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Previo exposición Gunther Gerzso

Algo en común con el pasado une a Gunther Gerzso, Perla Krauze y Jorge Mendez Blake

Cuando llegamos al Museo de Arte Carrillo Gil para conocer a Carlos E. Palacios -curador invitado para darle vida a la exposición “Gunther Gerzso: Algo en común con el pasado”- los cuadros aún estaban cubiertos de plástico, descansando sobre el suelo, y la narrativa de la muestra era todavía una promesa.  

He escuchado el nombre de Gerzso muchas veces. Lo he visto en más de una exhibición monográfica sobre su vida o su obra, y colado en otras a propósito del arte moderno en México, casi siempre, sin novedad. Su mención reiterativa y el discurso que la acompaña lo habían convertido, para mí, en una presencia familiar. Como una palabra que dices y dices hasta que pierde su sentido. 

Nació en Ciudad de México en junio de 1915, de la unión de una madre húngara y un padre alemán. Tras la muerte de su padre se mudó a Suiza, donde vivió gran parte de su infancia y adolescencia y se encontró con las vanguardias artísticas que se desarrollaron en Europa. 

Ibero 909 tuvo acceso al previo de la inauguración de la exposición de Gunter Gerzson.
Foto: Hatsi Sánchez

En la década de los años treinta regresó a México y comenzó a trabajar como escenógrafo y diseñador de producción durante la Época de Oro del cine nacional. Entró en contacto con muchos de los artistas surrealistas que habían llegado al país escapando de la guerra e, inspirado por ellos, exploró su faceta de pintor. 

Tuvo un periodo surrealista. Luego comenzó a experimentar con una única línea que atravesaba el lienzo y de esa línea desarrolló un lenguaje pictórico propio, sustentado en su pasión por la arquitectura prehispánica que convirtió en interpretaciones geométricas de las ruinas que veía, metáforas de los estratos que amontona el tiempo. 

Fue uno de los impulsores más importantes del arte abstracto en México y, sin embargo, no se le debe encapsular en la abstracción solamente. Gunther Gerzso tenía un poder especial de hacerse líquido y atravesar con fluidez las fronteras marcadas entre lo figurativo y lo no figurativo, entre el presente y el pasado. El escritor y periodista mexicano Carlos Monsiváis alguna vez lo describió como un artista que “persevera y cambia”. Carlos E. Palacios cree que era, más bien, un clasicista. 

Incluir su nombre en exposiciones que amontonan artistas modernos mexicanos sin más, impide ver la distancia entre él y los más conocidos Rivera o Siqueiros, pero en ese momento de “narrativas anecdóticas” que fue la postrevolución -en palabras del curador invitado del Carrillo Gil- Gerzso trasciende “lo mexicano”, va más allá del tema para desarrollar una investigación propia que parte de una sola línea y con ella “construye todo un imaginario absolutamente innovador del pasado”.

Las retrospectivas monográficas permiten que los grandes nombres pasen a la historia, pero actúan a la vez como una camisa de fuerza que articula discursos únicos sobre los sujetos que representan e impide que sean sometidos a experimentos y cuestionamientos.

En Algo en Común con el pasado, Palacios se alejó de esa narrativa única mostrando, no sólo cómo Gerzso actualizaba un antecedente, sino cómo también es posible actualizarlo a él. En la exposición, más de 40 de sus pinturas dialogan con piezas de artistas contemporáneos como Perla Krauze o Jorge Mendez Blake para hacer un comentario sobre cómo el artista mexicano supo tomar un tema que parecía agotado en su momento (como la arquitectura prehispánica) desde su contemporaneidad y cómo su propuesta es tan vigente que hoy puede comunicarse con obras actuales. 

Obras parte de la exposición de Gunter Gerzson.
Foto: Hatsi Sánchez

Tanto la obra de Perla Krauze, conformada por marcos metálicos y lajas de piedra, como El Castillo, hecho de ladrillos de Jorge Mendez Blake, que irrumpe en medio de la sala, están atravesados por la idea del muro que resuena con las indagaciones que Gerzso hizo de la superficie, la materialidad y su interés por la arquitectura de Le Corbusier.

Al ver los lienzos aún embalados y las paredes sin perforar, me pregunté qué habría pensado el autor de ver su trabajo conviviendo con el de otros artistas del nuevo siglo. Carlos E. Palacios respondió que seguro le parecería divertido, pues poner su obra al lado de voces distintas, atreverse a hacer preguntas y apuestas improbables, le resta solemnidad al ejercicio de hacer exposiciones sobre figuras del pasado, y esa pérdida de la reverencia es importante para poder insertarlas en discusiones vigentes.

Deberíamos hablar de esos grandes nombres de la historia más como individuos con facetas desconocidas, curiosos y con ánimos de experimentar, y no como pilares consagrados e inamovibles.