Abrir tu sarcófago no me dejó buenos aromas, tu aliento estaba cargado de un polvo que secó mi garganta, mi sien, mi mente. Me dejó la piel momificada y las comisuras de los labios agrietadas. Lechos de ríos secos cruzaron mi tristeza. Me quedé solo, enterrado, nunca encontrado y caí en la cuenta de que no soy el hombre, no soy la mujer, no soy el andrógino, ni el dios; soy el mortal, y tú también. Tu inmortalidad es un mito que no quiero escuchar de mis ancestros, tu inmortalidad es una mentira que no quiero repetir a mis hijos. Tu inmortalidad no está latente en tu presente y no quiero recordarla para siempre. No quiero que te quedes ni que traspases a mi lado la barrera de la carne. Quiero que te quedes en la carne de quien acepte darle asilo a tus huesos mortales. Sólo cuando desaparezca tu mito podré pronunciar tu nombre. Tu nombre se pudrirá al fin y dejará de ser piel amarga. Tu nombre perderá su nombre el día en que lo pronuncien mis labios mortales. Tus labios dictarán el fin del mito de la eternidad y descansarás. Tu aliento mortífero y contundente derrumbará las paredes de los templos, tus labios dejarán al hombre y a la mujer sin casa, dejarán al andrógino y al dios más desnudos que en sus más dulces sueños, más desnudos que en sus más derrengadas pesadillas, más desnudos que en sus propios temores de finitud, más desnudos que en sus más intensas ganas de reproducir en el cuerpo ajeno su propia inmortalidad, tan candorosa, tan irreal… Quedarás más desnudo que la más exhibida momia del más rentable museo, más desnudo que una mente ignorante de su propio peligro de muerte. Quedarás más desnudo que tu propio miedo a ser descubierto desnudo, con tu piel muerta de momia exhibida, brutalmente rentable, obsesivamente observada, despertadora de admiración y de morbo, de asco. Exhibida la brutalidad que tu muerte eterna, de tu piel caduca, obsesivamente observada, comentada, estudiada, elogiada, cuidada, conservada, tu piel zalamera y muerta que sonríe, vituperada, arrancada de la tumba. Momia Profesional.
Todos los mortales tienen una profesión, esta les sirve para conservar su vida y su tiempo, tiempo que se traduce en horas de trabajo, horas de trabajo cuya durabilidad es impredecible, horas de trabajo marcadas por el mito de la mortalidad. Mortalidad por la cual trabajamos generación tras generación. Mortalidad por la cual se amasaron grandes fortunas en muchas familias. Mortales familias judías y cristianas, familias musulmanas, familias mortales. Cargamos todos la condición de trabajar por la vida. Triste.
Si fuera yo uno de esos jovenzuelos que en esta época en que vivo inevitablemente, mortalmente, se reúnen en los bares de moda de la Ciudad de México, y suelen bromear marcando una “L “ de “lúser” sobre sus frentes para referirse a sus amigos menos preciados, diría que los mortales somos exactamente eso; lúsers, asalariados cuya existencia está supeditada a las rutinas del trabajo que alguien, una entidad un poco menos mortal, les dictó. Los mortales no tienen certeza plena de la mortalidad, pero creen en ella. En cambio tienen el sucedáneo de la oficina y la burocracia.
Pero hablaré de mi, me dejaré de poesía junior e intentaré confesarles nuevamente, obsesiva, machaconamente, por si no fuera suficiente, que soy mortal, que trabajo para no morir, que soy un esclavo más del mito de la inmortalidad, y que aun espero que lleguen los labios de una dama hermosa o un caballero, quizá un poco mortal y quizá plenamente alcanzable a decirme que existe el mito de la mortalidad y que todo esto es sólo eso, una mentira, y que hay un dios y un hombre y una mujer y un andrógino y un dios inmortal… pero abrir la ventana de todas las mujeres y de todos los hombres y de todos los andróginos y de todos los dioses sólo me ha dejado aromas amargos, cargados de una humedad viscosa que estropeó mi olfato. Que me dejó la piel como una gelatina inconsistente.
Ahora dime tú, Momia Inmortal: ¿Cómo puedes estar tan llena de vida?, dime si todas las preguntas y todas las verdades se resumen en tu rostro sonriente, en tu rostro tan buscado, tu rostro tan fotografiado, en tu rostro de portada de revista científica. Dime momia sabia si el camino de la finitud es mi destino o dime si como tú quedarán los restos de mi ser exhibidos en una vitrina per secula seculorum.