'Dos hombres en la mina', teatro desde las profundidades de la tierra

'Dos hombres en la mina', teatro desde las profundidades de la tierra

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La mina “El Nopal” funge como escenario perfecto para esta obra que desemboca en una entelequia. Para cualquier puesta en escena es complicado trasladar al público al ambiente que expone, hacer que olviden su realidad y salir de la seguridad que ofrecen las paredes de cualquier teatro. Dos hombres en la mina, sin embargo, lo logra.

Un público de 40 personas (con casco obligatorio) se adentran en la húmeda negrura de la que tanto advertían los encargados de seguridad de una de las célebres minas de Guanajuato. La ambientación con luces tenues y estudiantes de la universidad del estado, con vestimentas y actitudes de mineros, alimentan esa atmósfera durante los 50 metros de empinado y resbaladizo descenso, que no sólo es físico, sino también mental. Al entrar a la galería que sirve como escenario, se vislumbra y destaca un altar adornado con un crucifijo, flores y las tan necesarias veladoras que sirvieron de guía para buscar el mejor lugar donde posarse entre las goteras y el lodo.

Se escucha un grito de “¡Fuera luces!” a modo de advertencia, y al llegar ese momento, la atemorizante incomodidad se hace presente: caemos en cuenta del lugar en el que nos encontramos. Toneladas de pesadas e inestables rocas y minerales orquestan a placer nuestro destino; el peligro latente encima de nuestras cabezas, la minucia, la claustrofobia, el bochorno, la respiración agitada, el lóbrego silencio... la temible oscuridad.

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En plena inmersión teatral, un estruendo de explosión y rocas derrumba toda ilusión de control y seguridad de la que tanto nos aferrábamos. De pronto, la luz de una linterna y los sollozos de un hombre nos recuerdan que estamos en una puesta escena y que todo, incluso nuestros temores, son una simulación.

El hombre que lentamente sale de la penumbra, plantea la historia de Brodi, un humilde trabajador de mina que queda atrapado bajo las profundidades de la tierra a causa de una explosión. En su desesperada travesía de tres días, nuestro personaje descubre su temible realidad. El enfrentamiento entre caminar por la salvación o una muerte segura. No importa el fin, la única forma de terminar esa pesadilla es seguir caminando. Entre desesperación, el temor por lo sobrenatural, pérdida de la percepción del tiempo y el cansancio, se encuentra con Koob, otro minero en la misma situación, un hombre sumamente inteligente y tenaz que le informa que el agua que inunda la mina avanza muy a prisa.   

La inteligencia y liderazgo de Koob lo exponen en su contra, al revelar su altiva posición: un ingeniero a cargo de la mina a quien su mal carácter y forma de castigar le han dado el apodo de “El Desollador”. Al encontrarse ambos personajes de tan diferentes estratos y antecedentes, se desarrollan aún más peligros. El rencor y odio humano pueden ser aún más amenazante que el agua, el encierro e incluso, la muerte. Brodi, por su parte, no quiere ayudar a escapar al hombre que tanto los ha humillado y castigado, aunque sea a costo de su propia vida. Koob, en su falsa confianza, intenta dar órdenes y amenazar oídos sordos en una oscuridad sin jerarquía.

La batalla interna y externa que los personajes viven —o tal vez, mueren— es otro ejemplo de la fragilidad mental que se puede experimentar al estar frente a frente con la muerte. Los humildes soldados pueden tomar fuerza y volverse capitanes de su propia vida, sólo por un momento, para terminar la misma. A la vez, los grandes líderes pueden volverse frágiles, minúsculos y capaces de pasar por cualquier humillación por unos minutos más de vida. Esa historia es bellamente desarrollada en esta puesta en escena, que aunque maravillosa, pasa a segundo plano con el final inesperado que, como cualquier otro desenlace, no es justo contar sino experimentar y vivir. Créannos, el miedo y peligro del que hablamos al principio se multiplica a una potencia inimaginable.

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La obra fue escrita por el húngaro Ferenc Herczeg en 1953 y fue adaptada por Enrique Ruelas en 1977, reimaginada y reubicada en homenaje a los mineros de Guanajuato. La obra forma parte de las varias actividades que presenta La Universidad de Guanajuato y se presenta cada año en el marco del Festival Internacional Cervantino. Sin duda es una tradición obligada para cualquier gustoso de experiencias únicas, intensas e intimidantes. Con esta representación el público buscaba cobre y terminó encontrando oro.

Fotos por Rodolfo Isaac García


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