Mixquic: la muerte es luminosa
En Mixquic el día de muertos es más que recordar al ser que ya no está. Es una festividad en donde se reúne toda la población para iluminar el camino de los muertos y sus deudos con vivos tonos de naranja y amarillo. Donde el aroma de incienso te hechiza y te envuelve en una mezcla de celebración y nostalgia, pero también de agradecimiento. En México le hemos dado otro significado a la muerte: uno no muere cuando nuestro corazón deja de latir, sino cuando ya nadie nos recuerda. Por ello, cada año se montan ofrendas en múltiples hogares mexicanos, para honrar y rememorar con comida, veladoras y papel picado a quien amamos y ya no está. Pero en Mixquic, la tradición es llevada otro nivel.
El lodo puede ser arte
A 15 minutos de Mixquic se encuentra San Antonio Tecómitl, uno de los doce pueblos originarios de Milpa Alta. Aquí, los oriundos acuden al panteón del mismo nombre para recordar a sus seres queridos de una forma tan peculiar que ha logrado hacer que los turistas que van a Mixquic sientan la necesidad de hacer una parada obligada en el camposanto regional.
La elaboración de figuras de lodo sobre las tumbas capta la atención por su esmero, dedicación y significado emotivo. La mayoría de las tumbas son muy sencillas, apenas montículos de tierra y lápidas de fierro con epitafios escritos a mano. Sin embargo, esto no impide que los familiares de los difuntos no encuentren maneras elaboradas y complejas de honrar a sus muertos. Con una mezcla de lodo lo suficientemente maleable, crean figuras alusivas a sus seres queridos o que consideran que les hubieran gustado en vida.
Así lo hace José Luis Roldán de 65 años, quien desde hace tres décadas, va a al panteón a hacerle una figura de barro a su hija, quien murió cuando apenas tenía seis meses de edad. Sin guía alguna, con la ayuda de su hijo y unas cuantas herramientas, a Don José Luis no le importa estar hasta siete horas haciendo la figura que se encargará de recibir a Luz María, su niña —como él la sigue llamando—, el 2 de noviembre en Día de Muertos.
Cuando la noche se hace día
Una vez entrada la luna en los panteones, el Barrio Mágico de Mixquic se enciende con su emblemática “Alumbrada”, célebre por la vigilia que se hace en el panteón de San Antonio a la luz de las veladoras. El olor a incienso y tierra mojada, más el color característico del cempasúchil y el amarillo incandescente de las velas, hace de la noche del Día de Muertos una verdadera experiencia conmovedora y colorida, alejada de la esencia sombría de los cementerios.
Desde temprano, los familiares llegan al lugar con comida, bebidas, música, fotografías y todo lo necesario para hacer los altares y acompañar a su seres queridos que un año más llegan de visita. Este vez, la lluvia se hizo presente, pero eso no impidió que las personas se quedarán fieles e inquebrantables al lado de las tumba hasta altas horas de la noche. Seguramente pensaron que si ellos ya hicieron el esfuerzo de viajar al mundo terrenal para visitarlos, ellos pueden soportar un poco de lluvia para quedarse con su presencia espiritual.
Y como en toda tradición, son los mayores de la familia quienes se encargan de enseñarles el significado a los más pequeños. Así que no es de extrañarse ver a más de un menor acompañar a sus padres o abuelos al panteón. Incluso, participan preparando el altar, cortando las flores, haciendo figuras en la tumba con los pétalos y, los que son un poco más grandes, tienen permiso de prender las velas que iluminarán el camino de ida y vuelta hacia el otro lado, ese lugar que abre su portal una vez al año para conectar entre flamas, ramos, rezos y añoranzas, el mundo de quienes se quedaron y el de los que se fueron.