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Portada del disco Essex Honey de Blood Orange.

Essex Honey, el poder increíblemente reconfortante de la música en tiempos difíciles

Contrario a lo que muchos piensan, Dev Hynes nació en Houston, Texas, en 1985, pero Essex County, en Londres, es su hogar. Este suburbio es el que le da el nombre a su quinto trabajo discográfico bajo el alias de Blood Orange, Essex Honey.

En estos siete años desde su último lanzamiento, Negro Swan de 2018, se atravesó una pandemia, que a su vez cambió radicalmente la forma en la que nos relacionamos con el arte. Las tendencias de consumo, que el mismo Hynes describió en una entrevista como “horribles”, son parte de las razones por las que vimos poco de Blood Orange desde entonces.

El disco está inspirado en las experiencias del artista dentro de Ilford, el corredor entre Essex y Londres que lo vio crecer. Entre canciones, intenta alcanzar todos los resquicios de su memoria, mientras procesa lo que vivió en esa pausa de casi una década. 

El duelo es un elemento constante, el núcleo conceptual de este trabajo. Es una de las experiencias humanas más comunes y, al mismo tiempo, una de las más complejas, difíciles y diversas que se pueden experimentar. En el caso de Hynes, la muerte de su madre en 2023 le hizo perder las ganas de crear. En su proceso de duelo, hubo un periodo en el que escuchó en repetición “Fourth of July“, una canción del Carrie & Lowell de Sufjan Stevens, disco de 2015 que lo acompañó por un tiempo. “Fourth of July”, también dedicada a su madre fallecida, le dio la fuerza y el motivo para regresar a la música. En una entrevista reciente con The Independent, Hynes explica que esa canción “lo hizo pensar en el poder increíblemente reconfortante de la música en tiempos difíciles”.

El disco es una representación de estos dos procesos que muchas veces van de la mano. Gran parte de nuestras experiencias al crecer están acompañadas por la presencia materna. Por lo mismo, no extraña que estas sean las constantes en la narrativa del álbum. En canciones como “The Last of England” o “Countryside” parece intentar volver a su hogar, a los lugares en los que fue un niño. Seguramente mientras recorría muchos de esos rincones de la memoria, lo acompañaba su madre.

La instrumentación es ecléctica, siempre sostenida por armonías cuidadas y arreglos complejos, tocados por el mismo Hynes en el violín, que transitan entre géneros. En temas como “The Field” las baterías recuerdan al drum and bass, mientras sobre ellas flotan líneas vocales suaves y un delicado arpegio de guitarra emblemática de un Vini Reilly viejo y esquelético que todavía suena a The Durutti Column. Otras canciones, como “The Train“ o “Scared of It“, se acercan más al indie rock, con tempos rápidos y riffs rasgueados. El r&b sigue presente, aunque menos constante, insertado con cuidado en piezas como “Vivid Light”.

Las influencias de artistas como Prince, o de la cultura disco de los ochenta, nunca dejan de estar ahí. No cabe duda de que Blood Orange sigue haciendo música que homenajea sus raíces artísticas, pero ahora desde un lugar más honesto, maduro y crudo. Las colaboraciones refuerzan esta diversidad. En los créditos aparecen desde artistas pop reconocidas como Lorde y Caroline Polachek, hasta músicos experimentales como Mabe Fratti o Brendan Yates de Turnstile.

Hay detalles en el disco que le dan continuidad, como la atmósfera que envuelve a los instrumentos o las capas vocales suaves que adornan la producción. Sin embargo, tiene momentos desconcertantes, como la ruptura que genera el riff de piano al final de “Mind Loaded”, que a la mitad se frena para hacer una referencia a Elliot Smith y pone a Lorde a cantar la frase “everything means nothing to me”, por si hacía falta echarle más limón a la herida.

El crecimiento y la pérdida son inevitables en la vida. Ambas duelen, y recuerdan que quienes la existencia es frágil y efímera. Las relaciones pueden terminar o transformarse en cualquier momento. Lo vivido permite arraigarse a uno mismo, incluso cuando somos personas distintas cada día.

El Essex Honey de Blood Orange marca un momento muy distinto en su trayectoria. Si anteriormente no hacía música precisamente bailable, sino más íntima y en ocasiones pegajosa, ahora hace una cosa distinta. No es un disco que va a imponer trends. No es un disco lleno de hits. No es un disco para poner en una fiesta o para recomendarlo sin discreción. Es una herida viva que compartida, se cierra más pronto.