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Portada del disco Virgin de Lorde.

El cuerpo como territorio: la segunda pubertad de Lorde

Después de cuatro años en silencio -con bosque, retiro digital y terapias de MDMA incluidas- Lorde regresa con Virgin, un disco que no intenta impresionar, sino mostrarse tal cual. No es una victoria, es una rendición: no por derrota, sino por aceptación. De lo vivido, lo roto y lo que sigue sanando. 

Este álbum no busca gustar ni explicar demasiado. Comparte el proceso: las dudas, tensiones y lo que no se acomoda. Todo desde el cuerpo, que en Virgin es territorio. La fisicalidad está en la producción y en la voz.  No se esquiva el dolor: se nombra y se convierte en sonido. 

La feminidad atraviesa el disco, pero no como categoría fija. Hammer es una energía que se cuestiona, se deforma y se habita desde lo inestable. Por eso tiene tanto peso la frase “Algunos días soy una mujer, otros soy un hombre”; no busca definirse, sino moverse entre todo eso sin pedir permiso.

En Man of the Year, esa exploración se vuelve aún más explícita. Lorde se enfrenta a su masculinidad encarnada. No desde la burla, sino desde el asombro. Se apropia de lo que normalmente se le niega: espacio, poder, reconocimiento.

Las etiquetas dejarán de importar el día que existamos sin la necesidad de nombrarnos. Eso es una realidad, pero estos esfuerzos por normalizar la fluidez, y señalar las escalas grises que existen en algo tan complejo y dinámico como el género, es el tipo de reconocimiento que aunque parezca minúsculo, ya hace una diferencia. 

El disco nace también de una transformación física: dejar las pastillas anticonceptivas, recuperar sensaciones, reconectar con el deseo, no solo sexual, sino creativo. En Shapeshifter, inspirada en una obra de Tracey Emin (“Everyone I Have Ever Slept With”), se pregunta cuántas versiones de sí misma ha inventado para sobrevivir. Es una despedida de todas ellas. 

Favorite Daughter es la rola para las que lloramos viendo Lady Bird. Una carta ambivalente a su madre, pero también a un linaje entero. Habla de exigencias, de la necesidad de aprobación, de ver por fin a la madre como un ser completo -con miedos y fallas-. Esa herencia emocional se extiende a Current Affairs, donde lo personal y lo político se mezclan con ansiedad, eclipses y la certeza de que nadie va a rescatarte.

Después llega Clearblue, una canción sobre el momento exacto en que una relación termina: no por pelea, sino por claridad. El resultado negativo de una prueba de embarazo no es alivio puro, es también, la señal de que ya no hay nada que sostenga esa fantasía a futuro. Ese objeto se convierte en el símbolo del fin. 

Broken Glass es el punto más crudo del disco. Mientras todes creían que Solar Power era un álbum sobre sanar, Lorde estaba pasando por un trastorno alimenticio. Es el momento en que lo confiesa sin dramatizarlo. Es un quiebre y, al mismo tiempo, una forma de empezar a habitarse con más compasión. 

El disco cierra con David, donde se pregunta si fue suficiente, si fue realmente vista, “¿alguna vez volveré a amar?”. Es la última línea del viaje, una forma de recuperar el cuerpo, la voz, y encontrar un lugar propio. 

Virgin no busca redención ni aplauso; solo quiere quedarse en ese lugar donde aún no todo tiene forma. Es un disco que respira desde el cuerpo, con todas sus cicatrices a la vista, y que arde sin necesidad de gritar.