Fotos por Alex Compean El nombre de Ceramic Dog proviene de la expresión francesa chien de faience, que hace referencia a quedarse paralizado de emoción, algo así como el momento previo a empezar una pelea. Y justo así suena el nuevo proyecto de Marc Ribot.
La experimentación toca tal punto que llegó un momento en el que parecía que estaban en un jardín de niños: Ches Smith, el titánico baterista, de repente empezó a desarmar los platillos para aventarlos como si fuera un niñito enojado, mientras que las largas manos de Shazad Ismaily pegaban con fuerza al sintetizador Moog; jugaban a experimentar y Mr. Ribot hacía ademanes con la mano para que continuaran tocando. Ribot podría ser su abuelo, aquel hombre que los guía mientras permanece sentado con un atril de frente, con lentes puestos para alcanzar a leer esas pequeñas partituras que desencadenron guitarrazos de los mismos dedos que han acompañado a Tom Waits o a Caetano Veloso.
El público fue respetuoso en general; esta vez los asistentes sí iban a escuchar y no a presumir que fueron. Permanecieron anonadados y hubo un sujeto que no paró de headbangear como desquiciado.
El Centro Cultural Roberto Cantoral es un espacio para recitales con tal calidad acústica que el más mínimo parloteo es molesto, pues se logra escuchar en cualquier esquina. El choque entre la elegancia de tener butacas de auditorio y alfombra en el piso, con vasitos rojos de fiesta llenos de alcohol, genera un ambiente acogedor. Un lugar digno de presenciar música selecta.