfecta y humana, la única forma real de ser sexy sin intentar parecer un anuncio de Calvin Klein y fallar irremediablemente en el intento. El disco se mueve entre el rock indie y un pop desaliñado, con melodías pegajosas, guitarras contenidas y un desorden comercial que le da vida propia.

A ratos parece un guiño indiscreto, una frase coqueta, o un roce inseguro. 

El título del disco remite, por supuesto, a la película de Billy Wilder. La primera vez que se habló de Some Like It Hot fue en Chicago, en tiempos de la Ley Seca. Dos músicos en apuros -Tony Curtis como Joe, saxofonista, y Jack Lemmon como Jerry, bajista- presencian un asesianto de la mafia: una escena ruidosa, llena de detonaciones, nerviosismo, el rechinar de autos y botas que huyen. Para escapar, se disfrazan de mujeres (“Josephine” y “Daphne”) y se unen a una orquesta femenina dirigida por una encantadora pero vulnerable Marilyn Monroe. En la película, la comedia surge de la doble identidad, del engaño, del baile, de la seducción, del deseo que se disfraza. En el álbum, Bar Italia toma ese mismo juego y lo traduce en sonido.

A lo largo de sus doce canciones escuchamos las voces de los tres integrantes –Nina Cristante (que colaboró recientemente en un rolón con Yves Tumor), Sam Fenton y Jezmi Fehmi– turnarse y mezclarse. A veces son susurros que rozan lo sexy, casi gemidos, y otras veces se vuelven planas y distantes, como si el deseo se hubiera apagado. Hay otra sensualidad. La que no es de plástico. Más íntima, salvaje y orgánica. El escote discreto, los labios rojos, el recogido de cabello que deja ver la nuca.

 



LOTTO – They Are Gutting a Body of Water
Dany A

 

Portada del disco LOTTO de They Are Gutting a Body of Water.

 

No importa cuánto avance la IA, nunca tendrá el poder de cuatro pelados haciendo un shoegaze que bordea el heavy metal. They Are Gutting a Body of Water se aprieta el cinturón en LOTTO, quedando solo con lo necesario. Riffs melódicos fondeados por guitarras difíciles de distinguir, baterías que probablemente rompieron algunas baquetas mientras eran grabadas, el bajo dando la tónica, y voces melódicas pero no demasiado. 

Este es el disco más honesto de esta banda de Philadelphia. Abrir con un spoken word en un tono plano, como el de “Popular” de Nada Surf, sobre las sensaciones que genera la abstinencia, deja claro que aquí no vamos a evadir nada. No hay que romperse mucho la cabeza para descifrar sus letras, son más bien entradas claras a la cabeza de alguien que no la está pasando bien. Conceptualizar y saber expresar lo que sucede en los rincones más intrincados de la química cerebral sin pensar demasiado, es donde encuentro otra dimensión de honestidad que me parece igual de valiosa que saber señalarla.

El sonido pierde la densidad que podíamos escuchar en sus discos anteriores, y se vuelve mucho más claro y estructurado. Es como si un niño finalmente lograra separar por colores la bola de plastilina gris que hizo sin querer. Desvestir las composiciones a los huesos las hace sonar mucho más vulnerables, que se noten las imperfecciones y las asperezas, pero se requiere de valentía para desenmarañar tu forma de externar las cosas. Ser honesto es un proceso. 

Los dos tracks instrumentales que contiene el disco son la prueba de que aunque están empezando a hacerlo, TAGABOW (acrónimo para abreviar su nombre innecesariamente largo) no están listos para decirlo todo. A veces basta con gritar, como en el principio de “Slow Crostic“; otras veces, analizar más a fondo el ruido de la mente (que es a lo que suena “Chrises Head”) podría ser la solución. Las emociones están ahí, pero la claridad para nombrarlas llegará con el tiempo y en la cabeza de quien lo escuche. 

En un género que se ha puesto barreras de lenguaje a propósito, y en el que parece que la nitidez es un enemigo, TAGABOW se presentan ante el mundo sin pudor, pierden el miedo a murmurar, y hablan fuerte y claro. Aún en este mundo tan artificial, supongo que nunca es tarde para empezar a ser personas reales otra vez.




solo quiero ser tu perro  – Gal Go
Dani R

 

Portada del disco solo quiero ser tu perro de Gal Go.

 

A ojo de buen cubero, 90.9% de la música que suena en esta frecuencia es en inglés. Queda ese porcentaje restante que no, como el nuevo disco del multiinstrumentista argentino, Gal Go. Solo vuelve a caer en la tendencia principal de la estación en su colaboración con King Krule en “barefeet”, con quien toca, compone y trabaja desde la grabación de The OOZ  de 2017. 

Muchas veces si nos perdemos, ya sea porque Waze se desinstaló o los letreros de las calles en la Ciudad de México son ilegibles, requerimos un momento de pausa para reubicarse. “Brújula“, el tercer tema de este álbum, lo logra en un extenso respiro instrumental y hasta el mismo nombre indica un sentido de dirección.

Pasamos a “abz”, en la que tampoco hay voz y el ambiente sonoro comienza a agitarse. El riff de guitarra que le sigue encaja perfectamente con las playlists de “si mi vida fuera una película”. Da mucho para sentirse protagonista de la historia y apropiarse de la experiencia de escucha o acostarse en el pasto y no pensar en mucho y en todo a la vez. Des. Hecho. Des. Pasito. Así Ignacio Salvadores (el saxofonista y productor detrás de Gal Go) juega con las palabras y le da un valor literario a su obra. Este es un compilado de sus tres EPs: A deshacer, B mi mal, y C los lentos, en el último hay una colaboración con la banda local más respetada de la escena, Diles que no me maten.

Si los libros fueran música, pensando en ellos como objeto tal cual, el olor de las hojas y no cómo la historia que contienen, sonarían a jazz. Otro pájaro lento, el segmento de saxofón con el que cierra esta travesía, deja plantar los pies en la tierra y hacer siluetas de perritos con la mano como en la portada, dar lugar a la improvisación y al juego como en una infancia lejana.

 



C.Y.M. – C.Y.M.
Bibi

Portada del disco C.Y.M. de C.Y.M.

 

Escuchar C.Y.M se siente como conducir sin rumbo en una autopista desierta, con luces de neón parpadeando al ritmo del bajo.

Curiosamente, yo lo escuché atorada bajo el smog y el tráfico de la Ciudad de México, y aún así logró transportarme, como si cada capa de sonido abriera una pequeña bolsa de aire entre el ruido y el asfalto.

El dúo formado por Chris Baio de Vampire Weekend y el productor berlinés Michael Greene, conocido como Fort Romeau, no busca definir su sonido, sino expandirlo.

En su álbum debut, mezclan krautrock, soul, house e indie con una naturalidad que desarma cualquier intento de clasificación. Cada tema es una especie de espejismo: suena familiar, pero nunca sabes de dónde viene. Los sintetizadores se estiran, las guitarras se disuelven, y las voces aparecen como fragmentos que orbitan entre lo humano y lo digital, generando una atmósfera que a veces abruma y otras consuela. Es un disco que flota entre lo terrenal y lo etéreo, un debut que no teme perderse entre géneros porque entiende que en el caos también hay belleza.

 

 

Speak Daggers – Elias Rønnenfelt
Flor

 

Portada del disco Speak Daggers de Elias Rønnenfelt.

 

Por fin estamos en el meollo de la spooky season y consecuentemente surgen discos que reflejan la temporada; aunque pocos llegan a dejar una marca en la memoria y Speak Daggers es uno de estos. 

Al escucharlo, el disco transporta al público a la noche en una ciudad gobernada por ruidos metálicos e industriales que no llegan a ser grunge pero se acercan al Demon Days de Gorillaz o a las rolas del último disco de Bar Italia. Por su tinte nocturno, tiende a juguetear con el miedo y por ende, con Halloween – algo muy reconocible en “Crush The Devil’s Head” y “Kill Your neighbor”; podrían estar sonando sin problema al inicio de una fiesta mientras le echas ojitos a una persona disfrazada de Patrick Bateman y tu amix te alienta a hablarle. 

No obstante, dicha fantasía se rompe por el ritmo entrecortado que se te impone por la manera en cómo están construidas las canciones- inicio sin ruido, canción, dos segundos nuevamente de absoluto silencio. Ojo, no es obligación que todas las canciones fluyan como río, pero siempre es agradecida la cohesión entre ellas. Esto no solamente sucede con el ritmo, también con la temática y el acomodo porque cerca de la mitad aparece “Hollow Noon”, una balada que pondría mi hermano puberto mientras contempla su corta vida, que se acerca más a lo ya conocido de Elias Rønnenfelt cuando tocaba con Iceage, que la temática del disco. 

Sin duda alguna, Speak Daggers es un intento noble de Rønnenfelt de salir de su zona de confort, y que por momentos llega a ser interesante, pero por un ritmo poco estable y disonancias entre canciones, no termina de cumplir su cometido como un nuevo clásico de la spooky season.