Hablar mal de los demás

Se trata de un oficio que muchos manejan muy bien. Existen tres formas principales de hablar mal de los demás:

  1. Hablar un poco mal
  2. Hablar más o menos mal
  3. Hablar muy mal

Hablar un poco mal es sin duda una práctica sabrosa y natural: puede ser divertido o quizá generar cierto sentimiento de culpa que hace una cosquilla y regala un guiño de complicidad con el interlocutor.

Hablar más o menos mal puede significar para el referido la pérdida de un empleo, el abandono de una pareja medianamente querida o el alejamiento de un amigo, del que por cierto no pocos han hablado bastante mal.

Hablar muy mal tiene consecuencias muy conspicuas. Puede destruir el camino de un roquero encuspidado, hundir en el alcohol a una diva, ensuciar el nombre de un político honesto, mandar al bote a un adolescente rico que se juntó con los rateros por pura introspección, remitir a la tumba a un joven novio guerrerense, hacer que una mujer muera de tristeza en un departamento de clase media, causar un disgusto tan grande que provoque uno o más infartos, conseguir que se le aplique la inyección letal a un tipo que pasó por ahí cuando un policía le dio un tiro a otro desdichado, lograr la desestabilización financiera de un país o la desaparición de una etnia... Puede, pues, transformar y destruir, levantar y hundir hogares, empresas, sociedades, el mundo.

Para hablar mal de los demás sólo hacen falta uno o más interlocutores (el monólogo se cuece aparte) y uno o más individuos inmiscuidos en un asunto más o menos escandaloso y grave que los coloque en posición vulnerable.

Existe una subdivisión en este oficio:

a)     Cuando el que habla mal dice la verdad

b)     Cuando el que habla mal miente

c)     Cuando el que habla mal no sabe lo que dice

Cuando se habla mal con la verdad el asunto adquiere matices no sólo de solidaridad y complicidad sino de justicia. ¿Quién admitiría en estos días, por ejemplo, que quien habla mal de Echeverría miente o actúa de modo incorrecto? Se puede presumir que en esta subdivisión del mal hablar hay una forma más: hablar bien mal.

Cuando el que habla miente el asunto puede tomar una connotación patológica, o de una aparente pero contingentemente engañosa conveniencia.

Cuando el que habla mal no sabe ni de lo que habla debe procurar que su interlocutor sea estúpido y se la trague, de lo contrario quedará como un estúpido.

Cuando se tiene una costumbre compulsiva de hablar mal –mentirosa, acertada o desinformada— vemos un problema que afecta principalmente a quien habla, puesto que todo el mundo deja de creerle y se aleja de él.

Las consecuencias para quien practica el oficio pueden ser como dos polos opuestos, o, para utilizar un lugar aun más común: pueden ser armas de dos filos. La o el mal hablante se colude con una suerte bondadosa o malosa; puede iniciar un noviazgo con un compañero de aula o ser despreciado por él, puede concluir una carrera de mercadotecnia con una beca que era para otro o no ser admitido en ninguna universidad, puede comprarse un yate y navegar por el Caribe o morir ahogado en ese mismo mar, puede retirarse a descansar a su rancho de siempre, o comprarse otro en el extranjero o no comprarse nada más por el resto de su vida.

El hablar mal de los demás entraña riesgos que deben sopesarse con perfecta cordura, pensando en las posibles reacciones del mentado y de quienes lo circundan. Si es necesario se procura que ni se entere. Es posible que en el mal hablar el aludido sea quien menos importe, por ejemplo: cuando éste ha muerto y se quiere afectar únicamente a su dolido consorte.

Hablar muy bien de los otros tampoco es sano; puede enmascarar fallidamente la adulación, que es mala, malísima. Debe cuidarse que tanto el mal como el bien hablar ocurran con una templanza que permita al de la voz alcanzar su objetivo, sea benéfico o maléfico.

Expreso rojo

Expediente 283(Especial de Chile II )