Desaparición, muerte y silencio tras la ausencia de los estudiantes de Tonalá
Una vez más las redes sociales explotaron con la conmoción momentánea de la tragedia nacional. Pareciera que Orwell tenía razón en 1984: la exposición excesiva a la calamidad entume a las masas. La violencia se normaliza y toma dimensiones desfiguradas, como si se hubiese distorsionado a algo común y corriente, que pasa como la lluvia y se desvanece con el siguiente sol: vapor prescindible, bruma desechable. Así también con las matanzas que se llevan a cabo en el país, que se deslavan como hechos que se pueden pasar por alto, como una imagen más en el contingente informático que atenaza a la sociedad en nuestros días.
El mismo fenómeno sucedió con el informe de la Fiscalía de Jalisco el lunes pasado. Los estudiantes de cine desaparecidos en Tonalá el 19 de marzo de 2018 fueron declarados muertos después de dos meses de incertidumbre, de dos meses de silencio. Siguiendo la narrativa oficial, los jóvenes Javier Salomón Aceves, Daniel Díaz y Marco Ávalos —todos en el rango de edades de los 20 a los 25 años—, fueron levantados en un barrio peligroso y trasladados a una casa de seguridad del narcotráfico. Una vez asesinados, los trasladaron a otra casa para disolverlos en ácido. Se hizo así como una especie de venganza entre dos bandos del narcotráfico jalisciense —a saber: entre Nueva Generación y Nueva Plaza—, a pesar de que ellos nada tenían que ver con el crimen organizado.
La simpatía de Guillermo del Toro fue particularmente sonada, puesto que todos eran estudiantes de cine en Guadalajara. La sensibilidad de la población se agudizó. Se aplaudió al director mexicano. Aristóteles Sandoval, el gobernador de Jalisco, también atendió el asunto públicamente con una declaración más o menos acertada. La noticia fue teniendo explosiones diminutas en las redes, como con la aparición de dos de los cinco secuestrados. Se convocaron asambleas en las universidades del estado, los estudiantes organizaron marchas, y Palacio Nacional mantuvo cerradas sus puertas otra vez. El suceso se acalló poco a poco, con el ritmo lacerante de la cotidianeidad y la rutina, hasta que perdió fuerza. Después, nada.
En la madrugada del 23 de abril de 2018, se anunció oficialmente el fallecimiento de los tres rehenes de los que no se había obtenido respuesta. Nuevamente estalló Twitter, como en la réplica tardía de un temblor que se rehúsa a calmarse, pero que no llega a tener la consistencia de un terremoto. La gente no se horroriza. Falta crítica. Falta reflexión. Falta memoria histórica. Hemos convertido a los desaparecidos en números, y quizá por eso ya no espante tanto el rastro de sangre de la historia nacional. Por cierto, un dato más: hasta octubre de 2017, se tenían registrados 14,019 desaparecidos. La ausencia se robustece. Los ecos se hacen más pesados. El silencio, más rotundo: el horror se ha normalizado.
Encuentra a Andrea Fischer en Twitter como @andreafis.