En su texto “Verdad y mentira en la creación literaria”, donde compara los tres soportes o puntales de la sintaxis (sujeto, verbo y complemento) con los ejes de la imaginación narrativa (creación del personaje, descripción de su ambiente y puesta en marcha de su voz) Juan Rulfo confiesa que él escribe a mano y con lápiz: “Ahora, yo sí le tengo temor a la hoja en blanco, y sobre todo al lápiz, porque yo escribo a mano”. ¿Podemos imaginar Pedro Páramo escrito con pluma o en computadora? El lápiz, que se usa por los dos extremos o cabos para borrar y corregir, es un aliado silencioso de la creación literaria. Sin duda el mejor aliado. No entromete ningún ruido, se desliza puntal, leve, parsimonioso y traza el perfil de Juan Preciado, las voces de los muertos subterráneos y el corrosivo ambiente de Comala. Otros escritores prefieren la máquina de escribir: recordemos a Carlos Fuentes, con sus dedos medianeros torcidos de tanto fatigar las teclas, o imaginemos a Fernando del Paso uncido a su ordenador o computadora. Mas es inimaginable Juan Rulfo sin su lápiz, sin su pequeño e incisivo fusil de grafito. La seca labor de poda y escamondo, el esmerado pulimento que cada página de Pedro Páramo exigió a su autor, serían imposibles sin la complicidad urdida con el lápiz: borrar un adjetivo, afilar una voz, desplumar unas nubes, desvanecer la carne hasta acerar los huesos. Cal sin arena estilística: “lograr con un poco de humo –dijo Lezama Lima-/ la respuesta consistente de la piedra”. Entre los escritores más rigurosos de América Latina, junto a obsesivos autores astringentes como el uruguayo Felisberto Hernández y el colombiano José Eustasio Rivera, destaca el recorte exacto de cada línea llevado a cabo, con el tembloroso pulso de los sucesivos lápices que consumieron borradores (en los dos sentidos que la palabra convoca), por el mexicano Juan Rulfo. Es posible autorizar la ecuación: Juan Rulfo más su lápiz es igual a Pedro Páramo.
Texto escrito para Publimetro del viernes 28 de diciembre del 2012