
Elon y Donald, el divorcio más caro del mundo
El 5 de abril pudo haber sido un día normal en el circo mediático. Las noticias fluían con una velocidad más lenta que de costumbre. Seguimiento a acontecimientos de días previos, redacciones que quizá dedicaban más horas a los trabajos de largo aliento que al rush, hasta entonces inexistente de la noticia diaria. Hasta que una bomba mediática lo cambió todo.
El 5 de abril el internet explotó.
La prensa lo llamó el divorcio oficial entre Elon Musk y Donald Trump. Antes, la pareja incluso era conocida como los “copresidentes de los Estados Unidos”. El hombre más rico del mundo junto con el hombre más poderoso del mundo. Quizá, cada uno queriendo el título del otro.
Pero el amor acabó.
No me detendré en las banalidades de la pelea, ni en cómo parecen niños de secundaria hablando en el recreo mal del otro con su grupo de amigos. Claro que acá no fue un patio escolar; cada uno decidió pelearse en su respectiva red social. Probablemente, Donald Trump tiene las de ganar en este conflicto. El valor de las acciones de Tesla, la principal compañía de Musk, dependen en gran medida de los contratos federales que tiene la empresa con el gobierno estadounidense.
Treinta y ocho mil millones de dólares americanos. Eso son lo que Elon Musk y sus compañías reciben del erario estadounidense (tk tiempo). Parece una relación simbiótica desigual con características de dependencia crítica. Elon depende de los impuestos recaudados por el gobierno y Donald Trump está en el gobierno, en gran medida, por las donaciones políticas de empresarios como Musk.
El 23 de enero de 2010, la Suprema Corte de Estados Unidos dictaminó que prohibirle a empresas y sindicatos publicitar independientemente a los diferentes políticos era una clara violación al derecho de la libertad de expresión.
Esto permitió que, tanto individuos como empresas, no tuvieran prácticamente ningún límite a la cantidad de dinero que podrían donar a una campaña política. En muchos casos, estos donativos se hacen mediante los llamados Super PACS, que son TK. Desde el punto de vista mexicano, parecería que la corrupción y el influyentismo están legalizados en Estados Unidos por medio de las donaciones a actores políticos.
Doscientos setenta y siete millones de dólares. Esa fue la cantidad que Elon Musk “donó” en la elección federal presidencial del 2024. Fue el donador más grande en la jornada electoral. Todo su dinero fue a candidatos republicanos. En la pelea reciente con el presidente norteamericano, Musk se aventuró a decir que “sin mí, Trump hubiera perdido la elección”.
No hay forma de garantizar que sin el dinero del Tesla Boy, Trump hubiera perdido. Pero la declaración deja, cuando menos, algunas lecciones interesantes.
Las acciones de las empresas de Elon Musk cotizan hoy muy por arriba del nivel en el que se encontraban antes de las elecciones de noviembre del 2024. Desde que hizo las donaciones a la campaña de Donald Trump, Elon ha generado más de 100 mil millones de dólares en riqueza, medida por el valor de las acciones en sus empresas impulsadas por la especulación del mercado. No es un mal retorno de inversión el haber ganado esa cantidad, habiendo gastado solamente el 0.2% de ese dinero.
El cada vez más cotidiano mantra de la política mexicana que el poder económico controla al poder política parece cumplirse en la actual Casa Blanca. Valdría la pena preguntarse si el deber de los líderes es no dejarse seducir por el olor del dinero y los intereses personales.
Claramente en un contexto donde los intereses políticos y económicos no encuentran fronteras, a los empresarios les conviene “invertir” en políticos que vayan acorde a sus objetivos. Musk, en esta pelea, reclamó que en el nuevo proyecto presupuestal del gobierno estadounidense hayan cortado los subsidios para energías renovables y no hayan tocado los subsidios para los energéticos tradicionales como el petróleo o el carbón. Esta queja nace al pacto no escrito de que los donantes más importantes tienen sus intereses más asegurados. No te pago para que me pegues, dirían en México.
La relación entre el dinero y la política está cada vez más clara y los cínicos que gobiernan hacen un pésimo trabajo por ocultarla. Se normaliza la necesidad de donaciones grandes, en vez de reformar al sistema para que el gobierno sirva a su gente y no a la oligarquía de unos cuantos multimillonarios desperdigados en el gabinete de Donald John Trump.
Habemos quienes quisiéramos ver estas reformas en acción, pero mientras no rastreemos el dinero de manera activa, los políticos no van a tener incentivos para cambiar su sistema.