Big Thief, el Metropolitan y lo fuera de lo humano
De vivir en una van recorriendo Estados Unidos, Adrianne Lenker se ha convertido en una de las voces más hermosas y poderosas, al menos para mí, de esta generación. Junto a Buck Meek y James Krivchenia forman esa clase de banda que sabe cómo tocar las guitarras y, más importante, cómo llegar a las fibras más sensibles del ser humano.
Big Thief es una de esas bandas que han acompañado a muchos de nosotros en distintas épocas de la vida. Llevábamos años esperando que anunciaran su concierto en México. Años de especulación en festivales, de conversaciones entre amigos y hasta de manifestaciones al universo. Y al fin se cumplió: el primero de octubre tuvieron su primer concierto en nuestro país. Las calles de la Ciudad de México olían a pan de muerto, cempasúchil y pavimento mojado, un escenario perfecto para un set de casi dos horas y media en el Teatro Metropolitan.
Adrianne parecía una criatura mitológica. Cuando entró al escenario, había algo en su presencia que no parecía humano. El público estaba lleno de energía, con una euforia que se volvió silencio en cuanto sonó la primera canción. Arrancaron con “Not a Lot, Just Forever“, del Songs que Adrianne lanzó en pandemia. Through your eyes I see… a smile you bring to me. Apenas esas palabras y ya había lágrimas. Podías escuchar el ruido incómodo de las narices intentando respirar. La voz de Adrianne llenaba el teatro como si viniera de un lugar fuera de lo humano.

La primera vez que escuché Double Infinity, el nuevo álbum de la banda, me pareció un poco aburrido. No es fácil admitirlo. Pero algo cambia en vivo. No Fear comenzó contenida, hasta que se abrió en un jam de guitarras que recordaba que esto no es folk “dulce” ni música de fondo. En vivo el sonido se vuelve otra cosa: rock, punk, desorden, crudeza.
Ya lo intuíamos en la sesión de Live From the Bunker, pero verlo fue distinto. Pensé, lo confieso, que podía ser un concierto aburrido. Tenía miedo de que se quedaran en lo contemplativo. Entonces llegó “Not“. Adrianne gritándole al micrófono, con la sincronía exacta de Buck Meek en la guitarra, me hizo pensar que la idea del aburrimiento nunca estuvo realmente sobre la mesa.
Cuando tocaron Simulation Swarm, el público ya estaba rendido (en el buen sentido). Quizá Adrianne y Buck sean el Stevie Nicks y Lindsey Buckingham de esta generación: la pasión de una ruptura amorosa convertida en música que corta, que arde, que no se guarda nada. Esa crudeza es lo que los hace una de las bandas más reales y queridas de nuestro tiempo.
El Metropolitan se volvió un cuarto familiar, un toquín en casa de alguien más. “Vampire Empire” hizo gritar y llorar a la gente, como si todos estuvieran reviviendo al mismo tiempo una ruptura reciente.
En “Certainty“ nos llevaron a un bayou de Luisiana, con guitarras pantanosas y botas hundiéndose en el lodo. Minutos después nos soltaron en un bar de Brooklyn. Esa capacidad de moverse entre paisajes tan opuestos, de rompernos y armarnos de nuevo en cuestión de acordes, es lo que los hace distintos. No es una banda que se escuche, es una que se siente. Y esa noche, en el Metropolitan, lo sentimos todos.
