Este amor-odio por el fast fashion
Todos hemos escuchado que el fenómeno del fast fashion presenta condiciones laborales denigrantes para sus trabajadores o que la explotación laboral y la mala paga de los maquiladores viola los derechos humanos. También se sabe que esta industria tiene un índice de contaminación altísimo. Según el movimiento Fashion Revolution —que tiene como objetivo cuestionar a las grandes marcas acerca de sus éticas laborales y ambientales para incitarlas a ser más transparentes y concientizar a sus consumidores—, la industria textil genera 92 millones de toneladas de residuos tóxicos al año y 1,715 toneladas de emisiones de CO2 en el mismo tiempo.
Con estas cifras, se podría decir que la industria textil está casi a la par del puesto número uno en daño al medio ambiente junto con la industria agropecuaria. Pero, ¿el daño ambiental producido por la industria del vestido es sólo responsabilidad de las marcas y empresas que producen residuos tóxicos? El rol del consumidor y el tratamiento que le da a sus prendas una vez que las desecha, son también aspectos nada despreciables en la repercusión del planeta.
Para entender esto es necesario analizar los materiales con los que están hechas las prendas en primer lugar. En las marcas de fast fashion, la mayoría de sus productos están compuestos principalmente por fibras sintéticas como el poliéster, nylon, acrílico y otros derivados del petróleo, mientras que contienen un menor porcentaje de fibras naturales como algodón, lino o lana. Aunque las prendas tengan una parte de fibras orgánicas, el verdadero problema está en el tiempo de descomposición de los primeros elementos sintéticos.
Por ejemplo, unas medias de nylon tardan 40 años en descomponerse y un vestido de poliéster puede tomar hasta 200 años en degradarse (Fashion Revolution). Por eso, la forma en la que nos deshacemos de las prendas, sin importar si es de fast fashion o no o si la usamos 3 veces o 20 años, es la parte verdaderamente esencial para disminuir el impacto ambiental que genera la industria.
Para esto existen distintas alternativas que pretenden darle otros usos a las prendas una vez que dejan de ser utilizadas y que no necesariamente involucra tirar la ropa a la basura. Aquí tres de ellas.
Upcycling
Este término se refiere a rediseñar una prenda utilizando otras ya existentes para crear algo nuevo. Un ejemplo sería usar y cortar un abrigo viejo para crear una falda hecha con la tela de la misma prenda. Es decir, crear nueva ropa a partir de ropa hecha. Marcas como Renewal Workshop y Zero Waste Daniel crean nuevos ropajes a partir de residuos de tela generados por otras marcas o de prendas con algún defecto que no pasaron el control de calidad.
Donaciones
Esta opción es la más práctica de todas y una que además, representa una acción favorable para otras personas de manera prácticamente “instantánea”. Según un estudio de la Fundación Ellen McArthur, el tiempo de uso de la ropa se ha reducido 36%, esto quiere decir, que los consumidores cambian o se deshacen de la ropa en muy poco tiempo, por lo que es posible que tengamos ropa en nuestro armario que lleve meses sin usar. La opción de donarla y llevarla a una fundación o centro de acopio para que otra persona haga uso de ella es una manera de darle una segunda vida, así como una utilidad valiosa, evitando que el producto termine en la basura apenas a unos meses de adquirirla.
Reciclaje de ropa
No muchos compradores saben que en algunas tiendas existen contenedores para llevar tu ropa para que sea reciclada y separada correctamente. Tal es el caso de Patagonia, que reutiliza y recicla fibras de algodón, nylon y lana de sus productos para generar nuevos textiles. Mismo caso es el de H&M, que también recibe ropa que ya no sirve para fabricar aislantes para la industria automovilística. Incluso Zara cuenta con una línea llamada Join Life, donde todas las piezas están hechas de textiles reciclados.
Más allá de catalogar el fast fashion como bueno o malo, es importante reconocer que la industria textil, como tantas otras, es un fenómeno inherente a nuestras necesidades de consumo, y en este caso particular, de inmediatez.
El fast fashion nos da alcance a artículos que antes solo creíamos que pertenecían a un sector con cierto poder adquisitivo. Antes de querer boicotearla convendría leer la etiqueta de nuestra ropa para conocer su composición, saber cuál es la mejor manera de deshacernos de ella y así, otorgarle un futuro más allá de nuestro armario que impacte de manera menos agresiva A un tema tan relevante como el deterioro de nuestro planeta.